Lo dijo el cardenal Mario Poli durante las celebraciones de San Cayetano.
El santuario que lleva su nombre en barrio porteño de Liniers, recibe a miles de fieles desde la madrugada para honrar al santo y pedir su la protección.
La misa central, con procesión de la imagen del santo, fue presidida por el cardenal Mario Aurelio Poli, arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina.
“Bienvenidos al santuario de San Cayetano, donde Dios habla al corazón y sabe cómo renovarnos la esperanza y la fuerza para seguir caminando”, inició diciendo en su homilía. “El santuario abre sus puertas a todos sin discriminar, porque todos somos hijos amados por un mismo padre Dios”.
Recordando las palabras de Jesús, “yo soy el camino, la verdad y la vida”, anunció: “la vida no termina con la muerte. Hay un destino trascendente y eterno para cada uno de nosotros a su lado, en su casa del Cielo”. “Pero en el peregrinar de la vida, tenemos un Evangelio para poner en práctica”, añadió.
El cardenal Poli anunció que quienes están en el centro del camino de la iglesia, sus preferidos, “son los pequeños, los marginados, los más débiles e indefensos, los enfermos, los pobres y los necesitados”. Como hijos de Dios “no fuimos creados para la mentira y la falsedad; sino para caminar en la luz de la verdad que nos hace libres y nos deja vivir en paz”, señaló.
A propósito de esto, el arzobispo, pidió a los señores senadores que “no interrumpan la honrosa y laudable tradición de legislar para el bien común, con leyes que abran a la esperanza de nuestro pueblo, a favor de la cultura de la vida, protegiendo a los más débiles e indefensos y que esperan participar de nuestra historia”.
Ante el “serio y grave desafío”, que hoy vivimos en nuestra Nación, en el que “se juega la aventura de niños y niñas concebidos que esperan nacer en el vientre de sus madres”.
“El proyecto de ley de “interrupción voluntaria del embarazo”, pone a los indefensos y vulnerables seres humanos que se están gestando en un camino sin salida, excluidos de la legítima defensa, sin juicio ni proceso. Solo les corresponderá el deber de aceptar morir sin más. Porque sabemos que detrás de la incomprensible palabra interrupción no hay nada más”, manifestó. Y exhortó a cada cristiano a elevar “la voz de los que no pueden hablar; en defensa de las dos vidas: la de la madre y la del bebe”.
“No juzgamos a nadie”, dictaminó, “y menos a las madres que por motivos que solo ellas y Dios saben, a veces bajo presión, sin trabajo, solas, y padeciendo hasta el final la incomprensión de su entorno, optan por el aborto, que siempre será un drama”. “Para ellas los brazos de la misericordia siempre estarán abiertos para consolar, perdonar y animar a seguir caminando”.
Llamó a la comunidad a “multiplicar los esfuerzos, para que las jóvenes mamás embarazadas y solas encuentren un espacio donde puedan compartir sus temores y sientan el abrazo y la ternura de mujeres que tuvieron la alegría de concebir, a pesar de todo”.
“Jesús nos enseñó que la vida se la recibe como don sagrado y se la comparte generosamente”, recordó. “Quién sabe si entre estos niños no pueda nacer un varón o una mujer que tenga los dones y talentos para llevar a nuestro pueblo por el camino del progreso, de la paz y la justicia. Quién sabe si entre ellos no nacerá un santo o una santa, que haga más felices nuestros días”.
Y con un llamamiento a observar un real problema social, anunció: “Que este debate no oculte ni postergue ocuparse del verdadero problema argentino: los pobres. Los que hoy ocupan casi la tercera parte de la población nacional, siguen esperando”.
Con la mirada puesta en los fieles devotos del santo, mencionó: “Las paredes del santuario de san Cayetano contienen muchas historias de conversión, de perdón, de dones recibidos y de acciones de gracia que millones podrían contar”, indicó mirando a cada peregrino presente, que cada año asiste a la fiesta. “Aquí donde el pueblo viene más a agradecer que a pedir; a rezar más por los demás, que por uno mismo. Donde la solidaridad muestra su mejor rostro y se convierte en providencial ayuda”.
El cardenal Poli concluyó pidiendo a la Virgen de Luján, “la que concibió sin pecado original, pero sufrió mucho por ellos, sufrió el destierro, la incomprensión y también sufrió al pie de la cruz, al ver a su hijo entregarse por nosotros. Que ella madre bendita, nos cobije, nos cuide y proteja al pueblo argentino. Amén”.
Fuente: AICA