Entender lo que nos pasa interiormente y ayudar a nuestros niños y jóvenes a reconocer sus sentimientos es clave para ser generadores de un mundo sensible y humano.
Me sorprende lo que observo en las redes sociales, el nivel de comunicación entre nosotros, los “humanos”. Cómo destilamos odio, expresamos dolores, nos quejamos, manifestamos tristezas, alegrías, afectos, agredimos, descalificamos sin filtro. Sentimos una gran necesidad de expresarnos, y me pregunto: ¿Si nos encontráramos cara a cara, mirándonos, expresaríamos lo mismo con esa vehemencia o soltura?, ¿qué pasaría si nuestra forma de relacionarnos frente a frente fuera igual a la que empleamos en las redes? ¿O lo que ocurre en las redes será una práctica que provocará que sea así en la vida real? Algunas manifestaciones me dan temor: ¿nos estamos volviendo cada vez más violentos? ¿Insensibles? ¿Indiferentes? ¿Nos estamos dando cuenta que del otro lado de la PC o celular hay una persona, como yo o como vos?
Creo en la necesidad urgente de generar espacios para desarrollar competencias emocionales y sociales. Nos necesitamos. Necesitamos escucharnos, comprendernos, “empatizarnos”, construir, sentir y pensar juntos.
¿Qué lugar tienen nuestros niños y jóvenes en la familia, en la escuela, para descubrir otros mundos, otras maneras de ser, para acompañar a otros, para escucharse a sí mismos, para escuchar a otros sin prejuicios, para abrir puertas de su ser interior, para dar amor donándose y dejándose amar?
Una acción muy valiosa y necesaria en la vida de nuestros niños y jóvenes es crear espacios para que puedan escuchar y reconocer sus emociones.
Muchas veces se habla de educar las emociones como si fueran “mal educadas”, como si se portaran mal, como si tuviéramos que controlarlas de alguna manera para que no hagan lío. Y se piensa en el desarrollo de la inteligencia emocional para que las emociones no molesten, para poder “manejarlas”. Dar un lugar a las emociones en el ser humano es vital para conectarnos con nosotros mismos, con los demás, para conocernos, para comunicarnos. Las emociones son aliadas esenciales en el aprendizaje. Permiten el aprendizaje significativo, encontrando un sentido personal y social a aquello que se enseña. Son fuente de energía ya que otorgan motivación al aprender. Nos hacen descubrir que estamos vivos, nos conectan con el cuerpo y con la mente y nos acercan al otro, dándole un toque de color y calor a todo.
Emociones auténticas y sustitutivas
Las emociones, según la teoría psicológica del Análisis Transaccional, son definibles como “el significado, sentido subjetivo, de una situación”.
Todas las emociones son valiosas y hay que darles el lugar para que sean expresadas; lo que sucede es que a veces existen emociones que cubren, como si fueran capas, otras emociones más auténticas. Esto se debe a que a partir de las historias y creencias de la familia cada uno tiene normas definidas, no conscientes en muchas ocasiones, sobre cuáles emociones se pueden sentir o expresar. Es la mejor respuesta o expresión que podemos comunicar hasta ahora. Conocer la diferenciación emocional entre las emociones auténticas y las que no lo son es muy importante para nuestro autoconocimiento y para lograr una comunicación honesta y de calidad.
Nos podemos dar cuenta de que una emoción no es auténtica cuando su manifestación no nos da paz, cuando no concuerda en calidad o cantidad con la situación, cuando rumiamos con ella, cuando no nos permite pensar o actuar con libertad. Como cuando, por ejemplo, estamos muy angustiados, ansiosos, siempre enojados, deprimidos. Cuando expresamos estas emociones a veces se hace difícil la comunicación de calidad ya que provoca malentendidos, confusiones y no podemos entendernos a nosotros mismos y con el otro. Lo importante es animarnos a profundizar más en esas capas, a bucear más en nuestro interior; donde una buena escucha paciente y comprensiva de otro que nos acompañe puede ser de mucha ayuda.
A la emoción que sustituye la emoción auténtica se la denominó “rebusque”. Según el Análisis Transaccional, el rebusque es una emoción sustitutiva, fomentada por los padres o sustitutos de la infancia, que reemplaza la emoción auténtica ignorada o prohibida por estos por motivos dolorosos no resueltos en la historia familiar.
Las emociones no identificadas y no expresadas adecuadamente pueden comprometer nuestra salud psíquica o física. Descubrir estas emociones y expresarlas dándoles el lugar que corresponde nos ayuda a sanar heridas profundas de la vida de la familia y nos da la libertad para ser nosotros mismos.
Tomando el aporte teórico del Análisis Transaccional y a modo de utilidad educativa para acompañar a los niños y jóvenes en el desarrollo de la inteligencia emocional se considera que las emociones básicas y auténticas son cinco: miedo, bronca o enojo, tristeza, alegría y afecto. Cada una de estas emociones tiene una funcionalidad:
Miedo
Nos prepara ante peligros reales actuales o potenciales. Nos puede salvar la vida. No sentir miedo genuino conduce a diversos grados de autodestrucción. Es realmente valiente quien actúa a pesar de sentir miedo. La conducta apropiada ante el que siente miedo sería protegerlo y ayudarlo a enfrentarlo, si es posible. A veces la huida o no enfrentar el miedo es la mejor opción, dependiendo del peligro.
