Editorial de la revista Ciudad Nueva del mes de agosto.
La libertad es un concepto, y fundamentalmente un valor, que nos atraviesa por completo en cada circunstancia de nuestras vidas. Desde las situaciones más simples a las más complejas, la libertad personal juega un papel clave en la realización humana.
No obstante, cuando nos referimos a los contextos de encierro las teorías pueden empezar a flaquear y solo quienes atraviesan la experiencia de estar presos pueden explicar lo tortuoso que significa estar en una celda. “El problema no es estar preso en una cárcel, el problema es la cárcel”, sentencia en estas páginas la escritora Cristina Domenech, quien durante 10 años dictó talleres de escritura en la Unidad Nº 48 de San Martín, provincia de Buenos Aires, poniendo en el foco de atención la condición en la que viven quienes cumplen una pena.
Teniendo en cuenta ese contexto, cobra todavía mayor valor la tarea de tantas personas que ponen a disposición su tiempo y capacidades para acompañar a los presos, como una manera de derribar imaginariamente los muros de la indiferencia. Como un detenido le dijo alguna vez a un miembro de nuestra redacción, cuando éste frecuentaba un penal con un grupo de jóvenes para jugar al fútbol con los internos: “Que ustedes vengan nos hace experimentar por un rato la posibilidad de estar afuera”.
No faltaban tampoco las interpelaciones sobre el profundo sentido de la libertad que aparecían en el interior de estos jóvenes, cuestionándose sobre las cosas –muchas veces materiales– que los tenían cautivos en la vida de todos los días.
“Nadie puede condenar al otro por los errores que ha cometido ni mucho menos infligir sufrimientos ofendiendo la dignidad humana”, les decía el papa Francisco al personal carcelario, mientras argumentaba sobre la necesidad de humanizar las cárceles: “Es doloroso escuchar, en cambio, que tantas veces son consideradas como lugares de violencia y de ilegalidad, donde arrecian las maldades humanas”.
Las condiciones de las cárceles suelen ser denigrantes y el proceso de inserción se vuelve un desafío todavía más difícil, por el trato que reciben los mismos presos y por la mirada condenatoria de una sociedad a la que le cuesta hacerle espacio a quienes ya cumplieron con la pena que les haya puesto la ley.
Como nos sucede en cada edición, cada tema que abordamos es una ventana de aprendizaje que nos obliga a estar abiertos a quienes conocen de cerca la realidad de la que hablamos. Es una invitación a no juzgar sino a hacer el esfuerzo de empatizar con el sufriente, al margen de si está pagando una pena justa por un delito cometido. Para comprender el significado de la libertad, incluso en un contexto de profundísimas injusticias y aberraciones contra la dignidad humana, es bueno repasar las conclusiones de Victor Frankl, quien estando en los campos de concentración nazis, encontró un sentido para la libertad: “Recordamos a los hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les quedaba. Puede que fueran pocos en número, pero ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas −la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias− para decidir su propio camino”.
Artículo publicado en la edición Nº 611 de la revista Ciudad Nueva.