El reto de impedir la transformación del ideal en ideología.
«Examina qué pasaría si [los hombres atados dentro de la caverna] fueran liberados de sus cadenas y conforme a naturaleza, les ocurriera lo siguiente. Cuando uno de ellos fuera desatado y obligado a levantarse súbitamente y a volver el cuello y a andar y a mirar la luz… ¿crees que envidiaría a quienes gozaran de honores y poderes?… ¿O preferiría sufrir cualquier otro destino antes que vivir en aquel mundo de lo opinable? … ¿No daría que reír? ¿Y no matarían, si encontraban manera de echarle mano y matarle, a quien intentara desatarles y hacerles subir?»
Platón, La República
Es típico del pensamiento ideológico – de todas las ideologías pero sobre todo de las de naturaleza religiosa – crear una representación dicotómica o gnóstica del mundo. Se exalta la felicidad, la belleza, la verdad y la luz de aquellos que se encuentran dentro de esa experiencia y se resta valor a la felicidad y la belleza ordinarias de los que están fuera. La amistad, el trabajo, el juego, el arte y la vida de todos ya no bastan. Es necesario cargar todas esas realidades de significados añadidos extraordinarios y distintos. Cuando esto ocurre, pronto dejamos de alegrarnos de “ver sin más” a un amigo, de “trabajar sin más”, de “rezar sin más”, de “pintar sin más”. Empezamos a creer que una vida sencilla no es suficiente para vivir. Y mientras nos convencemos de que vivimos más que los demás, corremos el riesgo de dejar de vivir de verdad.
Este proceso de reducción del valor de las cosas ordinarias de la vida es especialmente importante y relevante en el caso de las personas dotadas de talentos de creatividad: artistas, intelectuales, poetas, filósofos, teólogos… Ellos son los innovadores, poseen una creatividad primaria y original que hace que el carisma pueda seguir siendo generativo. Son el carisma del carisma.
Las comunidades ideales y “carismáticas”, sobre todo en la fase de fundación, atraen a personas con talentos especiales y artísticos. Hay una profunda afinidad entre carismas espirituales y carismas artísticos, porque ambos son una voz que llama, habla y grita en el interior. Al mismo tiempo, es frecuente que, después de las etapas de la fundación, muchas de las personas dotadas de los mayores talentos se vayan o se apaguen. A veces con la pérdida de la vocación ideal se pierde o se apaga también la vocación artística, pues las dos voces en el tiempo se han hecho (casi) una sola.
Este triste final depende profundamente de la capacidad que tenga la comunidad (y sus fundadores/responsables) para cuidar y respetar los talentos originales de su gente, sin inmolarlos en el altar de las exigencias de crecimiento de la institución, venciendo la natural avaricia de usar esos talentos y esas personas fascinantes principalmente para los fines ideales de la comunidad. Las personas que han recibido un don de creatividad y a la vez una vocación espiritual, tienen una valiosa tarea en las comunidades: impedir la transformación del ideal en ideología. El contacto primario y directo con la vida, típico (aunque no exclusivo) de los artistas y de los intelectuales, permite esa pluralidad y biodiversidad que salva a las comunidades de la deriva ideológica. Son personas capaces de decir las cosas de forma distinta, y esta diversidad original y originaria permite que los ideales permanezcan genuinos y vivos. La vocación artística, al igual que la espiritual-carismática, es una vocación originaria, primitiva y no derivada. Pero no es fácil, aunque sí decisivo, comprender que las personas pueden tener varias vocaciones originarias y primarias, sin que una de ellas deba necesariamente morir para que la otra viva. La identidad crece bien siempre que una dimensión de la vida no se convierta en monopolio. Pero todo esto es muy arriesgado y por eso se prefiere contar con personas ”reducidas” pero ciertas antes que con personas “enteras” pero inciertas.
Las comunidades, particularmente las espirituales y carismáticas, habitualmente no quieren “artistas sin más”. Quieren y forman artistas e intelectuales al servicio del mensaje. No creen que del “arte sin más” pueda, tal vez, florecer ese arte carismático especial cuya necesidad sienten. Piensan que podrán obtener un arte distinto orientando la primera vocación natural a la segunda ideal. Y lo hacen de varias maneras. A veces simplemente impidiéndoles cultivar el violín, la literatura, la danza o el estudio, para dedicar todas sus energías vitales y espirituales a la nueva “vocación”. Otras veces – estos son los casos más interesantes de analizar – pidiéndoles que subordinen sus talentos y su creatividad a los fines de la comunidad y a su mensaje. Antes esculpían flores y bajorrelieves; ahora solo crucifijos y ángeles.
Los apartan de los ambientes normales y comunes, mestizos y promiscuos, donde crece la vida de verdad, para colocarlos en un pedestal al vacío desde donde dar gloria con las obras a la comunidad, al carisma y quizá a Dios. El arte y la cultura se convierten así en una producción ideológica, donde el mensaje devora al arte y al pensamiento (y a Dios), por falta de gratuidad y libertad. La historia nos ofrece abundantes evidencias de ello. La vocación artístico-intelectual pasa de primaria a secundaria y subordinada.
Los artistas sirven a sus comunidades si son capaces de permanecer conectados directamente con otras capas de la tierra, profundas y distintas de aquellas donde bebe el carisma de la comunidad. Esta agua distinta enriquece el agua de todos (y la suya propia). Sin embargo, si un día la comunidad decide taponar el acceso directo a esa vena subterránea distinta y conecta mediante una tubería al artista con la única fuente de todos, el campo común pierde nutrientes y fecundidad. Las vocaciones artísticas y originariamente creativas son un bien común si aportan otras aguas distintas de la que mana abundante de la fuente de los fundadores. En cambio, cuando el virus ideológico gana terreno, todas las fuentes de la comunidad se conectan al único acueducto principal.
