Capitales narrativos/6 – Es importante reconocer a los profetas y cuentacuentos equivocados.
«La pobreza es la primera virtud que descubren todos los fundadores, y la primera que olvidan sus sucesores»
Carlo Maria Martini, Por amor, por vosotros, para siempre.
La ideología es una enfermedad grave muy común en las Organizaciones con Motivación Ideal (OMI), que se desarrolla sobre todo durante las crisis de capital narrativo, cuando ante la carestía de historias verdaderas que contar se acepta la seductora oferta de nuevas historias artificiales que parecen responder al hambre de sentido y de futuro que padece la comunidad. La ideología es la neurosis del ideal, al igual que la idolatría es la neurosis de la fe.
La ideología puede adquirir múltiples formas. Una de ellas, especialmente frecuente y peligrosa, es la sugerida en uno de los cuentos de El Conde Lucanor, escrito por el español Don Juan Manuel, que es la fuente medieval del cuento El vestido nuevo del emperador. Pero, a diferencia de sus diversas reescrituras modernas, en el relato original encontramos elementos muy valiosos para añadir palabras nuevas a todo lo que estamos diciendo acerca de los movimientos y comunidades que tienen su origen en ideales, carismas y motivaciones distintas y más grandes que las puramente económicas.
El cuento comienza con un grotesco engaño sufrido por un rey. Tres pícaros se presentaron en la corte y le prometieron tejer un paño muy especial, que únicamente podría ser visto por los hijos legítimos y nunca por los hijos ilegítimos. El rey mordió el anzuelo, creyendo que había encontrado un buen mecanismo para confiscar las herencias de aquellos que no eran hijos de quien decían ser. Los tres pícaros tejedores se pusieron a simular que trabajaban. El rey, que aún no las tenía todas consigo, envió a dos criados para que observaran los primeros resultados, sin decirles nada acerca de las supuestas propiedades mágicas de las telas. Los criados no vieron nada en los telares, pero no se atrevieron a contradecir a los tejedores y le contaron al rey que han visto unas telas maravillosas.
Cuando el rey, convencido al fin, se decidió a ver la obra de los tejedores, no viendo nada, se descorazonó y pensó: «Si digo que no veo las telas, se sabrá que no soy verdadero hijo del rey y perderé mi reino». Así pues, se tragó el engaño y comenzó también él a ensalzar las nuevas telas. A continuación, envió a su gobernador, quien, advertido por el rey de las propiedades de aquellos paños, a pesar de no ver nada, los ensalzó con palabras aún más entusiastas, para no perder su puesto. Después del gobernador, otros cortesanos hicieron lo mismo. Y cuando por fin llegó el día de la fiesta y el rey, completamente desnudo, desfiló a caballo por las calles de la ciudad, todo el pueblo ensalzaba la belleza de los vestidos del rey. Hasta que un mozo de cuadras del rey rompió el encantamiento, diciendo: «Señor, a mí me da igual que me consideréis hijo de mi padre o de otro y por eso os digo que o yo soy ciego o vos vais desnudo».
En este tipo de producción ideológica, al principio no faltan falsos profetas engañadores que seducen al fundador o a los responsables de una comunidad. Ellos no les llaman, pero sí que les reciben, y al hacerlo cometen un primer y decisivo error. Para defenderse de los falsos profetas engañadores lo primero que hay que hacer es no recibirles en casa, impidiendo que pasen los controles que normalmente se realizan antes de recibir a los visitantes. Durante las crisis de narraciones, cuando hay muchos contadores de historias que piden ser recibidos, es fundamental elegir bien a los “porteros”, es decir a aquellos que tienen la tarea de recibir a los visitantes, al personal de la secretaría de dirección o de presidencia. Estos desempeñan un papel muy importante pues deben tener la rara habilidad de reconocer de inmediato a los falsos profetas y bloquearlos. En las crisis de sentido de la comunidad, los responsables son especialmente susceptibles de ser manipulados por falsos profetas cuentacuentos y por ideólogos encantadores de serpientes. Muchas crisis no se superan porque la secretaría deja pasar a los cuentacuentos equivocados, porque bloquea a los buenos, o porque hace ambas cosas.
No por casualidad al frente de las hospederías y de los monasterios se ponía a monjes y frailes muy sabios y expertos: «La hospedería se le confiará a un monje imbuido del temor de Dios» (Regla de san Benito, cap. LIII). En los delicados momentos de paso, las comunidades sabias deben comprender cuáles son las áreas y las funciones decisivas, que casi nunca siguen el orden formal del organigrama. En una buena organización, la morfología del poder no coincide con la morfología de la sabiduría. Si colocamos a todas las personas más sabias en los roles apicales centrales, estaremos desguarnecidos en las periferias, que son los lugares de los “poderes débiles” por donde penetran las enfermedades más graves. La sabiduría periférica es decisiva siempre, pero sobre todo cuando estamos rodeados de falsos cuentacuentos que buscan un “rey” al que encantar. Entre otras cosas, porque los responsables de OMIs espirituales y religiosas, que tienen que gestionar delicadísimas crisis de falta de historias que contar, esenciales para volver a encantar a los miembros presentes y a los que se esperan en el futuro, están especialmente expuestos a la manipulación narrativa de los falsos profetas.
Cuanto más grave, extendida y profunda sea la crisis narrativa por la que se atraviesa, más fácil será que los fundadores y los responsables se crean las promesas fantásticas de los cuentacuentos equivocados. Los “reyes” son siempre muy sensibles a la herencia de su reino. Tienen una necesidad vital de entender quiénes son los hijos legítimos de su “carisma”. Cuando, en tiempos de crisis, ya no logran reconocerlos simplemente con la vista, resultan extremadamente vulnerables para aquellos que prometen técnicas que sustituyen la vista. Las comunidades se pierden cuando los falsos profetas impiden que los fundadores/responsables entiendan quiénes son los auténticos continuadores de su verdadera historia.
