El equipo británico perdió por 4 a 2 contra la Roma a orilla del Tíber. Pero a la ida había ganado por 5 a 2. Un gol que hizo la diferencia.
El Liverpool será el equipo que disputará con el Madrid en Kiev el próximo 26 de mayo la final de la Champions League.
Una multitud de peregrinos rojos se trasladó hasta la costanera del Tíber para acompañar a sus jugadores que se enfrentaban a la Roma y entonó el You’ll Never Walk Alone al cabo de una noche tan agitada en la vuelta como en la ida.
El resultado final fue un 4-2 a favor de los locales. Buen resultado, sin duda, pero insuficiente ante el 5-2 con lo que los británicos habían superado a los romanos en el partido de ida.
Se constató, sin embargo, la fragilidad del Liverpool. El equipo inglés salió victorioso y finalista, pero el doble choque con los romanos deja la sensación de que fue más que por la fragilidad en el partido de ida de la Roma que por aciertos técnicos de su entrenador.
La Roma necesitaba el partido perfecto para compensar el más imperfecto de los partidos disputado en la isla británica. Allí el cambio de estrategia no benefició a los amarillos y rojos, pasando del 4-3-3 tradicional al 5-3-2. Le fue mal y hoy lo lamenta más que nunca, ya que esos cinco goles pesaron demasiado (y hasta fue un 5 a 0 durante varios minutos).
El mérito de Jürgen Klopp ha sido el de conformar un equipo súper competitivo con una defensa de segunda categoría y un mediocampo limitado por jugadores con oficio, pero sin clase ni demasiado ingenio. Pese a todo, le dio resultados, aunque ajustados. Será tarea difícil la de contener los desbordes y la clase de los jugadores del Real Madrid, sólido por donde se lo mire. La final promete ser apasionante.