Cumplimos un año del inicio de la pandemia de covid-19 y los profesionales de salud fueron quienes estuvieron en el frente de batalla desde el minuto cero. La palabra de una especialista en clínica médica, cuidados paliativos y geriatría.
por Yanina Dandan y Santiago Durante
En la lucha contra el covid, los profesionales de la salud están permanentemente en guardia, sobre todo aquellos que tienen contacto directo con los pacientes. Durante un año le han puesto pasión, compromiso, entrega, pero también han convivido con la angustia, el miedo y la incertidumbre.
Por eso Ciudad Nueva Radio dialogó con la Dra. Paola Huerta, especialista en clínica médica, cuidados paliativos y geriatría para conocer de cerca sus vivencias, que quizá jamás había pensado cuando eligió esta vocación.
–¿Por qué elegiste la carrera de médica y, particularmente, tus especialidades?
–La carrera la elegí pensando en cómo poder ayudar a la gente. La medicina clínica me permite ver entera a la persona, no como un órgano aislado, sino verla como un todo. Después me incliné hacia el tratamiento del dolor y los cuidados paliativos, y luego la geriatría como forma de poder acompañar en momentos de la vida que son muy importantes.
–Pasamos rápidamente de ver las noticias de lo que sucedía en China y en otras partes del mundo a aplaudir todas las noches en homenaje al servicio de salud que estaba al frente de la lucha contra el covid. ¿Cuándo tomaste conciencia de lo que estábamos viviendo?
–Cuando escuchábamos las noticias lo vivía con bastante angustia, que se incrementó cuando la pandemia llegó a nuestro país. Además los médicos en general tenemos una visión a futuro en la que vemos el peor escenario, que en general no suele ser la visión más positiva de la situación. Me acuerdo patente cuando empezaron los primeros aplausos, era mucha angustia por la situación del país, por la situación personal de cada uno, por cuidar a la gente que queremos. La noche del primer aplauso me la pasé llorando todo el momento porque no sabíamos qué nos esperaba, comenzábamos a tener los primeros pacientes, la mayoría trabajaba en asistencia, pero no sabíamos bien qué se venía y ante lo desconocido lo primero es miedo.
–¿Cómo se trabaja con el miedo?
–En los lugares que trabajo, lo fundamental fue pasarlo en equipo. Al contrario de muchas veces, haber podido poner en palabras el dolor, poder expresar las angustias y el miedo fue fundamental. Cuando ves que se enferman compañeros, gente que uno quiere (más allá de los pacientes, del círculo cercano de cada uno) la única forma que nos ayudó fue hacerlo en equipo.
–¿Esta situación te llevó a darte cuenta de otras capacidades personales y del equipo a la hora de recibir a los pacientes?
–Sí, el acompañamiento fue fundamental entre nosotros, entre la gente del equipo, y con los pacientes también. Ponerse en el lugar del otro fue muy importante, entender un poco el aislamiento. Ahora todos sabemos que quienes se internan van a estar aislados, pero al principio era impensado mantener hasta comunicación con la familia, sobre todo en el caso de los ancianos. Era más duro para la familia poder entenderlo, y hacíamos de todo para poder comunicar al paciente. Incluso marcarle el teléfono para que pudieran hablar un poquito. La empatía es fundamental. Hay momentos mejores y peores, pero tener empatía con el que está enfrente, sea paciente o compañero, es clave. También el apoyo de nuestros seres queridos.
–Te desempeñás tanto en el ámbito público como privado. Y la pandemia puso bajo la lupa todo el sistema de salud. ¿Qué pasos creés que todavía hay que dar, no solo para cuidar a los pacientes sino a los profesionales de la salud?
–¡Qué pregunta difícil! En algunos de los lugares donde trabajo nos cuidaron mucho, fue todo cambiando sobre la marcha, todos los días teníamos directivas nuevas del Ministerio y yo me sentí totalmente cuidada. Después hay lugares que están un poco más complicados de poder mejorar, con estructuras no tan dinámicas, donde es mucho más difícil atravesar la pandemia. Es muy difícil adaptar todo un sistema antiguo, complejo y muy monstruoso como la salud pública. Lo más preocupante a futuro me parece son los pacientes que no pudimos ver en todo el año, hablando específicamente de geriatría. No pudieron tener asistencia porque nos tuvimos que abocar solamente a la pandemia y eso es una de las cosas que nos preocupa a los profesionales de la salud porque tenemos muchos pacientes “perdidos en el sistema”, y no sabemos cómo van estar. Sin dudas lo del año pasado fue como una urgencia, hubo que priorizarlo, pero en el medio perdimos muchos pacientes que en la post-pandemia será bastante difícil que puedan volver a acceder a la atención. Creo que es bastante complejo lo que se viene.
–¿Hay mucha incertidumbre al respecto?
–En el sistema público donde trabajo fue todo asistencia por llamadas telefónicas, guardia o ambulancia, cuando antes teníamos una asistencia muy cercana, con contacto con los médicos, con el equipo de psicólogos. Y muchos ni siquiera pudieron hacerlo por teléfono, por falta de acceso o por dificultades cognitivas. Por eso creo que la pandemia también trajo esto, un montón de otros pacientes perdidos. Los primeros pacientes que pudieron acceder a la internación después del pico de covid llegaron mucho más graves de los que teníamos habitualmente. Y todo por el miedo de ir a una guardia y contagiarse. Estas cosas eran totalmente evitables. Más allá de toda la parte emocional, con depresión, ansiedad, y un montón de otras cuestiones que también se postergaron.
–Después de un año conviviendo con el covid, ¿recordás alguna experiencia que te haya marcado especialmente?
–Un montón. Si hablamos de los enfermos de covid, todos te dejan algo en particular. Algunos te esperan todos los días porque sos la única persona con quien pueden hablar. Atendía a un viejito, italiano, que tenía terror. Y cada vez que entraba a verlo él trataba de alargar la visita en la habitación lo más que podía porque era la compañía de esos días. Me contaba su historia, cuando se vino de Italia, de los nietos, de la separación del hijo, me preguntaba también cómo estaba la calle. Es decir, era el nexo que le permitía “ver” el exterior por una ventanita. En un momento empeoró y lo tuve que subir a terapia. Fue durísimo, nos pusimos a llorar los dos porque claramente él tenía mucho miedo. Estaba con un compañero de habitación que también tenía un hermoso corazón, que había bajado de terapia. Era un poco más joven. Y le decía “vos quedate tranquilo que te va a ir súper bien, ella te sube y después vas a bajar bárbaro. Terapia es lo mejor que te puede pasar”. Lo que decía yo no podía asegurárselo pero esa charla fue increíble. Después volvió a bajar de terapia y el más joven lo seguía llamando para ver cómo estaba. Son cosas impagables. Cuando empezamos a tener que ubicar de a dos a los pacientes con covid fue mejor, porque era una manera de que no se sintieran tan solos, se acompañan. Es una enfermedad que te deja tan aislado, que al que tenés al lado lo valorás mucho más que antes. Solos no podemos caminar, necesitamos de esa mano que te sostiene… .
Artículo publicado en la edición Nº 628 de la revista Ciudad Nueva.