Entrevista al Dr. Lino Barañao – El ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación dialogó con Ciudad Nueva en el Polo Científico Tecnológico del barrio porteño de Palermo.
–¿Cómo ve usted el desarrollo científico en nuestro país?
–Soy testigo y partícipe del último período de desarrollo de la ciencia en la Argentina y creo que estamos viviendo un período de crecimiento, de fortalecimiento muy importante, como hacía mucho tiempo no había. Es un proceso de jerarquización de la actividad científico-tecnológica que se inicia en el año 2003 y es la primera vez que hay tanto tiempo de un apoyo continuo a la ciencia con el caso inédito, además, de que un mismo ministro pase de una administración a otra con un cambio de gobierno.
El desafío es ahora lograr que la ciencia tenga un impacto en la calidad de vida de la gente. Justamente ahí está el punto de intersección entre la ciencia en un país en desarrollo y el catolicismo. Más bien muchas veces se pone el énfasis en las disparidades entre la ciencia y la fe como cosas opuestas. Creo que lo que debe caracterizar a la ciencia que se hace en un país como la Argentina es la preocupación por el otro, por el prójimo. Que no es algo que preocupe a un científico de países europeos, desarrollados, como Alemania, como Francia…
Argentina todavía no ha madurado ese vaso comunicante que va desde la generación de conocimiento hasta la generación de riqueza entendida como prosperidad. Y los investigadores tenemos que asumir la responsabilidad social asociada con la actividad científico-tecnológica. Los investigadores en la Argentina somos producto de la educación pública, que no es gratuita sino que está subvencionada para un ciudadano común al que le cuesta mucho aportar y, por lo tanto, tiene que tener presente esta deuda ética que tiene con el otro. Hay otros países donde el estudiante toma un crédito para pagar la carrera y después tiene que devolverlo porque firmó un pagaré. Acá en Argentina el pagaré es ético. Tiene que tener en cuenta de qué manera aquello que hace mejora la calidad de vida del otro. Y eso no siempre está presente en la mentalidad del científico, quien durante mucho tiempo estuvo refugiado en un laboratorio, no tenía contacto con la gente común.
–¿Habla de una cadena que hay que generar en la ciencia?
–Una cadena que hay que establecer. Eso implica un cambio cultural importante porque a lo que tendemos –al menos una parte de los investigadores, sobre todo los graduados universitarios que han hecho un doctorado– es que se aboquen a la generación de empresas de base tecnológica. Porque ahí se va a generar trabajo de calidad para las generaciones futuras.
En este aspecto, quizás la cultura católica, que prima en América latina, no lo favorece porque la idea de enriquecimiento, de lucro, es algo que no está asociado con esta visión moral que tiene la Iglesia. Y más que la cultura católica, la visión española de la cultura que trajo esta impresión de que hacer dinero no era el fin último de la vida sino que son importantes otros valores, la espiritualidad, la ayuda al otro… Esto es la historia de nuestra cultura. La migración europea trataba de subsistir, de conseguir un ingreso para la familia, los inmigrantes no se veían –salvo en muy pocas excepciones– como creadores de grandes emprendimientos. No estamos hablando de enriquecerse por el dinero en sí mismo sino que hay que generar ingresos, riqueza para que otros puedan tener un ingreso digno. Esta es la connotación social. Esto es preocupación por el otro. Si yo genero un puesto de trabajo, esa persona va a tener dignidad. Es una manera de ver alternativamente esto que aparece como una contradicción entre una ética católica y una ética de negocios. Negocio es “negación del ocio”.
No soy cristiano pero, como decía Borges, soy cristiano sin recompensa, pienso en ayudar al prójimo sin esperar nada a cambio. Es un poco lo que diferencia nuestra gestión de la ciencia de lo que es la gestión tradicional. En el discurso científico simplemente se habla de avanzar en el conocimiento, resolver los grandes problemas, pero el primer problema que tenemos es que hay gente que está por debajo de los límites de la pobreza, que tiene las necesidades básicas insatisfechas.
–¿Piensa que la ciencia puede ayudar con eso?
–Quiero creer que sí. O por lo menos un científico argentino no debe sentirse confortable simplemente haciendo bien su trabajo en el laboratorio. La ciencia al servicio del desarrollo económico y social es lo que proponemos como base y es lo que diferencia este período de períodos en donde la ciencia estuvo más aislada o encapsulada.
–Se ha mantenido en el cargo con dos gobiernos totalmente opuestos. ¿Cómo conviven su vocación científica y su vocación política?
