La unión con Dios en santa Clara de Asís

La unión con Dios en santa Clara de Asís

Mensaje de Chiara Lubich a los miembros del Movimiento de los Focolares en la fiesta de santa Clara, el 11 de agosto de 2004.

Santa Clara encontró el camino de la unión con Dios sobre todo amando.

Es la experiencia de la promesa de Jesús: (…) “El que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré … iremos a él y habitaremos en él” (cf Jn.14,21-23). Para santa Clara, el alma que ama se convierte en morada de Dios y recibe la mayor gracia del cielo. Escribió: “ya que los cielos y las demás criaturas no pueden contener al Creador, y sola el alma fiel es su morada y su sede, y esto solamente por la caridad (…)1.

Según el autor de la leyenda de santa Clara “la abundancia de la gracia divina” estuvo presente desde su nacimiento. Su madre Hortulana, “muy próxima ya al alumbramiento, oraba en la iglesia ante el Crucificado para que la salvara de los peligros del parto, cuando oyó una voz que le decía ‘No temas, mujer, porque alumbrarás felizmente una luz que hará más resplandeciente a la luz misma”. Por eso la recién nacida fue llamada Clara. Creciendo – está escrito – “era muy aficionada a la santa oración. (…)Y, al no disponer de otro medio con el que llevar la cuenta de sus oraciones, contaba ante Dios sus breves plegarias mediante unas piedrecitas”2.

“Ardía en el amor de Dios” 3 (…), y toda Asís hablaba de su bondad. Tenía 18, 19 años cuando conoció a Francisco4.

En el encuentro con Francisco, Clara no solamente halló la respuesta a lo que buscaba, la unión con Dios, sino que ésta estalló en toda su intensidad. Y santa Clara se sintió amada por su Señor con el mismo amor con el que una madre ama a su hija más pequeña, y queriendo responder con su amor, eligió a Dios como único ideal de su vida.

Ella, además del amor a Dios, prefirió los siguientes modos para llegar a la unión con Él: la oración, escuchar la Palabra, el amor a Jesús pobre y crucificado, el amor a Jesús Eucaristía y la penitencia.

Se decía de santa Clara que era constante en la oración, día y noche. Para ella, en efecto, estudio, trabajo, deberes, todo era una santa oración, fruto del amor.

Y las hermanas atestiguaban: “Cuando volvía de la oración, su rostro parecía más claro y más bello que el sol”5.

Es más, se dice que el papa Gregorio IX la visitaba gustoso “para escuchar celestiales y divinos coloquios de ella, que era sagrario del Espíritu Santo”6.

También experimentaba la unión con Dios escuchando la Palabra de Dios, a través de la predicación por la que sentía una gran avidez. Sor Inés de Oporto narró una visión que tuvo mientras escuchaba una predicación con santa Clara: “vio junto a santa  Clara un niño hermosísimo, que le parecía de unos tres años de edad (…) y escuchó una voz: ‘Yo estoy en medio de ellos’, significando con tales palabras que el niño era Jesucristo, el cual está en medio de los predicadores y de los oyentes cuando escuchan como deben la Palabra de Dios”7.

Para la santa, la culminación de la unión con Dios es la experiencia nupcial. Presenta Cristo a las hermanas como el esposo más noble, y asegura que las esposas del Cordero podrán acompañarlo dondequiera que vaya.

En la secuela de Francisco se enamoró de Cristo crucificado y a su vez quiso hacer enamorar a otras personas. Escribía en una carta: “Mira Reina nobilísima, a tu Esposo, (el más hermoso de los hijos de los hombres), que, por tu salvación, se ha hecho el más despreciable de los hombres (…) y trata de imitarlo. Si sufres con Él, reinarás con Él; si lloras con Él, gozarás con Él; si mueres con Él en la cruz de la tribulación, poseerás con Él las mansiones celestes en el esplendor de los santos”8. Los dolores físicos la llenaban de alegría.

Por lo que se refiere a Jesús Eucaristía, en el proceso se declara que se confesaba a menudo y muchas veces recibía el Santo Sacramento temblando9.

Cuando los sarracenos entraron al monasterio, después de que Clara rezó delante de la Eucaristía para que protegiera a sus siervas, “una voz como de niño resonó en sus oídos:‘Yo siempre las defenderé”10.

Otro modo que experimentó santa Clara de Asís para llegar a la unión con Dios fue el camino de la penitencia.

Los primeros años del siglo XIII se caracterizaban por una “cultura de la penitencia”. Se ponía muy de relieve el aspecto externo de la penitencia: el modo de vestir, de ayunar, de mortificaciones físicas, con los cuales se perseguía el sufrimiento como un valor en sí mismo.

Para san Francisco y santa Clara la penitencia no tiene valor por la penitencia misma, sino que es sinónimo de seguir a Jesús con más radicalidad, de imitarlo a Él que por amor se humilló, se hizo pobre, se dejó flagelar, recorrió el via crucis hasta la muerte en la cruz.

En memoria de los sufrimientos de Cristo santa Clara se abstenía de comer y de beber completamente tres veces por semana.

Y todo era útil para mortificar el cuerpo: desde las túnicas de tejido áspero al uso del cilicio, a dormir sobre el piso desnudo, con una almohada de piedra. Más tarde usó una estera con un poco de paja debajo de la cabeza.

