Casi en el silencio de los medios que solo hablan de la guerra y de las palabras de los poderosos, millones de ucranianos han sido socorridos gracias a un espíritu de fraternidad todavía vivo.
Mientras las noticias desde Ucrania nos llenaban de horror y de desaliento, por una guerra absurda como inútil, la solidaridad internacional se ponía en marcha: una docena de países ha recibido en cuestión de pocas semanas a unos cuatro millones o más de refugiados ucranianos. Las Iglesias, con el Papa Francisco a la cabeza, pero también organizaciones eclesiales, ong e instituciones de todo tipo se han puesto en marcha movilizando a miles de ciudadanos en diferentes países para responder al desafío del pedido de ayuda de los refugiados.
Varias caravanas han partido de diferentes países llenando camiones y furgonetas de géneros de primera necesidad que han entregado en la frontera con Ucrania o en el mismo territorio y han regresado llevando a los refugiados que pudieron transportar. En cientos de casos, los niños ya están siendo integrados al sistema educativo de Italia, Alemania, Polonia, etc.
Son operativos que no han ocupado las portadas principales de los medios de comunicación, quizás porque acostumbrados solo al dramatismo informativo, no han captado algo que estaba ocurriendo mientras las armas dejaban estragos y destrucción. Precisamente en el momento en que la política y la diplomacia naufragaban ante la voluntad de recurrir a la guerra para resolver un conflicto entre las grandes potencias, desde el pueblo la red de contención de la fraternidad estaba impidiendo que la tragedia fuera completa para millones de personas. Se han abierto fronteras, instituciones, hogares… corazones en una carrera de la solidaridad.
Estamos tan acostumbrados a invisibilizar la fraternidad, que cuesta reconocer que se trata de una respuesta concreta y política frente a las situaciones de crisis, cuando fracasan las respuestas políticas, cuando los líderes son incluso incapaces de intervenir eficazmente. Ni los medios, ni la política en efecto han captado el mensaje de cientos de miles de personas que se han solidarizado con quienes incluso lo han perdido todo, la paz, sus cosas y, por el momento, la propia patria.
Quiere decir que bajo las cenizas, incluso las de la guerra, sigue encendido un fuego que es capaz de ser la última instancia de contención que evita que todo se pierda. Dudo que últimamente algún líder haya sido capaz de dibujar una sonrisa en la cara de millones de ucranianos. Lo ha hecho, en cambio, la gente común y corriente que se ha solidarizado con ellos. Como ayer lo hicieron con miles de refugiados sirios que huían de la guerra, recibiéndolo cantando el “Himno a la alegría” de Beethoven, cuya letra –de Schiller- recuerda que: todo hombre es mi hermano. Como lo hicieron los barcos de ong que salieron a rescatar del Mediterráneo los náufragos libios que gobiernos egoístas ni siquiera querían salvar de las aguas embravecidas.
En todas las crisis, cuando incluso desaparece la libertad y la igualdad es un horizonte lejano, la fraternidad interviene y comienza su paciente trabajo de despertar las conciencias, recordándonos que conformamos una única familia.
El artículo de Alberto, es un significativo a la hora de repensar las relaciones. Así como en una chimenea hace falta de tanto en cuanto remover las brasas, para que la ceniza no las apague, es justo, necesario e imprescindible atizar las brasas para reavivar las relaciones.
Libertad, igualdad y fraternidad, el principio olvidado ..