Profecía e historia / 10 – El equilibrio no siempre es una virtud y las bendiciones están también en los detalles.
«La voz del Señor provoca dolores de parto a las ciervas y adelanta el parto de las cabras. En su templo todos dicen: ¡Gloria!» Salmo 29
Las preguntas difíciles y desequilibradas que los escritores bíblicos le hicieron a la historia siguen generando una lectura capaz de resucitar esa misma historia. Lo vemos en el detalle que redime el triste acontecimiento de la muerte de un niño.
El equilibrio suele ser una virtud. Pero, como ocurre con todas las virtudes, si se absolutiza, se convierte en un vicio. En las crisis éticas y espirituales, solo las decisiones desequilibradas nos pueden salvar. Dietrich Bonhoeffer no fue equilibrado cuando en febrero de 1938 decidió entrar en el grupo de conspiradores antinazis del almirante Canaris. Sus compañeros teólogos más equilibrados encontraron mil motivos de prudencia para asistir pasivamente al horror, y se hicieron cómplices. Ese comportamiento desequilibrado generó, en la cárcel, la teología probablemente más profética del siglo XX. Otro comportamiento imprudente y desequilibrado generó el Gólgota y el sepulcro vacío.
La Biblia no fue escrita por un grupo de intelectuales imparciales y equilibrados. La comunidad de escribas que contó la historia de Israel no era ajena a la historia que contaba; era parte de ella y una parte alineada. Escribían para resucitar el pasado dentro de un presente herido y exiliado. Por consiguiente, eran parciales, de parte, exagerados, hasta el punto de modificar las fuentes con operaciones que nosotros, los modernos, consideraríamos inapropiadas. El mérito de los escribas que compusieron la gran historia de Israel, desde el Génesis hasta el libro de los Reyes, consistió en proponer una lectura fuerte y por tanto parcial de su desventura.
Para entender y explicarnos por qué se ha terminado nuestra historia de amor, podemos leer las cartas de los abogados y las sentencias del juez; pero si queremos entenderlo de verdad tendremos que realizar un ejercicio espiritual con la memoria para reconocer unos pocos momentos, palabras y gestos, porque en las historias importantes no todas las palabras ni todos los días son iguales. Si queremos comprender qué le ha ocurrido a nuestra comunidad desmoralizada y marchita, podemos y debemos leer las actas de los consejos, las estadísticas y los anales oficiales; pero también deberíamos leer otras actas, interpretar las señales débiles que se nos han escapado, releer algunas palabras equivocadas pronunciadas en determinados momentos, algunos perdones no pedidos, algunos pecados de soberbia y poder. Y una vez que hayamos encontrado una clave de lectura, intentaremos actuar sobre la comunidad para cambiarla y resucitarla, conscientes de que esa clave es parcial, exagerada y desequilibrada.
Las comunidades ideales constituidas alrededor de una promesa, durante los exilios y después de ellos, deben aprender a formular preguntas radicales a su historia. Si no lo hacen, el exilio se hace infinito. Estas preguntas son esenciales, aunque las respuestas sean inadecuadas e insuficientes (como son a veces las de los redactores de los libros históricos). ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Qué ha pasado para que nos encontremos en esta situación? ¿Dónde nos hemos equivocado? ¿Cuándo y por qué se rompió la alianza? Si la Biblia ha llegado viva hasta nosotros, si de un “resto” nació Jesús de Nazaret siglos después, es porque un alma verdadera de ese pueblo ha sabido hacerse y hacerle a Dios preguntas difíciles y desequilibradas. Solo nos salvamos durante las crisis si aprendemos a formular preguntas radicales, porque estas son las que nos acompañan y alimentan cuando el tiempo pasa, el dolor aumenta y las respuestas no llegan.