–Asumí en esta gestión por el compromiso de mantener lo que se había hecho. Lo hice con cierto escepticismo porque no había muchas expectativas de que este gobierno pusiera demasiado énfasis en la ciencia y la tecnología. No porque el otro gobierno haya puesto tanto más, pero se hablaba más de ciencia y tecnología y se habían hecho cosas muy obvias, como la construcción de este Polo. En un aspecto no ha sido tan difícil, tengo un buen trato con todo el gobierno, con un apoyo importante. Sí es más difícil desde lo personal por el cambio de signo político. Antes era alabado por el kirchnerismo porque era parte del gobierno, mientras los opositores me decían que era el único al que respetaban dentro del gobierno. Ahora el kirchnerismo duro considera que lo mío fue una traición, pero afortunadamente está cambiando. Recibía la angustia de personas que habían votado a Cambiemos sin estar convencidas y me preguntaban “hasta cuándo hay que esperar, cuándo viene el cambio”. Recibía críticas y demandas. Me duele que muchas de esas críticas provengan de gente que formó parte de la gestión anterior, con quienes tenemos relación desde hace mucho tiempo. Es parte del oficio. Yo soy químico y la química es una buena escuela para la política porque le enseña a uno a manipular sustancias potencialmente nocivas con fines útiles. Uno en química no dice “el ácido sulfúrico es malo”. Sirve para hacer medicamentos, no es una solución maniqueísta; dependiendo de cómo lo uses puede ser útil. Y eso me ayuda a no tener juicios taxativos sobre las personas. Eso hace que me pueda llevar bien con gente que es muy distinta. Históricamente fui socialista y entré como funcionario en el gobierno de Néstor Kirchner sin haberlo votado. Y ahora formo parte de otro gobierno que tampoco voté, como el de Mauricio Macri. Siempre me he dedicado a la función eminentemente técnica y tratar de aportar desde mi cartera al éxito del gobierno. Eso fue valorado por la nueva administración y por eso me convocaron. Pero creo que la base de la subsistencia ha sido el respeto a los demás, lo mismo que durante la gestión anterior.
–¿Cómo logran la financiación de los proyectos y cómo es la relación con los otros ministerios?
–Tenemos programas que son plurianuales, que vienen de gestiones anteriores y seguimos financiándolos. Tenemos presupuesto que viene del Tesoro Nacional y otros que gestionamos a través de organismos multilaterales de crédito. Además hay proyectos articulados con otros ministerios como el Pampa Azul, que es de investigación y uso sustentable del Mar Argentino, que se firmó en la gestión anterior y continúa en cada ministerio, con un presupuesto aprobado por ley por unanimidad. Y la otra iniciativa estratégica es Bioeconomía Argentina, que tiene que ver con el desarrollo de economías regionales, basada en la aplicación de biotecnología. Para cada región se ve qué vertiente puede generar cadena de valor para aportar a un desarrollo más armónico y generar el trabajo en origen. Vemos de qué manera aportar desde nuestro Ministerio para llevar la tecnología necesaria que permita a los pobladores no solo subsistir sino también no migrar, que las familias se afinquen en el lugar. Es un problema que tiene que ver también con las ciencias sociales, no es solo la tecnología.
–¿Cómo se siente cuando le hacen reclamos salariales o un paro?
–No han sido reclamos salariales. No me puedo sentir incómodo porque durante 18 años fui gremialista del Conicet y también tomaba estas medidas. Era bastante descomedido y fue parte de mi proceso de aprendizaje. Desde que volví al país en 1984 hasta el 2003 interpelé a todas las autoridades y con el tiempo fui aprendiendo qué cosas se podían hacer y qué no. Quienes no entraron al Conicet no fue por un tema presupuestario sino por una cuestión de racionalidad en el crecimiento de la institución.
–¿Cómo ve la herramienta de la comunicación para que se comprenda la ciencia?
–Hemos priorizado el tema de la comunicación de la ciencia y hemos hecho acciones bastante novedosas a nivel mundial. La feria Tecnópolis, que se ha mantenido y ahora también es federal, el canal digital Tecnópolis TV, el Centro Cultural de la Ciencia (un espacio integral de este Polo con un ciclo interactivo), conferencias, un festival de CineCien (Cine científico), hemos puesto mucho esfuerzo y financiamiento para transmitir de una manera comprensible el quehacer científico al ciudadano común.
–¿Qué ve para el futuro, qué planea para su Ministerio?
