Estimamos que el 16 de diciembre de 1770 nacía en Bonn, Alemania el gran Beethoven.
Fue un compositor de imaginación infinita que vivió en una época marcada por las guerras.
La profesora de música de la Universidad de Oxford, Laura Tunbridge, autora de la reciente biografía “Beethoven: una vida en nueve piezas”, afirma: “De muchas maneras revolucionó el alcance de la música en términos de sonido y volumen, su ambición y la idea de que esta puede expresar ideas y sentimientos. Demostró que la música no es sólo un espectáculo, sino algo mucho más profundo. Beethoven fue clave en el establecimiento de esa actitud hacia la música, para elevarla a una forma de arte”.
Al mismo tiempo también tenía fama de irascible, egoísta, narcisista, insociable, frustrado en el amor, desarreglado, hipocondríaco y alcohólico. Esto forma parte del mito romántico de Beethoven, asegura Tunbridge, porque “preferimos la imagen del artista torturado por sus demonios internos y sus males físicos”.
Pintarlo como un maestro que se dedicó a su arte por encima de todo, con la capacidad de crear piezas que van más allá de nuestra imaginación, lo hace parecer alguien fuera de este mundo.
Ser endeble
Lo cierto es que el compositor sufría de muchas afecciones a la salud, por las que estuvo sometido a ridículos tratamientos médicos de la época que, en ciertos casos, exacerbaron sus malestares.
Una serie de expertos modernos llevó a cabo investigaciones forenses históricas para tratar de determinar qué enfermedades padecía, cuál era la correlación de estas con su sordera y cómo influyeron en su personalidad y creación musical.
El neurocirujano británico Henry Marsh mostró todo un catálogo de males, tal como se diagnosticarían hoy en día, en el documental de la BBC “Diseccionando a Beethoven”.
Según Marsh, el compositor sufrió una “enfermedad inflamatoria intestinal, síndrome del intestino irritable, diarrea violenta, enfermedad de Whipple, depresión crónica, envenenamiento de mercurio e hipocondriasis”.
Un día después de la muerte de Beethoven, el 27 de marzo de 1827, el médico Johannes Wagner realizó una autopsia al cadáver y le encontró el abdomen inflamado y el hígado curtido y de casi un cuarto del tamaño normal; indicaciones todas de cirrosis por consumo de alcohol. Este era un mal de familia: lo habían sufrido su abuela y su padre. Ludwig van tomaba vino con regularidad. Cabe recordar que en aquella época era un habitual sustituto del agua, que era por demás impura, declara Tunbridge.
El trauma de la sordera
Su aparato auditivo quedó profundamente afectado, según lo observó en la autopsia el doctor Wagner. El investigador Meredith le dijo a la BBC que la sordera pudo tener relación con sus males abdominales, ya que ambos se presentaron más o menos al mismo tiempo.
Sea como fuere, lo que se ha podido establecer es que los problemas de audición le empezaron a fines del siglo XVIII.
Esto fue posible gracias a una carta que se encontró después de su muerte, que se conoce como el “Testamento de Heiligenstadt”. Es un documento dirigido a sus dos hermanos, que Beethoven escribió en 1802 en la localidad de Heiligenstadt, donde había ido para recuperar la salud. En él expuso toda su alma y sus pensamientos más profundos, abordando cómo lo asediaba la sordera y cómo eso explicaba su comportamiento errático.
“… hace casi seis años he sido golpeado por un mal pernicioso que médicos incapaces han agravado” escribió, detallando como se ha visto obligado a aislarse, a “vivir lejos del mundo, en solitario. Debo vivir como un proscrito. Si me acerco a la gente, me amenaza en seguida una angustia terrible: la de exponerme a que adviertan mi estado”.
El doctor Mackowiak graficó la condición como “una sordera rara, en términos de hoy en día, pues empezó lentamente y progresó durante 25 años”. Al comienzo fue perdiendo la capacidad de oír ciertas frecuencias, y con el tiempo se sumaron más y más.
Para 1818 ya le costaba entender lo que la gente decía, por lo que le pedía escribir sus preguntas y comentarios. Algunas anécdotas registradas al final de su vida apuntan a que aún podía captar ciertos sonidos, aunque fuera de forma tenue, como cuando se sorprendió por haber escuchado un grito agudo.
La vibración de la música
A pesar del trauma de su sordera, combinado con la frustración de no haber podido casarse, siguió componiendo y creando las que fueron quizá sus piezas más expresivas, conmovedoras y experimentales.
“Lo curioso del Testamento de Heligenstadt es que nunca envió la carta a sus hermanos. Decidió que la vida seguía teniendo valor y que continuaría componiendo y que su música lo salvaría”.
El instrumento de Beethoven por excelencia era el piano, así que siguió componiendo con él, con ayuda de varios dispositivos añadidos para amplificar el sonido. “Hay que tener en cuenta que los músicos dependen mucho de su imaginación, que puden escuchar los sonidos en su cabeza, y Beethoven creaba música desde la niñez”, explicó Tunbridge.
“Tal vez no podía escuchar el mundo exterior, pero no hay motivos para pensar que la habilidad de escuchar la música en su mente se hubiese deteriorado, ni que hubiese disminuido su creatividad musical”.
Potencia y alegría
Debió haber sido increíblemente difícil escribir música para que otros la interpretaran y no poder disfrutarla en su totalidad. Así como la sordera lo convirtió en una persona difícil y malhumorada, también obligó al compositor a meterle más polenta a su música y darle una expresión física.
“Todos los ejemplos de su insociabilidad y sus enfermedades son verdad”, reconoce la profesora Tunbridge. “Pero hay una faceta de un Beethoven más ameno, alegre y amistoso. Estos aspectos muestran sus cualidades humanas”. Que Beethoven compusiera una oda a la alegría en uno de sus momentos personales más difíciles es una muestra del sentido de esperanza que inundaba sus últimas obras, afirma la musicóloga de Oxford.
“Pienso que los ideales expresados en el texto de la Novena sinfonía, los de hermandad y felicidad, es lo que Beethoven creía en términos políticos y de cómo debía ser la sociedad. Mantuvo esa mirada hasta sus últimos días”.
Concurso
Invitamos a nuestra comunidad a que nos indique qué les produce escuchar esta pieza musical Beethoveniana. Personalmente, cada vez que la escucho, sugiero hacerlo con auriculares, la emoción va in crescendo. No es extraño que moje el teclado. Evidentemente la sordera hubo de ayudar a forjar un universo beethoveniano, armónico, y pleno de sensibilidad.
Los arreglos para la misma son setentosos, hechos por una talentosísima música, que la utilizó para la banda sonora de un memorable film.
¿De quién se trata, y a que “mecanofilm” nos referimos?
Esperamos vtros.aportes a través de los comentarios de este posteo sinfónico.
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