El gran tema que ocupa los capítulos 12-16 del primer libro de los Reyes es el de los motivos del cisma del Reino del Norte y las vicisitudes de los primeros reyes de ambos reinos. Veamos algunos datos históricos útiles, pues los descubrimientos de la arqueología en las tierras de la Biblia y en las zonas limítrofes muestran una historia distinta, a veces muy distinta, de la que se cuenta en estos capítulos. Estos nos cuentan que después de la liberación de Egipto por obra de Moisés y después de la ocupación militar de la tierra prometida de Josué, las doce tribus de Jacob-Israel conocieron un desarrollo progresivo, hasta la institución de la monarquía de Saúl, David y finalmente Salomón, cuando el reino alcanzó su máximo bienestar y extensión geográfica de Norte a Sur. Esta “edad de oro” terminó con el cisma de Jeroboán, que dio comienzo a una decadencia que alcanzó su culmen con la ocupación babilónica y el exilio. La ruptura de la unidad nacional fue consecuencia del castigo de YHWH por la idolatría y la corrupción del reino del Norte (Israel).
Los datos extrabíblicos (una lectura excelente en este sentido es el texto de Mario Liverani Más allá de la Biblia) y las inscripciones encontradas en algunas estelas nos dicen otra cosa. En primer lugar, está casi comprobado que algunas de las tribus fueron autóctonas de la región palestina siglos antes del primer templo de Josué y de la monarquía. El crecimiento del reino de Israel fue una unificación/conquista de clanes que fueron anexionados a un núcleo israelítico relativamente pequeño al principio (nótese que el territorio de las doce tribus en su conjunto era casi tan grande como la región italiana de Las Marcas), que probablemente correspondía solo a las tribus de Efraín y Benjamín y por tanto al Norte, mientras que el Sur (Judá) sería de formación más reciente. Una figura clave en el proceso de ampliación del reino habría sido la de Omri (siglo IX), el fundador de Samaria, a quien la Biblia dedica apenas unas líneas (1 Re 16,22-28). Omri fue tan importante que durante mucho tiempo después de la destrucción de su dinastía se seguía hablando de la “Casa de Omri” para referirse al pueblo de Israel.
Así pues, los datos recientes ponen en crisis el relato bíblico de un reino único posteriormente divido en dos, y apoyan la tesis de que el reino unido de David-Salomón fue una edad de oro mítica pero no histórica, y que tal vez algunas de las empresas que la Biblia atribuye a David-Salomón fueron en realidad empresas de Omri. Además, toda la narración de los libros de los Reyes está compuesta desde el punto de vista del reino del Sur, de donde surge una lectura muy negativa de los reyes del Norte, acusados de idolatría. En realidad, es muy probable que los reyes del Norte no fueran más idólatras que los del Sur. Pero, como ocurre muchas veces, la Biblia conserva algunos restos de otras tradiciones “nórdicas” (lo vimos en su momento con la historia de Saúl), de las que emergen otras razones del cisma (un conflicto natural en los países que se desarrollan verticalmente).
Dentro de esta explicación parcial basada en la infidelidad del reino del Norte se sitúa el relato, tremendo y muy hermoso, de la visita de la mujer del rey al profeta Ajías: «Por entonces cayó enfermo Abías, hijo de Jeroboán, y este dijo a su mujer: Disfrázate para que nadie se dé cuenta de que eres mi mujer y vete a Siló; allí está el profeta Ajías … Llévate diez panes, rosquillas y un tarro de miel, y preséntate a él; él te dirá qué va a ser del niño. Así lo hizo; se puso en camino hacia Siló y entró en casa de Ajías. Ajías estaba casi ciego, tenía los ojos apagados por la vejez» (1 Re 14,1-4). Jeroboán conocía al profeta, y sabía que él era conocedor de su idolatría. Por eso hizo que su mujer se disfrazara. Pero el profeta ciego la reconoció por los andares: «En cuanto Ajías sintió el ruido de sus pasos en la puerta, dijo: Adelante, mujer de Jeroboán. ¿Por qué te haces pasar por otra? Tengo que darte una mala noticia» (14,6). La noticia era un tremendo oráculo de maldición: «Voy a traer la desgracia a la casa de Jeroboán … A los que mueran en poblado los devorarán los perros y a los que mueran en descampado los devorarán las aves del cielo» (14,10-11). Después añade la frase más tremenda de todas: «Y tú, vete a tu casa; en cuanto pongas el pie en la ciudad, morirá el niño» (14,12). La mujer se fue y «cuando cruzaba el umbral de la casa, el niño murió» (14,17). El niño Abías murió. De vez en cuando la Biblia utiliza la muerte de los niños para lanzar mensajes a los padres (y a nosotros). Es su lenguaje. Pero nosotros no podemos pasar de largo sin detenernos un poco bajo las cruces de estos inocentes, en la Biblia y en la vida.
