Los colombianos rechazaron el acuerdo de paz

Los colombianos rechazaron el acuerdo de paz

En medio de un elevado ausentismo, que alcanzó el 62 por ciento, con un margen de apenas 54 mil votos, los votantes dijeron “no” a lo negociado durante cuatro años.

Un baldazo de agua fría. ¿De qué otra manera definir el resultado del plebiscito que este domingo refrendó el acuerdo de paz entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC? Algo más del 50 por ciento de los votantes optó por el “no” a lo negociado en Cuba durante cuatro años mientras que poco más del 49 por ciento lo apoyó. La diferencia fue de apenas 54 mil votos, pero suficiente para hundir el país en la incertidumbre.

La ceremonia de la firma del acuerdo de paz, realizada hace apenas una semana, parece haber quedado en el olvido pese a que se trató de un evento internacional que contó con la presencia de una decena de jefes de Estado, decenas de cancilleres y líderes de organizaciones internacionales, que catapultó a Colombia en las portadas de los medios de comunicación.

Los analistas de lo ocurrido este domingo tratan de explicar desde anoche este resultado imprevisto. En efecto, si bien los sondeos indicaban un repunte del “no”, la victoria del “sí” era pronosticada con un amplio margen, entre el 55 y el 62 por ciento. Lo cierto es que fue muy poca gente a votar, apenas el 38 por ciento de los habilitados, lo que facilitó el triunfo del “no”. En algunos departamentos donde se afirmó el sí, la participación fue del 30 por ciento.

El gran derrotado políticamente es el presidente Juan Manuel Santos, quien obtuvo la reelección utilizando precisamente el tema del acuerdo de paz como eje de su campaña. Primó posiblemente el rechazo a la guerrilla de las FARC, que la derecha liderada por el ex presidente Álvaro Uribe supo manejar transmitiendo la idea de que el acuerdo otorgaba una injusta impunidad a los líderes de la guerrilla responsables de crímenes de guerra. Una postura que no refleja por completo la realidad, puesto que Uribe se opone a perseguir con el mismo ahínco los crímenes, todavía más atroces, cometidos por los paramilitares. Por otro lado, puede que los partidos a favor del acuerdo de paz no hayan utilizado sus recursos para respaldar la campaña y, por sobre todo, faltó una labor de transmisión de los contenidos de los acuerdos. Esta falencia ha sido indicada reiteradas veces desde el mismo comienzo de las negociaciones de paz en Cuba, hace cuatro años.

¿Qué ocurrirá? Es difícil preverlo. Ni Santos ni los miembros de su gobierno disponen, por su propia admisión, de un plan alternativo. Rodrigo Londoño, en nombre de las FARC, dio a conocer un comunicado en el que el grupo reafirma su voluntad de paz y que “las palabras” serán la única arma política para la construcción del futuro. Es un primer gesto de gran importancia. El presidente Santos ha afirmado que no dejará de construir la paz y ha convocado a un dialogo nacional a todas las fuerzas políticas para encontrar un camino a lo que parece ser un callejón sin salida. Uribe, que en las últimas horas ha utilizado un lenguaje muy moderado, propone renegociar el acuerdo en los aspectos relativos a la persecución de los crímenes de guerra y la reparación para las víctimas, para la que también la guerrilla debería utilizar los bienes en su posesión.

En definitiva, el lado lleno del vaso es que todos quieren la paz. El punto es acordar de qué manera sancionarla. El gran aprendizaje, que quizás puede ser transformado en una fortaleza, es que en política no se puede nunca dar por descontado un resultado ni un proceso político puede ser improvisado y, además, siempre se tienen que analizar todas las alternativas posibles. Comprenderlo puede significar un progreso para la democracia en Colombia, necesario ahora que se abre una nueva fase de construcción política.

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