–Me gustaría que pudiéramos generar nuevas utopías en materia científico-tecnológica, elaborar nuevos ideales de largo plazo para movilizar y entusiasmar a la gente. No basta con asegurarle lo que es básico y lo que son derechos adquiridos. Claro, cuando estamos en una etapa de crisis hay que apuntar a que todos tengan las necesidades básicas satisfechas, pero no podemos apuntar a que eso dure 30 años. Imaginando que toda esa gente se incorporó, tenemos que pensar algo superador. Es un perfil de país al que podemos apuntar y pienso que a partir de la inversión en ciencia se genera a futuro empleo de calidad en el país. Que los chicos que hoy empiezan la educación primaria, cuando egresen tengan posibilidades de trabajo que sabemos serán distintas de las que hay ahora. Entonces tenemos que apuntar a elevar el nivel educativo. Si no damos una enseñanza atractiva de las ciencias es muy difícil que la gente se interese por eso. Tenemos que pensar de qué manera vuelve esa inversión a la sociedad.
–¿Cómo se hace para incentivar a los chicos a que se entusiasmen con la ciencia?
–No es fácil y depende mucho del carisma del docente. Cuando uno habla con algún científico exitoso siempre sale el recuerdo de un maestro que lo entusiasmó o un modelo a seguir. Nuestro deber es garantizar que al menos tengamos los 100 o 200 mil científicos o tecnólogos que el país necesita para ir modificando la matriz productiva. Israel vive de la actividad de 250 mil técnicos y científicos y eso es lo que genera el 90 % de la riqueza de Israel, eso muestra el tremendo valor que tiene hoy el conocimiento. Y Argentina puede apostar a eso, un país donde el conocimiento y la educación sean los que generan riquezas.
–¿Cómo está el Conicet hoy?
–Está bien. A nivel mundial es la institución de investigación que más crece. Está incorporando este año 600 investigadores nuevos y va a llegar a 14 mil. El Consejo de Investigación de Francia tiene los mismos que nosotros e incorpora 300; en Israel se crea un puesto para un investigador por institución por año, sufre una crisis de vocaciones. En términos comparativos las chances que tiene un doctor argentino de incorporarse al Conicet son mejores que en cualquier otro país. Tenemos sí todavía un problema de financiamiento interno, mantenimiento de institutos, crecimos en números de institutos, pero en general el Conicet ascendió en el ranking de instituciones de ciencia y tecnología; estaba en el puesto 150 y ahora, en el 62. Está muy bien en investigaciones pero no está bien en impacto y transferencia. Ahí es donde queremos trabajar, esto implica mayor transferencia en el sector productivo, creación de mayor número de empresas de base tecnológica. Se ha jerarquizado el área de transferencia tecnológica del Conicet y sigue teniendo los mayores estándares de calidad. Va a seguir siendo nuestra nave insignia. Pero hay que aclarar que el Conicet no es el único instituto de Ciencia y Tecnología del país: solo uno de cada seis investigadores pertenece al Conicet.
–¿Y los demás?
–Están en el INTA, la CONEA, en las dedicaciones institucionales de la Universidad… Lo que pasa es que se ha instalado que todo investigador es del Conicet y si no entra es como si lo despidiéramos. Los investigadores que no entraron al Conicet y que estaban en orden de mérito pero más abajo se han incorporado a las universidades, a la CONEA, INTI y demás. Con lo cual en total vamos a haber incorporado alrededor de 1.000 investigadores. Repito: Francia incorporó 300. Estados Unidos tiene 80.000 post docs y tiene 2.400 cargos que se crean por año. La probabilidad de ingresar a un cargo rentado en investigación pública en Estados Unidos es de 1 en 33. En Argentina se producen 1.200 doctores por año y están entrando casi 900 a 1.000. No podemos pensar en fuga de cerebros; es más, estamos recibiendo solicitudes de ingreso desde afuera. No digo que sea floreciente pero, comparativamente a lo que ocurrió en el mundo, estamos bien. Estamos en etapa de crecimiento en un contexto en el que no podemos evitar ver que este gobierno tomó el compromiso de bajar la inflación, achicar el déficit fiscal y demás y eso impone restricciones. No se puede hacer todo al mismo tiempo. Lo nuestro es de largo plazo, es algo que hay que continuar pero uno no puede evitar hacer el cálculo de prioridades cuando cada peso que te doy se lo saco a otro. No puede pensarse al investigador como un elegido, como un artista que filantrópicamente es financiado y que no rinde cuentas a nadie, no. Hay una obligación de hacer cosas que tengan algún tipo de impacto.
Colaboró Carlos Mana