Por otro lado, es importante señalar que, en el cuento, el engaño podía haber sido descubierto inmediatamente si uno de los criados que el rey, cuando todavía tenía sospechas, envió a realizar una primera comprobación de las telas, hubiera tenido la libertad y el valor suficientes para decir sencillamente lo que veía, sin temor a los costes ni a los castigos que lleva aparejada la libertad de los ojos. Pero este tipo de miembros valientes y libres es precisamente el que más escasea en las “secretarías” y en el entorno de los fundadores y máximos responsables. Efectivamente, estos casi siempre acaban rodeándose de “criados” muy fieles pero carentes de la libertad y el valor necesarios para decir sencillamente lo que ven. Son incluso personas buenas, pero están movidas y manipuladas por su miedo, aunque este vaya disfrazado de respeto e incluso veneración hacia sus jefes. Pero es precisamente en la primera relación entre los criados enviados donde la ideología se forma y comienza a actuar. No basta el engaño del jefe. La ideología es una relación, un “mal relacional” que exige que dos o más personas comiencen a creer juntas en la misma ilusión y a decir que creen en ella. La ideología es una falsa creencia individual que consigue hacerse creencia colectiva y ser proclamada en voz alta y en público. A las ideologías no les basta ser creídas. Para consolidarse, necesitan ser públicamente proclamadas y pública y recíprocamente repetidas.
Otro papel decisivo lo juegan los gobernadores y los ministros. Estos al principio no están movidos tanto por el miedo (tal vez también) como por el interés. Ellos tampoco dicen la verdad sabiendo que dicen una mentira, pero simplemente porque tienen un incentivo para mentir. Llegados a este punto, el dispositivo ideológico ya es operativo y se extiende entre la población simplemente replicando el mismo miedo y el mismo interés. Pero en las historias verdaderas hay una diferencia fundamental con respecto a la historia narrada en el cuento. En las vicisitudes comunitarias reales hay muchas personas capaces de ver de verdad las ropas inexistentes. La ideología puede hacerse tan potente como para hacernos ver un rey desnudo como si estuviera vestido. Cuando la cantidad de personas de buena fe que ven la ropa supera a las que mienten (por miedo o por interés), la trampa ideológica se hace (casi) perfecta. Entonces el contacto con la realidad se pierde, porque ya no es posible distinguir lo que se ve de verdad de lo que se ve gracias a la ideología.
Vivimos, a veces durante mucho tiempo, en una realidad falsa que algunos, ingenua y sinceramente, ven realmente y otros, por interés, dicen que ven aun sabiendo que no la ven. El consumidor-productor perfecto de la ideología es aquel que cree que el mundo artificial que ve es realmente el verdadero. Es como en el show de Truman, el reality show perfecto que a todas las televisiones les gustaría tener, donde el protagonista vive su vida falsa convencido de que es su vida verdadera.
En el relato de D. Juan Manuel, el encantamiento lo rompe un criado que, según el cuento, «no tenía nada que perder». Al no tener nada que perder, y tal vez sintiendo un poco de cariño hacia el rey engañado, el mozo de cuadras se encontró en condiciones de libertad para poder decir simplemente la verdad. En el cuento, el rey insultó al servidor que desveló la verdad, pero los demás conciudadanos del reino, uno tras otro, fueron saliendo del encantamiento y del engaño. Así se desencadenó una reacción en cadena a la inversa y los burladores huyeron a toda prisa.
Pero ¿por qué la historia humana, a diferencia del cuento, nos muestra tan pocos casos de comunidades ideales que consiguen salir del encantamiento ideológico? Quienes ven realmente ropajes maravillosos gracias a su mirada ideológica, no quieren volver a una realidad verdadera pero mucho menos multicolor que la que estuvieron “viendo” mucho tiempo y a la que se acostumbraron. La ideología es una forma de doping, que garantiza prestaciones excepcionales y elimina el incentivo para volver al cansancio y al sudor del entrenamiento en calles cuesta arriba y de resultado incierto.
Además, con el paso de los años, muchas personas que al principio veían lo invisible por interés, poco a poco se van transformado en videntes sinceros, hasta que el número de videntes de buena fe puede llegar a rozar la totalidad. Por último, los pocos que no han dejado de ser conscientes del bluf ideológico, son a la vez los que más ganancia obtienen de esta comedia colectiva. La ideología es muy peligrosa, entre otras cosas, porque una vez que se activa se alimenta de sí misma, de formas distintas pero convergentes.
En todo caso, el final feliz del cuento encierra un mensaje de esperanza no-vana. No es imposible que, incluso fuera del mundo de los cuentos, una sola persona salve a todos. Un “resto”, una persona que en los tiempos de la ilusión salva la libertad del corazón y de los ojos. Como Noé. En ciertos momentos cruciales la “masa crítica” es “1”. Una sola persona que «no tiene nada que perder», tal vez porque ya lo ha dado todo o porque ha logrado preservar su pobreza. Las pobrezas por lo general reducen nuestra libertad, pero a veces solo la pobreza puede engendrar una libertad distinta, capaz de liberar a los demás. Si al final tuviéramos que darnos cuenta de que en nuestra tierra desolada no queda ni siquiera una de estas personas pobres, siempre podemos esperar serlo nosotros.
Publicado en Avvenire el 17/12/2017