El cardenal Pedro Barreto, jesuita, habló sobre sus lazos con Argentina, el sínodo de la Amazonía, la colegialidad con el Papa, su mirada sobre Latinoamérica y nuestro estilo de vida.
“Estoy muy contento de estar aquí en Buenos Aires, tierra donde nació mi madre, hija de españoles, y que tiene mucho significado afectivo para mí”, así sorprendería el cardenal Barreto con su honda voz, pausada y armónica, al iniciar la conversación. Para luego agregar un detalle de color: “Nació en el barrio de Flores, como el Papa. Se lo dije a Francisco hace casi 40 años cuando vine aquí y él tuvo la delicadeza de llevarme toda una mañana a conocer el barrio donde mi madre estuvo hasta sus nueve años, cuando mis abuelos se fueron al Perú”.
Estar delante de monseñor Barreto, arzobispo de Huancayo, Perú, y vicepresidente de la Red Eclesial Panamazónica, REPAM, es ver la región de la Amazonía y la posibilidad de adentrarse y conocer una realidad para muchos ignorada.
“El Amazonas, para mí, es un descubrimiento. Yo nací en pleno desierto limeño y desde pequeño, en el colegio de la Inmaculada donde yo estudiaba, los jesuitas llevaban de vez en cuando a unos indígenas amazónicos con los que trabajaban en el nororiente del Perú, en el departamento de Cajamarca, y también en Amazonas. Por mi ignorancia, que era atrevida, yo veía que eran unos indígenas de los cuales no teníamos nada que aprender. Nosotros en el Perú les decimos “chunchos”: alguien que está ahí, relegado. Conforme yo fui descubriendo mi vocación de jesuita al servicio de la Iglesia, tenía muy claro que debía servir a esos hermanos que, para mí, eran desconocidos e ignorados.
– ¿Y cuándo empezó a ver distinto a los “chunchos”?
– Cuando fui obispo de esa misma zona. Llevaba 30 años de sacerdocio y el papa Juan Pablo II me nombró obispo de Jaén y vi cómo la respuesta de Dios a mi deseo desde joven se había cumplido.
– ¿Podemos decir que hubo una conversión en usted al conocerlos más?
– Por supuesto. Veía en ellos un cuidado muy grande del agua porque vivían de la pesca, cuidaban también los animales porque vivían de ellos. Jaén mira a la cuenca del río Amazonas, que allí es el río Marañón. La geografía es selvática. Allí vive una etnia que se llama awajún-wampis. Estuve solamente dos años y medio. Dios me dio ese consuelo, esa alegría de poder servir a aquellos que yo había conocido de pequeño. Mi satisfacción es que las tres navidades que pasé como obispo de la zona fui a visitar la comunidad awajún-wampis Villa Gonzalo, que está en la parte más alejada del Vicariato Apostólico de Jaén. Estuve con un jesuita, el padre Manolo García Rendueles –que ya falleció– que vivía con los indígenas amazónicos. Yo no entendía nada pero sí vivía una experiencia inédita para mí.
– Casi como María, aunque no entienda digo sí.
– Sí, es verdad. Me dejaba guiar por este jesuita que llevaba años allá. ¿Qué noté? Primero que vivían en comunidad. Segundo que eran personas que, si cometían algún error, ellos mismos iban donde estaba el “apu”, que es el jefe, y le decían: “yo he robado una gallina y merezco estar encerrado durante un día”. Había una actitud de respeto. Tercero: vivían sobriamente. Ellos no pescaban para una semana ni para dos días: pescaban lo suficiente para vivir. Aprendí y sigo aprendiendo mucho de ellos. Eso no significa que sean perfectos. También tienen sus problemas, sus dificultades. Pero su cultura, su sabiduría manifestaba una trascendencia que para mí era Dios.
– ¿Quiénes comprenden hoy en nuestro mundo que hay que cuidar la Amazonía?
– Nadie puede amar lo que no conoce. Es clave el encuentro con ellos. La Amazonía no es solamente un territorio privilegiado en biodiversidad sino un territorio privilegiado con culturas ancestrales. Estamos hablando de 340 comunidades indígenas, de más de 200 lenguas aborígenes, entre ellos no pueden comunicarse pero tienen un eje transversal que es el respeto a la vida, al agua, al aire y al suelo porque están en armonía con ellos.
