Hay fechas que son muy queridas dentro del calendario. Una de ellas es el 21 de mayo, porque es el recordatorio del Amor que siete enormes seres humanos tuvieron por su comunidad en Argelia.
Aquel martes, estos siete monjes trapenses de nacionalidad francesa fueron asesinados por sus captores.
Los religiosos fueron bien conscientes de los riesgos que implicaba permanecer en Argelia, luego de una violenta visita que recibieran durante la víspera de la Nochebuena de 1993.
Sin embargo, esta pequeña gran Comunidad benedictina decidió permanecer en el Monasterio de Tibhirine, pese a la amenaza certera que habían recibido y a las masacres que eran moneda corriente en la región.
Tibhirine es una palabra que en lengua bereber significa jardines. Es el nombre del pueblo, ubicado 100 kilómetros al sur de Argel, lugar donde no abunda la flora. Su clima es extremo, tanto en verano, como el frío en invierno. Condiciones salvajes, solo aptas para pocas personas.
El objetivo de este escrito, es el de resaltar este pequeño gran gesto de una comunidad que tomó una decisión colectiva, y optando por el vero Amor, aquel de saber que se da la vida, por las personas del lugar, en un gesto de amor, no de grandeza. Si, si, no es algo “racional”, claro que no! Algo solo reservado a personas de convicciones firmes, con una enorme fe colectiva que nos deja un legado. Siempre me hizo ruido el testimonio de estos curitas, y me hace recordar cotidianamente la necesidad de pedir: “Señor aumenta nuestra fe”.
A Dios gracias, un director de cine, puso el ojo sobre este caso, tratándose de un modo que es casi como meterse dentro del Monasterio de Atlas y convivir con esta comunidad orante, y en su vínculo con el vecindario. Que demás está decir era una población casi absolutamente musulmana. Lejos de buscar salir a convencer a sus moradores, los monjes mantenían la regla cisterciense, solo apta para personas con una devoción inconmensurable y con un profundo amor a las personas.
El director mencionado fue el francés Xavier Beauvois, quien en 2010 estrenó un film que es una delicia absoluta: De dioses y hombres, obra magistral que retrata la vida que habitaba en ese monasterio.
Una bellísima aproximación que rompe el molde de la vida monástica y muestra el bellísimo puente que construyó la comunidad de Monasterio de Atlas con su vecindario.
Compartimos parte del testimonio de Jean Pierre Schumacher, un monje nacido en 1924, uno de los sobrevivientes del secuestro, quien habita el monasterio de Midllet en Marruecos, el único cisterciense en el Magreb. Uno de esos templos donde se viven los votos con doble fervor, como queriendo asumir los de otros.
El 30 de mayo de 1996 las cabezas de los siete monjes secuestrados fueron encontradas en bolsas de plástico junto a la carretera, cerca del pueblo de Medea. La de Christian, el prior del monasterio; Christophe, el agricultor; Michel, el cocinero; Célestin, el responsable del albergue; Luc, el médico que llevaba más de 47 años en Argelia y que curaba gratis a los habitantes de la región; y los monjes Bruno y Paul, de visita en el monasterio, quienes probablemente salvaron la vida a Amédée y Jean-Pierre, únicos sobrevivientes.
Sus cuerpos nunca fueron localizados, y dos décadas después, tras numerosos artículos, libros, investigaciones, y películas, la tragedia sigue sin haber sido aclarada.
Desde Marruecos, donde Jean Pierre vive junto a su pequeña comunidad de cuatro monjes que intentan mantener vivo el espíritu de Tibhirine, recuerda lo sucedido. “Los comienzos de la orden fueron difíciles. Fue un periodo duro y de poca estabilidad. Eran los años 60 y se estaba construyendo la nueva Argelia. Abrimos el dispensario, donde el hermano Luc atendía diariamente cerca de 80 personas. En 1984 Christian de Chergé, que hablaba árabe, fue elegido prior, y a partir de ahí nos convertimos en una auténtica comunidad. Éramos casi independientes, lo que fue una ventaja porque nos permitía tomar muchas iniciativas en la relación cristiano-musulmana“.
Una de ellas fue la creación de encuentros bianuales con musulmanes sufíes que llamaron ribat (monasterio islámico). “Esto nos permitió llevar a cabo una evolución hacia el estudio del islam“. Se remonta más atrás. “Yo había llegado en 1964… Llevaba el economato, hacía recados, iba a vender las verduras de nuestra cooperativa al mercado. Tenía contacto con los comerciantes y la gente. Lo veía como un ministerio, me veía como el representante del monasterio entre la gente. Para nada buscaba convertirlos, se trataba del intercambio, de ayudar a esa gente y de demostrar que la convivencia de los hermanos musulmanes y los cristianos era posible“.
La Nochebuena de 1993
Sin embargo, los ribat dejaron de celebrarse en 1993, cuando tuvo lugar el primer ataque. “Era la noche de Navidad, y estábamos en la sacristía preparando los cantos, cuando entró un grupo de hombres armados hasta los dientes. Diez días antes habían sido asesinados 13 croatas y bosnios a tres kilómetros del monasterio, y pensamos que nos pasaría lo mismo. Pero nos dijeron que, como éramos religiosos, no nos harían nada. Hicieron llamar al padre Christian y exigieron que el doctor fuera a curar a los heridos a la montaña, que les diéramos medicamentos y dinero. En árabe, Christian dijo que no a las tres cosas, pero les invitó a traer a los heridos al monasterio para curarlos”.
