Una mirada sobre la realidad de los pobres, apoyada sobre el reciente documento emitido por el Vaticano Oeconomicae et pecuniariae quaestiones.
Siempre se dice que las crisis afectan de modo particular a los más pobres. Y en realidad es así. Incluso me animo a afirmar que esto es de esa manera porque son los más desprotegidos y más vulnerables, ambas situaciones simultáneamente.
Los más vulnerables
Porque han tenido historias largas de carencias de generación en generación. Familias viviendo en casillas con techos de chapa, con paredes de nylon o cartón, con pisos de tierra, sin agua potable, sin cloacas durante décadas. O en ranchos de caña y barro, con techos de paja cargados de insectos, con letrina en tierra.
Los niños allí crecen a menudo sin alimentación adecuada, sin vacunas, sin zapatillas, sin estímulos que les ayuden a desplegar cualidades en el sistema educativo.
Entre los “con” y los “sin” llevan una vida desafortunada que acumula privaciones y frustraciones.
Una amiga periodista me decía: “la gente es siempre lo mejor que Dios nos da”. Sin embargo a muchos de ellos les parece que no nos importa su vida, su dolor.
Los más desprotegidos
Los más vulnerables son los más desprotegidos. La marginación deriva en exclusión, en quedar afuera de la sociedad sin poder entrar. Como leemos en el Documento Conclusivo de Aparecida: “Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: la exclusión social. Con ella queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está abajo, en la periferia o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son solamente ‘explotados’ sino ‘sobrantes’ y ‘desechables'”, (DA 65).
Esta falta de equidad no es casual ni neutra. No se da por sorteo a la hora del nacimiento. Es exclusión desde el lugar de la cuna hasta el cajón de la sepultura, pasando por cada etapa de la vida. Para más de la mitad de los niños que nacen en la Argentina comienza a proyectarse la película “Chau, igualdad de oportunidades”, salvo que suceda otra cosa, no por arte de magia, sino por decisiones vinculadas a modos distintos de entender la economía, la antropología, la política.
Para restaurar estas brechas, más duras e involuntarias que la llamada “grieta”, no basta promover mayor igualdad, sino equidad. En los barrios más pobres debieran estar las mejores escuelas, los mejores docentes, los mejores programas de desarrollo. Los mejores profesionales de la salud, las más avanzadas medicinas, y aun así es muy difícil recuperar los espacios cedidos a la desnutrición. Llenarse no es lo mismo que alimentarse. Un vaso de jugo es distinto del de leche, un pan o un plato de fideos llenan pero las proteínas de la carne son otra cosa.
Hace pocas semanas se dio a conocer un documento elaborado en forma conjunta por dos organismos del Vaticano: la Congregación para la Doctrina de la Fe y el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral (lo citaremos como “Consideraciones…”). Aborda “Las cuestiones económicas y financieras”. Es importante leer el texto completo, del cual transcribo unos pocos párrafos. Allí se nos dice que los más fuertes dominan la escena humana si no se ponen reglas claras y equitativas.
Nos recuerda una clara afirmación del Papa: “¡El dinero debe servir, no gobernar!” (EG 58).
La era industrial y la tecnología han incrementado notablemente la riqueza global, pero también la acumulación del capital mundial y nacional. Esto ha provocado grandes diferencias entre los países, incluso dentro de ellos.
Es importante señalar que “ningún espacio en el que el hombre actúa puede legítimamente pretender estar exento o permanecer impermeable a una ética basada en la libertad, la verdad, la justicia y la solidaridad” (Consideraciones…). Sin embargo se escuchan voces que pretenden disculpar a algunas profesiones, como si estuvieran más allá del bien y del mal. Y “no ha habido ninguna reacción que haya llevado a repensar los criterios obsoletos que continúan gobernando el mundo. Por el contrario, a veces parece volver a estar en auge un egoísmo miope y limitado a corto plazo, el cual, prescindiendo del bien común, excluye de su horizonte la preocupación no solo de crear, sino también de difundir riqueza y eliminar las desigualdades, hoy tan pronunciadas. Está en juego el verdadero bienestar de la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro planeta, que corren el riesgo de verse confinados cada vez más a los márgenes, cuando no de ser ‘excluidos y descartados’ del progreso y el bienestar real, mientras algunas minorías explotan y reservan en su propio beneficio vastos recursos y riquezas, permaneciendo indiferentes a la condición de la mayoría”.
El problema es que quienes dominan las cuestiones económicas mundiales son los poderosos que no tienen ninguna intención de restaurar la justicia y la equidad. Por eso el Documento destaca que “nuestra época se ha revelado de cortas miras acerca del hombre entendido individualmente, prevalentemente consumidor, cuyo beneficio consistiría más que nada en optimizar sus ganancias pecuniarias”. (Consideraciones…) Se ha dejado de lado la dimensión relacional de las personas entre sí.
“Este carácter original de comunión, al mismo tiempo que evidencia en cada persona humana un rastro de afinidad con el Dios que lo ha creado y lo llama a una relación de comunión con él, es también aquello que lo orienta naturalmente a la vida comunitaria, lugar fundamental de su completa realización.”(Consideraciones…) Se prefiere mirarnos como competidores y no como posibles hermanos en orden a construir una familia humana.
Y algo que para nosotros como creyentes es muy importante señalar, que “ningún beneficio es legítimo, en efecto, cuando se pierde el horizonte de la promoción integral de la persona humana, el destino universal de los bienes y la opción preferencial por los pobres. Estos tres principios se implican y exigen necesariamente el uno al otro en la perspectiva de la construcción de un mundo más justo y solidario” (Consideraciones…).
No quiero terminar estas reflexiones sin mencionar un aspecto que me parece crucial en el mundo. “Lo que había sido tristemente vaticinado hace más de un siglo, por desgracia, ahora se ha hecho realidad: el rendimiento del capital acecha de cerca y amenaza con suplantar la renta del trabajo, confinado a menudo al margen de los principales intereses del sistema económico. En consecuencia, el trabajo mismo, con su dignidad, no solo se convierte en una realidad cada vez más en peligro, sino que pierde también su condición de ‘bien’ para el hombre, convirtiéndose en un simple medio de intercambio dentro de relaciones sociales asimétricas”. (Consideraciones…) Lo que en algún momento se escuchó y resuena nuevamente entre los argentinos del sin sentido de “poner a trabajar la plata”.
“Precisamente en esa inversión de orden entre medios y fines, en virtud del cual el trabajo, de bien, se convierte en ‘instrumento’ y el dinero, de medio, se convierte en ‘fin’, encuentra terreno fértil en esa ‘cultura del descarte’, temeraria y amoral, que ha marginado a grandes masas de población, privándoles de trabajo decente y convirtiéndoles en sujetos ‘sin horizontes, sin salida’” (Consideraciones…) ·
*El autor es arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social del Episcopado argentino.
Artículo publicado en la edición Nº 599 de la revista Ciudad Nueva.