– ¿Estas comunidades tendrán representatividad en el Sínodo de la Amazonía de octubre de 2019?
– Sí, lógicamente el Sínodo está en un proceso de preparación que se inició el 19 de enero de 2018 en Puerto Maldonado –que está al suroriente del Perú– al iniciar su visita pastoral el papa Francisco. Su primer encuentro fue con los indígenas amazónicos. Él fue para escucharlos y también para trasmitirles su mensaje, muy claro y comprometedor, de que son ellos los principales interlocutores válidos para la Iglesia y para la sociedad en torno a la Amazonía. Y son ellos los que nos deben enseñar sobre una vida sobria, con el cuidado propio del agua, del aire y del suelo. Lo más importante de esta preparación no es solamente dar las respuestas que van a enriquecer el documento base de la reflexión sino que además ya se están realizando Asambleas Territoriales en toda la Amazonía. Son cerca de 40 donde participan obispos, sacerdotes, pero principalmente indígenas amazónicos. Son los espacios donde ellos pueden expresar todo lo que no solamente viven, sino también lo que sufren y esperan de la Iglesia. Estos aportes de las Asambleas Territoriales, que se esperan hasta fin de año, serán el insumo significativo de las comunidades indígenas para el Sínodo amazónico.
– La Amazonía es un territorio a disputar por los grandes intereses comerciales. ¿Cómo se puede lograr un espacio de diálogo de manera que quienes encarnan esos intereses puedan comprender que la Amazonía nos provee del 20 % de aire que respiramos todos en el planeta?
– Y también es el 20 % de reserva de agua dulce en el mundo. Es impresionante. Aquí hay dos cosas: desde tiempo inmemorial, y la Iglesia recién se presenta en la Amazonía hace más de 500 años cuando comienza la Evangelización, la Amazonía ha sido maltratada, tanto el territorio como las personas. De alguna manera podemos decir que hay una lucha muy constante. Hay personas que van a la Amazonía para llenarse las maletas con dinero, pero la Iglesia no. Hay una disputa entre el bien y el mal. Sin decir que todas las Iglesias presentes seamos perfectas: no somos perfectos. El único perfecto es Jesús y los 12 apóstoles demostraron la corrupción que había al interior de aquellos que había elegido el mismo Jesús. ¿Por qué una disputa? Porque el territorio amazónico tiene inmensos recursos naturales, tiene una biodiversidad impresionante.
– Debe ser fascinante conocer esa maravillosa y multivariada expresión de la naturaleza.
– ¡Sí! Yo estoy aprendiendo cada vez más de aquellos que viven en la zona. Acabo de estar con Don Claudio Hummes, cardenal emérito de San Pablo, Brasil, presidente de la Red Eclesial PanAmazónica (REPAM) y que es una inspiración de Dios que se dio antes de que definitivamente se conociera la Laudato Si’. Yo digo siempre que el fundador de la REPAM es el papa Francisco. ¿Y por qué? Porque yo estaba de presidente de la Comisión de Justicia y Solidaridad del Consejo Episcopal latinoamericano (CELAM) y fuimos a Brasilia con la consigna de decidir si decíamos sí o no a la creación de la REPAM. Estamos hablando de 7 millones y medio de km2, de 67 obispos de Brasil, de otros 30 obispos-vicarios apostólicos de los 8 países que componen la región amazónica. Era una locura. En el mensaje inicial que nos manda el Papa, prácticamente nos felicita por la creación de la REPAM. Entonces Don Claudio y yo y todos nos miramos y nos dijimos: “A trabajar se ha dicho”. Eso fue en septiembre de 2014. El 3 de marzo de 2015 tuvimos la presentación de la REPAM en Roma y el 19 de marzo estábamos como Iglesia latinoamericana en una asamblea plenaria en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos hablando del extractivismo y también presentamos la REPAM. Esto es de Dios absolutamente.