Una mujer se disfraza por orden de su marido para cubrir su vergüenza. Aquí no es el rey quien se disfraza, como en el caso de Saúl cuando fue a ver a la nigromante de Endor (1 Sam 28), en otro episodio estupendo. El rey se queda en casa, le pide a la mujer que se disfrace y la envía. El texto no nos habla de las culpas de esta mujer de Jeroboán, pero ella es quien realiza la parte más dura de esta tragedia. Se disfraza para esconder la vergüenza del marido. Cuántas veces lo vemos en nuestras familias o en nuestras empresas, cuando una mujer “se disfraza” por una vergüenza ajena y va a hablar con los abogados, los banqueros o los jueces esperando obtener una buena noticia.
Esta mujer, esta reina, no articula una palabra en este relato escrito por varones para varones, donde se le comunica la muerte de un hijo con muy poca pietas. ¿Cómo y con qué palabras habría hecho este mismo anuncio una profetisa? Hagámosle estas preguntas a la Biblia; crecerá con nosotros. Una madre enmascarada es enviada a un profeta, es usada como mensajero, sin derecho a decir palabra ni a expresar sus emociones. Al texto no le interesa cómo reaccionó esa mujer ante la condena a muerte de su hijo. No nos dice si imploró al profeta para que pidiese a su Dios que cambiara de idea. Seguro que esa madre lo haría, porque las mujeres lo hacen cada día desde hace milenios. Sin embargo, el profeta se limitó a decir: «habla con Jeroboán», como si esa vida sacrificada fuera un asunto entre hombres, sin reconocer su condición de madre en esa “mala noticia” que le estaba dando. En la Biblia también hay crueldad, no debemos olvidarlo.
Pero en esta historia tremenda, la Biblia nos muestra un detalle de la mujer: sus pies. En los detalles no se esconde solo el diablo. En el origen de la cita, en los detalles estaba Dios y no el gran divisor; del mismo modo, los detalles de la Biblia de vez en cuando esconden bendiciones, que a veces redimen maldiciones. El profeta oyó el “ruido de los pasos de ella”; cuando “pongas el pie en la ciudad”; “cuando cruzaba el umbral de la casa”… Los momentos decisivos de este relato están marcados por el movimiento de los pies de la mujer.
La Biblia y los Evangelios están poblados por mujeres que caminan y se mueven, casi siempre “deprisa”. María “se dirigió apresuradamente” a visitar a Isabel; María de Betania “corrió al encuentro” de Jesús para decirle que Lázaro había muerto; las mujeres “se alejaron aprisa del sepulcro, llenas de miedo y gozo, y corrieron a dar la noticia a los discípulos”. Las mujeres andan y corren; aman con las manos y con los pies (los conocen porque los cuidan): “María ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos”. Este tipo de agape se llama María.
La fe y la piedad siguen su carrera en el mundo porque los hombres y las mujeres siguen corriendo en el camino. Y en esta carrera común, los pies de las mujeres corren más y de distinta manera.
Original italiano publicado en Avvenire el 04/08/2019.