No parece ser un ejemplo de sensatez seguir con pruebas de fuerza ante la amenaza de una guerra.
Si han prestado atención a las fotos que retratan el máximo líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, los militares y funcionarios que lo rodean andan siempre en actitud obsecuente y con una libreta en sus manos, evidentemente para anotar instrucciones, órdenes, sugerencias. En el pasado alguien debe haber descuidado alguna “sugerencia” y le debe de haber costado caro.
Corea del Norte es un país cerrado al mundo, en el que la realidad es la que el partido pretende describir en el intento de convencer a los habitantes de estar viviendo en el mejor lugar del planeta. Las hambrunas han sido catastróficas y tras el barniz de tecnología militar en la que el gobierno invierte buena parte de sus recursos, se oculta una país angustiado y pobre que carece de todo.
No es buena la existencia bajo un régimen dictatorial que parece salir de las más oscuras páginas de Orwell y su célebre novela 1984.
Dos grandes aliados le quedan al régimen norcoreanos: Rusia y China. Y no necesariamente porque avalen la locura de los líderes que se han sucedido en la guía de ese país, sino porque Corea del Norte representa la resistencia a ampliar en Asia la esfera de influencia de los Estados Unidos, que ya han hecho en Japón, Corea del Sur y Filipinas. El razonamiento de Rusia y China es simple: ya que los Estados Unidos imponen áreas de influencia propias en las que no admiten otras potencias, ¿por qué no podemos tener nosotros las nuestras? El conflicto desatado en Ucrania responde a este criterio. Washington pretendió extender la OTAN hasta la propia frontera rusa. Es como si de pronto Canadá se pasara del lado ruso y se transformara en un importante aliado militar. ¿Alguien duda de que en ese caso los tanques estadounidenses aparecerían de inmediato por Toronto o Montreal?
El líder norcoreano, en una clara muestra de escasa salud mental, en lugar de tomar nota de la situación y dedicar sus pocos recursos al desarrollo de su propio país, los dedica en incrementar su potencial militar con armas atómicas. Una locura, pues un conflicto de este tipo solo generaría perdedores, comenzando por la propia Corea del Norte.
Del otro lado, sin que abunde la cordura, en Washington se prefiere seguir mostrando músculos y garras en lugar de ignorar a una potencia que muy poco podría dañar la realidad regional, de por sí defendida con una importante presencia militar, que también es una amenaza para los norcoreanos.
Quiere decir todo esto que se está jugando peligrosamente a la guerra en modo totalmente innecesario y tan solo por la escasez de sabiduría en Pyongyang como en la Casa Blanca.
En el Consejo de Seguridad se repiten una y otra vez, como en el guión teatral, las declaraciones ya conocidas. Washington, con la ayuda de Francia y Reino Unido siguen exigiendo sanciones que solo repercuten sobre una población que acaso muy poco puede hacer para cambiar esta situación. China y Rusia repiten, sin mucho eco en la prensa, que suele reflejar casi únicamente la visión de Occidente, que de nada sirven las sanciones y que hay que incrementar una diplomacia más inteligente y simple: garantías de no beligerancia a cambio de dejar de amenazar a los norcoreanos.
Para buscar una salida de este laberinto delirante, se necesita recuperar cordura y recordar que la solución es salir por arriba para no seguir empecinados en recorrer caminos cerrados.