Durante su enfermedad, semejante severidad – que duró 29 años – fue aliviada por san Francisco y el obispo de Asís, que intervinieron para que comiera por lo menos “un trozo de pan al día”11. Y “durante las penitencias mantenía el aspecto jubiloso y sereno (…).  Desbordaba en ella la santa alegría que abundaba en su interior 12; esto, que aportaban san

Francisco y santa Clara, era una verdadera novedad para la experiencia penitencial de ese tiempo.

A Inés le sintetizó de este modo los efectos que se experimentan al seguir a Cristo crucificado: “entonces tú también sentirás lo que sienten los amigos cuando gustan la dulzura escondida que el mismo Dios ha reservado desde el principio para quienes lo aman”13.

Queridos todos:

santa Clara, siguiendo su camino, ha sido una santa tan grande que la Iglesia, en la bula de canonización, la elogia hasta lo increíble: es todo luminoso, todo luminoso. Es una luz para muchos, y también para nosotros.

Y a nosotros, ¿qué nos enseña santa Clara?

En primer lugar nos enseña que aunque nuestro camino sea muy distinto del suyo, tenemos que vivirlo íntegramente, sin ahorrarnos nada.

¿Pero cuál es la diferencia entre los dos caminos? Con santa Clara estamos en el siglo XIII.

El camino de la unidad nos fue anunciado por nuestro carisma en la primera mitad del siglo XX, y se extiende y se extenderá sin duda por todo el tercer milenio y más allá…

Pasaron muchos siglos entre un camino y otro. Pero cada uno está en sintonía con su propia época.

Cuando santa Clara vivió estaba en boga la vida retirada. Clara fundaba conventos y más conventos: era un modo de vivir el cristianismo en ese momento, que todavía perdura y seguirá haciéndolo. Los laicos, que permanecían en el mundo, no tenían especial relieve en la Iglesia, ¡al contrario! Y así fue durante muchos siglos.

Pero el tiempo avanza, y la Iglesia con él.

Nos encontramos en éste, nuestro siglo, caracterizado justamente por el protagonismo del laicado, que el Señor ennoblece y pone de relieve, enriqueciéndolo con carismas.

La Iglesia toma conciencia de sí misma como Cuerpo místico de Cristo y como Pueblo de Dios. Y Jesús especifica el ambiente en el cual este pueblo debe vivir: el mundo. “No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno” (Jn. 17,15).

El mundo, un ámbito que nos exige vivir todo el día en contacto con otros hombres, mujeres, adultos y jóvenes, con distintas convicciones.

El mundo, donde los seguidores de Jesús, rodeados de personas y no de muros, deben encontrar la relación justa con todos para poder continuar su propia realización.

Y es por esto que Jesús, para no sacar al cristiano del mundo, le pone al lado justamente al prójimo, al hermano, no solamente como compañero de viaje, sino nada menos que como camino para la unión con Dios.

El año pasado hemos hablado detalladamente sobre esto.

Este camino nuestro, es específicamente nuestro. Es un camino que antes desconocían incluso los santos, como santa Clara, que sin embargo sabía ver a Jesús en los hermanos y mantenía el amor recíproco constante en la comunidad con sus hermanas. Además, nosotros también, como hemos visto, podemos encontrar la unión con Dios viviendo con fidelidad nuestras prácticas de piedad.

Para nosotros también la vida en comunión con Jesús Eucaristía en nuestras capillas, por ejemplo, es fuente de unión, y la Palabra no sólo escuchada sino vivida produce esa alegría de la unión que distingue a los focolarinos.

También nosotros encontramos la unión con Dios amando al Crucificado y particularmente al Abandonado (que es parte de nuestra penitencia).

La unión con Dios que produce la plenitud de la alegría por esa alquimia que conocemos.

Pero lo que es y será típico de nuestro camino es el amor al hermano, según y con la medida del Mandamiento Nuevo de Jesús.

Amor al hermano, que si es correspondido, genera el Paraíso en el alma, y si no lo es, anticipa el purgatorio; es nuestra típica penitencia, de amar sin reservas.

Gracias al amor al hermano tenemos la posibilidad de contribuir a la realización del plan de Dios sobre la humanidad: una sola familia, con Dios como Padre, la fraternidad universal.

Y podemos hacerlo porque el amor es una potencia de tal magnitud que atrae entre nosotros al Hermano por excelencia: Jesús en medio.

¿Y qué camino mejor existe – por lo menos desde nuestro punto de vista – para llegar a Dios, para unirnos a Dios, que el que desemboca en Aquel que es el camino por excelencia? “Yo soy el camino(Jn. 14,6) ha dicho.

Él es la finalidad de nuestro cotidiano morir a nosotros mismos, de nuestro cotidiano vivir. Agradezcamos a santa Clara el ejemplo luminoso de fidelidad a la llamada de Dios que ella nos ha dado siguiendo su camino, y roguémosle, en su fiesta, que nos permita alcanzar la perfección, la santidad, como hizo ella. Y que sea, posiblemente, una santidad colectiva, de pueblo.

1 III carta
2 Cf. Leyenda de Santa Clara.
3 Proceso XI
4 Leyenda
5 Proceso II
6 Actus beati Francisci et sociorum eius, París 1902
7 Proceso X
8 II carta
9 cf.Proceso
10 Leyenda 14
11 cf. Proceso II,II,IV
12 Vida

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