Bronca
Tiene mala prensa pero es muy valiosa. Sirve para enfrentar ataques a valores, integridad mental, física o bienes propios, de personas queridas o de instituciones. Poner límites. No tiene por qué ser una emoción frecuente, duradera e intensa, sino breve, para cumplir su cometido. Nos ayuda a ponernos en acción para resolver positivamente. La conducta apropiada ante el que siente enojo es permitir su expresión y analizar qué lo provocó. Es bueno que los niños comprendan que la actitud de enojo se trata siempre de una reacción secundaria y que intenten averiguar: ¿Qué me dolió?, ¿qué me hizo sentir así?, ¿qué necesito?, ¿qué podríamos hacer por ello?
Tristeza
Sirve para aceptar pérdidas irreversibles, de personas queridas, dándoles un lugar diferente y que potencien nuestras vidas; de bienes, ilusiones, así como las limitaciones reales, a fin de reemplazarlas o compensarlas. Nos ayuda a aceptar, resignificar el pasado para vivir el presente plenamente. Ante una pérdida la conducta apropiada sería acompañar, estar, proteger.
Alegría
Nos motiva para la vida, nos impulsa para continuar con nuevos proyectos y nos da sentido, eleva las defensas del organismo y nos da bienestar psicofísico. La conducta apropiada ante el que siente alegría es compartirla y alegrarnos con él.
Afecto
Nos permite recibir y dar protección, apoyo, sentirnos valiosos, reconocidos por otro, formar parte de un grupo de pertenencia, nos eleva las defensas del organismo, la autoestima y nos carga las baterías. La conducta apropiada ante el que siente afecto es aceptarlo y retribuirlo.
Desde niños vamos aprendiendo a vincularnos en la familia: sus integrantes son nuestros primeros modelos. Ellos nos enseñan formas de pedir lo que necesitamos, de expresar o no ciertas emociones. Cada familia tiene una cultura, patrones de cómo hay que desenvolverse en el mundo y crecer.
Luego llega la escuela, se nos abre un nuevo mundo, conocemos diferentes niños, familias y de a poco vamos aprendiendo que hay otros diversos y en donde yo tengo que hacerme un lugar con otros que también quieren hacerse una espacio y compartir. Aprendemos a que juntos muchas cosas se pueden hacer mejor; aprendemos a cooperar, a ser solidarios y que también hay otras personas que nos pueden acompañar en la vida, que nos dan una mano, que sienten junto a nosotros.
La escuela u otros espacios institucionales como los clubes, centros comunitarios e iglesias son muy importantes para promover programas educativos para el desarrollo de la inteligencia emocional y social.
Es un camino. Esto es un aprendizaje importantísimo para los niños y jóvenes en el cual se enseña el valor de que siempre se puede volver a empezar, recomenzar, mirarnos de nuevo y que podemos superar nuestros errores y repararlos ·
* La autora es licenciada y profesora en Psicología.
Tips para promover la inteligencia emocional y social
Conocer e identificar el nombre de las cinco emociones auténticas y su significado.
Descubrir la relación entre gesto, emoción, sensación corporal.
Promover la expresión de las emociones a través de diferentes lenguajes: la palabra oral o escrita, visual, musical, corporal. La manifestación artística.
Comenzar con el reconocimiento de los propios sentimientos y el de los demás por medio de juegos. Se pueden crear dominó, dados, cartas, trayectos como la oca pero de sentimientos. Por ejemplo en el dominó puede estar la emoción de un lado y tienen que coincidir con la actitud adecuada, con dibujos o palabras. Jugar a dígalo con mímica con diferentes emociones o imitando emociones de otros. Contar experiencias de otros o pequeñas historias. Crear una carpeta familiar de sentimientos y experiencias familiares con fotos.
Preguntar cómo se sienten al empezar o terminar el día. Conversar sobre qué emociones aparecieron en ese día. Llevar un diario de emociones.
Crear un clima adecuado cada vez que se habla de los propios sentimientos dándole al momento mucha importancia, valorando el silencio, respeto y actitud de escucha activa, para generar un clima de confianza, aceptación y amor incondicional. Los sentimientos son sagrados, muy íntimos y valiosos.
Felicitar y elogiar cuando identifican y expresan adecuadamente sus emociones, comprenden las de los demás, resuelven situaciones de conflicto a través de la palabra y saben perdonar y pedir perdón, cuando escuchan con atención las emociones de los demás y se ocupan de consolarlos, acompañarlos.
Es importante el respeto hacia aquellos niños o jóvenes que no pueden expresar sus sentimientos. Se necesitará con ellos una cercanía personal del adulto; se observará si es necesaria una ayuda terapéutica, al igual que con los niños que expresan “emociones-rebusque” como el enojo desmedido que puede llegar a situaciones de violencia, angustia o tristeza profunda. Pueden manifestar indicios de depresión o miedos excesivos, o enfermarse con frecuencia. A estos niños hay que acompañarlos muy de cerca para ayudarlos a descubrir y expresar las emociones auténticas sin que se dañen a sí mismos ni a otros. Por otra parte, es una oportunidad para trabajar junto al grupo del que estos chicos forman parte y con la familia con el fin de ayudarlos mediante expresiones de afecto y elogio, mediante el consuelo y ayudándolos a pensar.
Y no olvidar que el adulto debe ser, sobre todo, expresión de lo que promueve también en el proceso de descubrirse a sí mismo más auténtico.
Artículo publicado en la edición Nº 606 de la revista Ciudad Nueva.