La pobreza narrativa de muchas Organizaciones con Motivación Ideal (OMI) no depende solo de la escasez de talentos narrativos y, por tanto, de la falta de artistas e intelectuales. Lo que bloquea el desarrollo y el atractivo de las comunidades ideales en las generaciones posteriores a la fundación no es principalmente la falta de talentos. La crisis es fruto de la carestía de vocaciones artísticas e intelectuales “enteras”, libres y originarias.
En estos procesos y escenarios, juega un papel muy importante la gestión y la custodia que cada persona hace de su vocación artístico-intelectual. Después de los primeros tiempos (años) felices, cuando la nueva “segunda llamada” absorbe cada deseo y cada fantasía anterior, si el crecimiento es bueno, en un momento determinado comienza el conflicto entre la voz individual y la de la comunidad (que analizamos el domingo pasado en el artículo anterior). Cuando llega (si llega) el día del “despertar”, también los portadores de una vocación artística están llamados a elegir, al igual que los demás miembros aunque de forma distinta. Pero el artista-intelectual tiene responsabilidades concretas y muy relevantes. Si elige la autenticidad fingida, produce daños profundos y graves. Todo fingimiento es dañino en la vida y en particular en las OMIs. Pero pocas cosas hacen más daño que unos artistas e intelectuales fingidos. Si un artista, una vez liberado de las cadenas ideológicas y por tanto después de haber visto la realidad distinguiéndola de su sombra, vuelve donde están sus compañeros encadenados y, en lugar de liberarlos, elige atarse de nuevo y empezar a hablar de las sombras como si fueran la realidad, en ese momento comienza a perder su alma y a comprometer seriamente el buen crecimiento del alma de su comunidad. Permanecer en la ideología es un mal para todos, pero resulta mortal y mortífero para quienes han recibido el don de reconocer la ideología y en cambio hablan de ella como si fuera la realidad.
Esta es una de las muchas expresiones del fenómeno de la falsa profecía, muy antiguo y serio, descrito ampliamente por los profetas bíblicos. La falsa profecía aparece cuando el “profeta” decide (por debilidad o por interés) acallar la voz que le sigue habitando y empieza a decir las cosas que la comunidad y los jefes quieren que diga. Se convierte así en un falso profeta (y pronto se apaga también la voz interior). La comunidad pierde calidad, biodiversidad y capacidad de generar. Y su carisma se apaga. Al lado de los falsos profetas que saben que lo son, hay otros que lo son de buena fe, bien porque son todavía demasiado “jóvenes” y por consiguiente no viven ninguna tensión en el alma entre las dos voces, bien porque sinceramente creen vivir su autenticidad sacrificando voluntariamente la primera vocación a la nueva (en realidad muchos de ellos no tenían una auténtica vocación sino que únicamente desempeñaban un oficio artístico-intelectual).
La calidad del presente y del futuro de estas comunidades depende sobre todo del dinamismo y de la evolución de las elecciones que realizan los artistas-intelectuales que tratan de permanecer fieles a las dos vocaciones primarias de su vida. Estos se encuentran en una posición particularmente incómoda y dolorosa. Deben custodiar la “segunda vocación comunitaria” junto con la “primera vocación artística”. Pero custodiar la primera vocación es una empresa individual, a menudo solitaria, sin instrumentos comunitarios que la protejan, con muy pocos acompañantes y consejeros que la comprendan. Con el paso del tiempo, la tensión entre las dos voces crece y se presenta con fuerza la tentación de inmolar la primera a la segunda vocación, un sacrificio que muchos desean y aplaudirían con estruendosos aplausos. Hace falta una infinita mansedumbre para que las vocaciones plurales puedan seguir viviendo y dando vida.
La existencia de una pequeña cantidad de personas resilientes, capaces de ser fieles a sus dos vocaciones, es esencial para la salvación de las comunidades ideales. Porque la OMI que, en su desarrollo, consume a las personas más creativas enviadas por la Providencia para escribir sus páginas más bellas y nuevas, no genera ningún nuevo capital narrativo bueno. La lógica bíblica del “resto” fiel está en la raíz de la salvación de las comunidades ideales en tiempos de exilio y destrucción de templos. Son ellos quienes escribirán y reescribirán las primeras historias de los padres, quienes compondrán nuevos cánticos e himnos espirituales, quienes recordarán y guardarán la primera alianza y la primera promesa, quienes prepararán la espera no vana de una nueva y maravillosa alianza.
Publicado en Avvenire el 14/01/2018
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Termina aquí la inmersión en los capitales narrativos de las OMIs y de las comunidades. Se podrían añadir muchas cosas, y tal vez lo hagamos en una próxima serie de artículos. A partir del próximo domingo volveremos a sumergir el corazón y el pensamiento en la Biblia, con el comentario al libro de Samuel y sus infinitas historias. Gracias una vez más a las personas que me han seguido a lo largo de estos diez capítulos, a los lectores que me han enviado valiosos comentarios, críticas o sugerencias, a la generosa confianza del director Marco Tarquinio y de Avvenire, que me permite continuar la búsqueda, humilde y tenaz, de nuevas palabras vivas con las que amar nuestro tiempo.