En el marco de la visita a la ciudad de Milán, Francisco estuvo unas horas en la cárcel de San Vittore. Almorzó con ellos, y allí mismo se tomó una siesta. “Ustedes me hicieron sentir como en casa”, comentó el Pontífice.
“No quiero verlos al pasar, quiero entrar y mirarlos a los ojos”, había pedido el Papa Bergoglio en la preparación de su visita a la cárcel de San Vittore, en el marco de su estadía en Milán, segunda ciudad italiana y capital industrial del país. El efecto de su paso entre los “muros grises” de ese lugar de castigo social, albergue del pecado y del crimen, hostal de vidas descarriadas pero no por eso menos humanas y menos deseosas de redención. Jesús enseñó que a necesitar del médico son precisamente los enfermos y no los sanos.
El médico-Papa pudo así visitar a los 900 enfermos de la cárcel ciudadana, llevando como medicina una sonrisa, un abrazo, una bendición, algunas palabras y, por sobre todas las cosas, el gesto de compartir unas horas con ellos sin intermediarios, cara a cara, cruzando sus miradas. “Usted nos hizo olvidar que estamos en una cárcel”, comentarán los detenidos. “Ustedes me hicieron sentir como en casa”, responderá Bergoglio. El Papa demuestra así que no hay lugar en el mundo, incluso los que se parecen a la antesala del infierno, que para la Iglesia no sean su casa.
El diario milanés Corriere della Sera reunió en la edición de ayer algunas impresiones recogidas entre los detenidos que son demasiado hermosas para no “robárselas”. Las reproducimos agradeciendo a los colegas italianos y con la intención de manifestar lo mucho que puede hacer un mensaje de esperanza, precisamente donde parece que ya no hay.
La primera es de Gennaro, quien afirma enseguida que no cree en la Iglesia, en la religión “pero creo en los eventos y los signos. En este día veo en los ojos de muchos una luz nueva. Quizás es lo que trae este hombre. Nuevas esperanzas. Espero que puedan sentir también ustedes que la sencillez a veces es la solución para todo”. Antonio Caputo, en cambio, dice que recordará siempre ese momento. “Me emocioné como un niño”, le pidió una bendición a la que el Papa respondió poniendo su mano en la cabeza de este hombre.
“No lo puedo creer –comenta Fatjon Marku–. Hasta hace poco estaba sentado a la mesa con el Papa. Siempre lo vemos de lejos y hoy compartimos la comida. Era tan cercano y humilde. Un hombre entre hombres. Un gran ejemplo de vida y esperanza”, concluye. Con su nombre, José Alberto revela que también él, como muchos otros, es extranjero. Comenta que la presencia de Bergoglio “me hizo entender que no hemos sido olvidados, aunque seamos reclusos. Con su gesto me dijo que siempre hay una oportunidad para recomenzar una nueva idea de vida futura”. Sekouri Mustapha, por su parte, se siente afortunado por haberlo podido saludar, “mirarte a los ojos y ver que eres una persona buena y fuerte. Transmites ganas de vivir y, por sobre todo, de construir para quien, como yo, se encuentra en dificultad”.
Paloka Melsed cuenta que siempre quiso ir a verle “y sin embargo tu viniste hasta mi”. Hace cinco años que no ve a su familia y reza por eso todos los días. No tiene dudas: “Si todo habitante del planeta pudiera mirarte aunque sea una sola vez el mal no existiría”. Alessandro Di Luzio, a sus 23 años, se pregunta cuántos coetáneos suyos pueden decir que sintieron el corazón colmado de alegría. “Paradójicamente a mí me pasó dentro de los muros grises de una cárcel que hoy, con la presencia del Papa, ya no tenía muros sino sentimientos”. “No sé qué me impulsó a darle un beso de agradecimiento”, explica Ivan Accordi. “Le pedí que me perdonara a mí y a los compañeros de desgracias cuando nuestras miradas se encontraron. Me puso las manos sobre la cabeza y me bendijo”.
También para Alessandro Frongia se ha tratado de un gran momento. Le impactó que el Papa pidiera que no hubiera guardia penitenciaria y “que no hubiera nadie entre nosotros y él”. Mohamed Makkassi es árabe e islámico. “El Papa en San Vittore no ha sido sólo una fiesta para los católicos, sino también para nosotros los musulmanes, porque Francisco es un Papa de paz para todo el mundo. Al estrecharme la mano me conmovió y, luego, como de la nada buscó también la otra mano. Sentí una gran calidez”. También es musulmán Ghanim Larbi: “Hoy cada palabra tuya rebosaba amor. Nos has recordado que todos somos un poco pecadores. Hoy un poco del mal que está dentro de mí ha dejado el espacio al bien”.
Salvatore Piccoli confiesa: “Hoy me siento libre, en la mente y en el alma; hoy sé que también aquí en este infierno de pecadores no nos han olvidado, no somos sólo un número de matrícula sino nuevamente hombres, mujeres, madres, padres e hijos. ¡Gracias Francisco!”.
En San Vittore, como muchas otras veces en la historia, quienes se encuentran con un amor verdadero, gratuito, materno y paterno a la vez, encuentran la oportunidad de un rescate. Ocurrió en tiempos de Jesús al publicano Mateo, a Pedro y Juan pescadores, a la adultera… y ocurrió entre las paredes de una cárcel a muchos hombres que se reencontraron con su propia humanidad sanada.
Eso es la Iglesia.
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leer todo ésto ME EMOCIONA, gracias.