En Chile sigue la lucha contra el fuego, mientras florece un renovado espíritu solidario hecho de pequeños y grandes gestos.
“Es imposible no conmoverse ante las reacciones que están provocando los incendios”, me comenta Roberto, desde hace un mes jubilado del empleo público. Se refiere a la entereza con la que los chilenos están viviendo la peor catástrofe de este tipo en su historia que ya ha consumido más de 500.000 hectáreas. “No he visto a nadie con actitud lastimera o quejarse, sino a muchos reaccionar con firmeza: seguiremos adelante”, añade su esposa, también jubilada. Cuentan que en su parroquia evangélica de La Serena, en el norte del país, han organizado una recolección de ayudas. Parroquias y organizaciones de todo tipo se movilizan en estas horas.
Las imágenes de la desolación en Santa Olga, el pueblo de 5.000 habitantes arrasado por las llamas, han quedado en las retinas de todos, reiteradas una y otra vez por los canales televisivos. En medio de la desolación más total, una mano anónima colocó sobre los restos humeantes una bandera chilena. Allí cumplía su labor informativa el periodista Gonzalo Ramírez cuando se dio cuenta de que varias personas que constaban haberlos perdido todo estaban siendo presa de la emoción y el dolor. El reportero siguió con su labor, pero cuidando con pudor que la cámara no enfocara esos momentos de íntimo dolor. El gesto le ha valido el reconocimiento de miles de personas en las redes sociales.
Una vez más una bandera. Entre Santa Olga y Los Aromos, aldea también destruida, un grupo de seis casas todavía ardía cuando un niño de unos diez años se metió adentro para recuperar… la bandera de su país con la que se puso a hacer señales al borde de la carretera. Eso permitió que los socorristas entendieran que algo había pasado y a su gente pudo llegar ayuda.
A la salida de los supermercado hay jóvenes recogiendo agua, barras de cereales y bebidas energéticas para los más de 20.000 socorristas que siguen luchando contra los incendios. El Hogar de Cristo, prestigiada ong, está organizando una colecta con el objetivo de juntar unos 1,8 millones de dólares para reconstruir las más de 1.100 viviendas destruidas. Varios bancos han abierto cuentas donde depositar dinero. Entre los brigadistas, aparece una empresaria, madre de familia que tiznada por el humo se acerca a la cámara de un medio televisivo y desde allí llama a colaborar: “Mi puesto es aquí en este momento. Vengan, los necesitamos”.
La casualidad pone ante las cámaras a un voluntario extranjero empeñado en combatir el fuego. Cuenta que se vino desde Santiago. “Hay que ayudar”, dice escueto. “¿De dónde es usted?”, pregunta el periodista. “Vivo en Chile y soy peruano y ¿sabe qué?, es un deber estar aquí ayudando porque este país nos ha recibido, nos permite vivir, nos da una oportunidad y este es el momento de devolver algo de lo que recibimos”. Por la cabeza de cientos de miles de televidentes pasan seguramente tantos episodios de prejuicios y de separación con los peruanos que parecen disolverse en unos segundos. “¿En qué trabaja usted?”. El hombre tiene una nueva reacción inesperada. “Yo no tengo trabajo, señor, pero no es éste el punto y no es momento de hablar de mí, sino de que hoy tenemos que estar ayudando”, dice mirando fijo la cámara.
Entre las once víctimas mortales también hay dos bomberos. Lo que no se sabe fuera de Chile es que aquí el cuerpo de bomberos está formado totalmente por voluntarios. Los miles que a diario están arriesgando su vida, como los dos fallecidos, lo hacen gratuitamente, incluso deben costearse parte de su equipamiento, como la pesada ropa y las botas que los protegen (un costo que va entre los 1500 y los 3000 dólares). Varias veces aparece la propuesta de remunerarlos, y ellos son los primeros en rechazarla. “El sentido y la validez de ser bombero es que no te paguen”, asegura Alez Muñoz, capitán de la compañía de Constitución. Por eso la gente los mira con cariño y respeto. Cuenta que hace una semana, una pareja de novios canceló su boda ya organizada: los canapés y la torta nupcial fueron a parar en la compañía de bomberos empeñada contra los incendios.
Por lo visto, las llamas no pudieron con el espíritu de un país. Chile está de pie.
Para más información suscribite a digital.ciudadnueva.com.ar o a la versión papel en ciudadnueva.org.ar/revista/suscripciones.
Las grandes dificultades y catástrofes también son grandes oportunidades de la manifestación del espíritu fraterno, del heroísmo y grandeza de corazón. Es oportunidad de fortalecer los vínculos comunitarios; un trampolín poderoso hacia el AMOR.