Editorial de la edición Nº 605 de la Revista Ciudad Nueva.
Para poder amar es necesario conocer. Pasa en las relaciones humanas. El vínculo entre las personas crece y se profundiza más en la medida que conocemos de una mejor manera al otro. En esa diversidad es posible reconocernos únicos, valiosos y originales.
Lo mismo sucede con las culturas y los lugares diferentes que podamos visitar cada vez que viajamos. Y cuando nos referimos a viajar, no necesariamente tenemos que hablar de subirnos a un auto, un micro o un avión, sino que esa posibilidad de descubrir nuevos sitios puede darse también en nuestra ciudad o lugar que habitamos. No obstante, todas podemos incluirlas en un modo de hacer turismo, una actividad que crece anualmente y que se ha convertido en una oportunidad de enriquecimiento mutuo entre visitantes y pobladores, entre turistas y nativos del lugar.
“El turismo contribuye a incrementar la relación entre personas y pueblos que, cuando es cordial, respetuosa y solidaria, es como una puerta abierta a la paz y la convivencia”, decía san Juan Pablo II en su mensaje para la 25º Jornada Mundial del Turismo en 2004, y agregaba: “En efecto, muchas de las situaciones de violencia que sufre la humanidad en nuestros tiempos tienen su raíz en la incomprensión, e incluso en el rechazo de los valores y la identidad de las culturas ajenas. Por eso, podrían superarse tantas veces mediante un mejor conocimiento recíproco. En este contexto, pienso también en los millones de emigrantes que han de participar en la sociedad que los acoge basándose sobre todo en el aprecio y reconocimiento de la identidad de cada persona o grupo”.
Aquellas palabras del “Papa peregrino”, quien precisamente hizo de sus viajes apostólicos un sello inconfundible de su pontificado, representan uno de los faros que pueden guiar a quien se zambulle en la aventura de descubrir nuevos lugares, tradiciones y culturas.
En este sentido, la propuesta de esta edición es embarcarnos, dejarnos llevar a través de estas páginas y navegar conociendo diferentes maneras de hacer turismo y descubriendo cómo esos estilos de viajar y visitar sitios han revitalizado y enriquecido las relaciones humanas entre visitantes y visitados. “Viajamos para cambiar no de lugar, sino de ideas” decía el filósofo francés Hippolyte Taine.
Esta actividad humana tiene un potencial incalculable e incluso las nuevas tecnologías han colaborado en ello, ya que aproximadamente un 50 % de los viajeros digitales se inspiran de la observación de imágenes y comentarios en línea, y el 70 % consulta vídeos y opiniones de quienes ya han viajado, antes de tomar una decisión.
El cardenal Peter K. A. Turkson, prefecto del dicasterio para el servicio del desarrollo humano integral, hizo hincapié en su mensaje por la Jornada Mundial del Turismo de 2018 en que “la Iglesia siempre ha prestado especial atención a la pastoral del turismo, del tiempo libre y de las vacaciones como oportunidades de recuperación, para fortalecer los lazos familiares e interpersonales, levantar el espíritu, disfrutar de las extraordinarias bellezas de la creación y crecer en la ‘humanidad integral’. Cada criatura tiene una función y ninguna es superflua. Todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia nosotros. Por lo tanto, el turismo es un vehículo eficaz de valores e ideales cuando ofrece oportunidades y ocasiones para hacer crecer a la persona humana, tanto en su dimensión trascendente, abierta al encuentro con Dios, como en su dimensión terrenal, en particular en el encuentro con las otras personas y en el contacto con la naturaleza”.
Que en este período estival, durante el cual generalmente logramos bajar un cambio, podamos redescubrir las bellezas de los lugares que habitamos o que visitemos y las riquezas de las personas con las que nos encontremos, de modo que cada experiencia, cada vínculo, sea un viaje en el que conocemos al otro y a nosotros mismos siempre un poco más.
Nota: Editorial publicada en la edición Nº 605 de la revista Ciudad Nueva.