A la cabeza del comando, el líder islamista Sayah Attia pedía hablar con el “papa” del lugar. Pretendía someter a los monjes a una serie de exigencias. Christian explicó desde el principio que el monasterio era un lugar de paz y que nadie entraría con armas. El jefe del comando elige hablar fuera. En un tono amenazador, pidió el envío del médico, el hermano Luc, a las montañas para curar a sus combatientes. Exigió una serie de beneficios adicionales, especialmente dinero. Christian rechazó todo: el dinero, por supuesto, porque el monasterio era pobre pero sobre todo porque no podía financiar armas. En cuanto al médico, tampoco. Los combatientes serían atendidos en el monasterio, en nombre de la caridad y la fraternidad que se debe a todo ser humano.
El “no” decidido y suave opuesto cada vez que Sayah Attia hacía una petición enfadó a éste último. De repente exclama: “¡No tienes opción!”. Christian responde: “Si, tengo elección”. La de sacrificar su vida. Sayah Attia está impresionado. Advierte: “¡Volveremos!”. Christian: “Esta noche celebraremos la Navidad. Es el nacimiento del príncipe de la paz…” Jesús es uno de los profetas de los musulmanes. El jefe del comando se echa atrás: “Perdóname. No lo sabía”. Y nunca habría de regresar.
Herido en un combate con el ejército argelino, agonizará entre terribles sufrimientos durante unos diez días, sin hacer llamar al médico, en las montañas. Y Christian, tratando de imaginar la llegada de Sayah Attia al paraíso, defendía las circunstancias atenuantes, diciendo: “Pido a Dios que le perdone”.
A finales de marzo de 1996, desaparecerá el prior, junto otros a seis monjes de Tibhirine. Aquella angustia durará 56 días, durante los cuales el GIA chantajeará con la liberación de sus combatientes detenidos en Argel.
A fin de mayo, las cabezas de los siete monjes serán encontradas a la entrada de la ciudad de Médea.
El Perdón
“Si me sucediera un día – y ese día podría ser hoy – ser víctima del terrorismo, escribía Christian en su testamento, yo quisiera que mi comunidad, mi Iglesia, mi familia, recuerden que mi vida estaba entregada a Dios y a este país”. Lamentaba de antemano que los argelinos fueran acusados indistintamente de su asesinato: “Sería pagar muy caro lo que se llamará, quizás, la “gracia del martirio” debérsela a un argelino, quienquiera que sea, sobre todo si él dice actuar en fidelidad a lo que él cree ser el Islam”. Esta frase lo sitúa a él y a sus hermanos cistercienses, no como mártires de la fe, sino de la fraternidad y de la caridad, siempre solidarios con un pueblo que sufre. “Mi vida, decía él, no tiene más valor que otra vida. Tampoco tiene menos. En todo caso, no tiene la inocencia de la infancia. He vivido bastante como para saberme cómplice del mal que parece, desgraciadamente, prevalecer en el mundo, inclusive del que podría golpearme ciegamente”. Así absuelve a su futuro asesino, el “amigo del último minuto”, que no sabía lo que hacía. “Y que nos sea concedido reencontrarnos como ladrones felices en el paraíso, si así lo quiere Dios, Padre nuestro, tuyo y mío”.
Escrito en primera persona del singular, el testamento de Christian debe leerse en plural, porque el don de su vida se ha convertido en el de los siete monjes de Tibhirine. Para él y sus hermanos, esta muerte no puede disociarse de “tantas otras tan violentas y abandonadas en la indiferencia del anonimato”.
Cuando su familia tuvo conocimiento del texto – su madre fue la primera en leerlo, y luego todos sus hermanos -, lo discutieron en familia: su mensaje era luminoso. Estaban afligidos, pero les mostraba el camino: cuando en lugar del odio y la venganza, el perdón viene a implantarse en la tierra de la memoria, hace que crezca algo nuevo, y logra hacer que en lugar de un veneno, haya un brote de savia que de nueva vida.
El perdón es una conversión en el sentido primario del término. No es un final, sino un nuevo comienzo. El testimonio de Christian determinó en su hermano Hubert un compromiso humilde, sin duda, pero fervientemente militante, por el acercamiento y la comprensión entre cristianos y musulmanes.
En este camino por la paz, Hubert también cuenta con los judíos y los no creyentes… Ha visto, por ejemplo, en sus encuentros de los últimos diez años, gente de diferentes confesiones descubrir que ciertas palabras de sus textos fundacionales les eran comunes. No se trata de promover ningún tipo de sincretismo, sino de compartir experiencias y descubrir en nuestras diferencias fuentes de profundización.
En un contexto dominado a menudo por otros intereses, el hombre debe estar en el centro del dispositivo, para una alianza entre las buenas voluntades. Así, en esta víspera de Navidad resuenan en mí las palabras de Christian dirigidas a Sayah Attia: “Es el nacimiento del príncipe de la paz”.
Descansan en Paz
El 4 de junio de 1996, los monjes Jean Pierre y Amedé regresaron a Tibhirine para enterrar las cabezas de sus siete hermanos. “Todos los hombres de alrededor del monasterio vinieron. Ellos enterraron a los hermanos. La población civil llevó los ataúdes a las tumbas, y cada uno echó un puñado de tierra. Al final todos nos abrazamos“.
Sepa disculpar el lector si el papel está mojado, son lágrimas que emanan que escribo sobre estos hombres, cabales flores de Tibhirine …
Fuentes:
Testimonio de Hubert de Chergé – https://www.youtube.com/watch?v=qb2ukwWCyRM&t=888s
Guillemette de Sairigné : Mille pardons. Des histoires vécues. Une exigence universelle. Editions Robert Laffont, 299 p.
Le Figaro, no. 19406, Le Figaro Magazine, sábado, 23 de diciembre de 2006, p. 32
https://www.moines-tibhirine.org/esEl Mundo – https://www.elmundo.es/cronica/2016/03/30/56f67e1b268e3e12068b4588.html