El documental “El jazz es como las bananas”, gira en torno a la historia del que fue uno de los espacios más emblemáticos de la música porteña: Jazz & Pop.
En tiempos de dictadura, Jorge “Negro” González, Gustavo Alessio y Néstor Astarita decidieron poner un poco de alegría a aquellas oscuras noches. Fue así como en 1978 se abrió (el primer) Jazz & Pop en la calle Chacabuco 508, en el cuore de San Telmo.
Por el escenario de Jazz & Pop desfilaron artistas de la talla de Rubén Rada, Dino Saluzzi, Litto Nebbia, Walter Malosetti, Bernardo Baraj, Gustavo Bergalli, Leo Sujatovich y Baby Lopez Furst, entre tantos otros. Entre los internacionales pasaron Hermeto Pascoal, Chick Corea, Larry Coryell, o Gilberto Gil. La existencia de este boliche fue un oasis inaudito, que dio sus frutos. Gran parte de la escena local del jazz tiene influencias de las zapadas de Jazz & Pop.
En film contiene imágenes del sábado 19 de noviembre de 2016, cuando en las escalinatas de la Facultad de Derecho, se tomó la histórica foto de “Un Gran Día en Buenos Aires”, reuniendo a 130 referentes del jazz vernáculo.
Un detalle que también vale la pena mencionar, es que cuenta con música original.
Sibila Camps retrata el trágico arranque de Jazz & Pop en abril de 1978:
“Acababa de tocar Dino Saluzzi y lo había reemplazado el Mono Villegas cuando sentí que me caía un baldazo en la cabeza. Minutos antes había visto junto a mí a Litto Nebbia con un farol de whisky y pensé: “Litto está en pedo”. Levanté la vista y lo vi tratando de sujetar por las muñecas a un tipo de unos treinta y pico largos, de estatura media, piel blanca y rubio. No demostraba enojo cuando se levantó el pulóver –un bremer beige– para mostrar la pistola calzada bajo el cinturón. Me alejé enseguida y se lo comenté a Néstor Astarita. Poco después, Litto nos contó que el tipo estaba borracho y que pretendía matar al Mono Villegas, porque quería que tocara él. Había logrado sacarlo a la calle. No lo conocían. La fiesta continuó y casi nadie se enteró del incidente.
Pasada la medianoche, los anfitriones pararon la música y nos informaron que en la puerta del boliche habían asesinado a uno de los asistentes. La víctima era Eduardo Blasco, un fotógrafo de la agencia Noticias Argentinas (NA) amante del jazz y amigo de los músicos. A primera vista se creyó que lo habían degollado, ya que recibió un balazo en el cuello. El proyectil pegó contra la chapa de abajo del farolito, que conservó la marca para siempre.
Néstor se me acercó y me dijo que me fuera antes de que llegara la policía, a la que ya habían llamado; no quería comprometerme. Respondí que me quedaría para hacerles el aguante. Mi entonces marido replicó: “Vos te quedás, sí, pero porque no sabemos si el asesino está a la vuelta”. Uno que se salvó, porque ya se había retirado, fue el flaco Spinetta. Y un rato más tarde, un centenar de personas terminamos caminando cuatro o cinco cuadras hasta la comisaría; el Mono Villegas, ya con problemas de próstata, fue trasladado por músicos en sillita de oro.
A las mujeres nos ubicaron en un patio y a los varones, más numerosos, en otro. No conocía a ninguna de mis compañeras de infortunio, esposas y novias de músicos, de diversas edades; recuerdo a una joven que estaba en período de lactancia de su bebé, y cuyos pechos se le habían hinchado y le dolían. Era una noche muy fría y realmente la pasamos mal, sentadas en el suelo, sin saber qué estaba ocurriendo ni cuándo nos liberarían. Los hombres, en cambio, se pusieron a refrescar anécdotas –me lo contaron después– y terminaron a las carcajadas.
El asesino fue detenido muy pronto: era un cana de esa misma comisaría, a quien detuvieron en su propia casa, cerca de allí, mientras se ponía el uniforme preparándose para ir a tomar servicio. Las mujeres empezamos a ser liberadas recién después de las 10 de la mañana, en parte gracias a las gestiones de Egle Martin, una vedette-cantante muy amiga de la gente del jazz, quien era sobrina de un comisario. La joven mamá fue la primera; a mí me soltaron cerca de las 11, pero me quedé en la puerta a esperar a mi marido.
Trabajaba en La Opinión, intervenida por los milicos y con fuerte censura interna, y no podía escribir la crónica de la jam session trágica. Resolví ir a Jazz & Pop todas las noches durante una semana –cada día había una programación diferente (casi siempre el Negro González y Astarita le hacían la base a un pianista)– y escribir una nota general, sin decir palabra de lo ocurrido en la inauguración.
Desde entonces el aniversario de Jazz & Pop se conmemoró siempre el 7 de abril”.