El resultado de las elecciones de este domingo indica la fragmentación política existente, con unos treinta grupos políticos que se reparten los 513 diputados.
Gane quien gane en segunda vuelta el 28 de octubre, el presidente de Brasil tendrá problemas para asegurarse los votos necesarios en parlamento. Si en el Senado las bancas se reparten entre una veintena de grupos políticos, en Diputados las agrupaciones suben a treinta. El Partidos de los Trabajadores, al que pertenece Fernando Haddad, se presenta como la primera minoría, con 56 legisladores. En las elecciones anteriores ganaron 70, lo que indica la crisis profunda en la que está sumido el partido. Jair Bolsonaro, con su arrolladora victoria en primera vuelta, lleva 52 diputados con su Partido Social Liberal, entre ellos el del diputado más votado: su propio hijo, Eduardo Bolsonaro, que ha conseguido en San Pablo 1,8 millones de votos. Antes, el partido disponía de apenas 2 bancas.
Todas las hipótesis de formar una mayoría suponen una alianza multipartidaria inevitable. Gane Haddad o gane Bolsonaro, habrá que armar un rompecabezas para sostener desde el Legislativo la acción del Ejecutivo.
Indudablemente, los partidos tradicionales han sufrido un revés decisivo. La propia ex presidenta Dilma Rousseff, en su estado natal no ha conseguido la banca como senadora, llegando cuarta y con apenas un 15 por ciento de los votos. El otro gran partido, el Partido Social Demócrata del ex presidente Fernando Henrique Cardozo, consiguió 29 diputados, y el actual partido oficialista, el conservador MDB obtuvo la mitad de las bancas respecto de 2014: 33. Una desilusión más se la lleva Marina Silva, que como candidata presidencial supo llegar en 2010 al 20% de los votos y esta vez, pese a su impecable discurso y su honestidad, recogió el 1% de los apoyos. Demasiado poco para incidir de alguna manera en el complejo panorama político del país.
Pero es una crisis de los partidos tradicionales sin que aparezca lo nuevo. De no ser que pueda considerarse “nueva” la propuesta de Bolsonaro: armar a la gente para combatir la criminalidad, recorrer al gatillo fácil y obviar todo lo que signifique estado de derecho. Brasil no parece estar saliendo del túnel, sino desconocer si más o menos es posible vislumbrar una salida.