Hablemos de Francisco
– Usted fue creado cardenal el 28 de junio de este año. ¿Qué nos puede contar de esos días y cómo va viendo su pontificado?
– De manera inesperada e inmerecida he sido designado cardenal de la Iglesia Católica. Siento un apoyo muy fuerte, por mi vocación jesuita también, que hacemos un voto de servir a Cristo. La coincidencia es que el Papa es jesuita. Pero yo no apoyo a Francisco, latinoamericano, argentino, jesuita, amigo podríamos decir. Mi vida está centrada en Cristo, en la Iglesia y bajo las orientaciones del Papa. En este sentido yo veo que para mí ha sido como una especie de comienzo de resurrección, de esperanza, de alegría, de compromiso con la justicia y con la paz de manera muy práctica, pisando tierra, pisando Amazonía, pisando toda la realidad de familia, pisando la realidad de los jóvenes como hoy se plantea, pisando también este Evangelio de la alegría que nos ha devuelto la esperanza y, sobre todo, la carta encíclica Laudato Si’. Estoy convencido de que el papa Francisco no inventa nada. La gran mayoría está apoyándolo. Lo que está haciendo es poner en práctica el deseo de Dios que inspiró en Juan XXIII el Concilio Vaticano II, y que la Iglesia latinoamericana, desde Medellín en 1968, desemboca en algo que nadie podía haber imaginado: el primer Papa latinoamericano.
– Pero no dijo nada que le haya dicho el Papa…
– (Se ríe). Cuando estuve con él, cinco días antes de la creación [de su cardenalato], le agradecí la designación y comenzamos a hablar de otra cosa. No me dijo “cardenal”, no me dijo qué debía hacer, ni me dijo por qué me nombró. Noté que había una colegialidad. Como si dijera: “Oye, estamos juntos. Yo soy el obispo de Roma, tú eres el obispo de Huancayo en Perú, tú sabes lo que tienes que hacer, ¡adelante!”. Y pasamos a hablar otros temas.
– El Papa recibe a diario ataques desde varios frentes. ¿Cuál es su mirada sobre estas situaciones?
– Es la mirada que yo tengo de Jesús. Él, como la Iglesia, está viviendo la pascua de Jesús. Una Iglesia, como él decía antes del cónclave, que se miraba y se preocupaba por la imagen de sí misma. Que por eso quería ocultar los gravísimos pecados de abusos sexuales, de abusos de poder, la manipulación de conciencias y, sobre todo, la defensa de la doctrina pero no de la moral. Eso es gravísimo. Entonces, ya el papa Benedicto XVI tuvo valentía y coraje en Aparecida –donde el cardenal Jorge Mario Bergoglio era el presidente de la Comisión de Redacción– cuando dijo: la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica. Con esto le dimos un aplauso y cerró una herida que ciertamente era grande.
– ¿Cuál es su opinión sobre la realidad de países de nuestro continente que sufren violencia institucional y política, diversas inestabilidades y angustias que repercuten en las vidas de los pueblos?
– Es my clara. Hay dos vertientes: una vertiente económica, este sistema actual tecnocrático que el papa Francisco tanto en Laudato Si’ como en Evangelii gaudium define como un sistema que mata, que ha fracasado, que pone el dinero por encima de la persona. Y la otra vertiente es un problema ético. Creo que todos reconocemos que la tecnología ha avanzado muchísimo, transforma cosas, materias primas, fabricamos aviones, automóviles… Pero la ética transforma personas y esto lo hemos relegado. Este sistema nos ha sumido en un consumismo irracional que no nos hace pensar más allá de lo que nosotros vivimos. Todos los países tienen que darse cuenta de que la persona humana tiene que transformarse. Hay una conversión necesaria urgente para pensar en los demás. Y esto nos está haciendo falta en Latinoamérica: pensar en los demás. Cristo no pensó en sí mismo, pensó en los demás. Hay más felicidad en dar que en recibir. Tenemos que apoyar decididamente la reforma de la Iglesia porque es ahora o nunca.
Nota: la presente entrevista fue tomada de la original, publicada en Vatican Insider.
Artículo publicado en la edición Nº 604 de la revista Ciudad Nueva.