El miércoles 26 de agosto de 1914 nacía en la embajada de Argentina en Bélgica, Julio Cortázar. El escritor declararía: “Mi nacimiento fue un producto del turismo y la diplomacia”. En aquel entonces se iniciaba la Gran Guerra, mientras nacía un pacifista.
Hacia fines de la Primera Guerra Mundial, los Cortázar lograron pasar a Suiza, y de allí, poco tiempo más tarde a Barcelona, donde vivieron año y medio. El pequeño Julio jugó con frecuencia en el Parque Güell con otros niños (que dupla: Gaudí – Cortázar!). A los cuatro años volvieron a Argentina y pasó el resto de su infancia en Banfield, Buenos Aires, junto a su madre, una tía y Ofelia, su única hermana (un año menor que él).
Vivió en una casa con fondo, pero no feliz. “Mucha servidumbre, excesiva sensibilidad, una tristeza frecuente”. Conoció, gracias a su madre, al escritor a quien admiraría por el resto de su vida: Julio Verne.
Fue un chico enfermizo y pasó mucho tiempo en cama, por lo que la lectura fue su gran compañera. Su madre le seleccionaba lo que podía leer, convirtiéndose en la gran iniciadora de su camino de lector, primero, y de escritor después.
Declaró: “Mi madre dice que empecé a escribir a los ocho años, con una novela que guarda celosamente a pesar de mis desesperadas tentativas por quemarla”. Leía tanto, que algún médico llegó a recomendarle leer menos durante cinco o seis meses y salir más a tomar sol.
Se forma como Maestro Normal en 1932 y Profesor Normal en Letras en 1935.
En aquella época, comenzó a frecuentar el boxeo, donde ideó una especie de filosofía del box “eliminando el aspecto sangriento y cruel que provoca tanto rechazo y cólera”. Admiraba al hombre que siempre iba para adelante y a pura fuerza y coraje conseguía ganar (Torito, Final del juego).
Cuando se topó con un libro de Jean Cocteau, titulado Opio, Diario de una desintoxicación, su percepción cambió. Aquella lectura lo marcaría para el resto de su vida: “sentí que toda una etapa de vida literaria estaba irrevocablemente en el pasado… desde ese día leí y escribí de manera diferente, ya con otras ambiciones, con otras visiones” (“La fascinación de las palabras”, 1997).
Comenzó en la Universidad de Buenos Aires la carrera de Filosofía y Letras, pero comprendió que debía utilizar el título que ya tenía para trabajar y ayudar a su madre. Dio clases en Bolívar, Saladillo y Chivilcoy. Vivió en cuartos solitarios de pensiones aprovechando todo el tiempo libre para leer y escribir (“Distante espejo”).
De aquella época declaró: “fueron mis años de mayor soledad… toda mi información libresca fue de esos años, mis experiencias fueron siempre literarias. Vivía lo que leía, no vivía la vida. Leí millares de libros encerrado en la pensión: estudié, traduje. Descubrí a los demás solo, y muy tarde”.
Adjuntamos fragmento de un documental de Tristán Bauer, que relata la relación entre el escritor y Latinoamérica.