La comunicación, la comunión y los nuevos hábitos para con la naturaleza como factores fundamentales para darnos cuenta y aprender lo que el medio ambiente nos está diciendo.
por Miguel Oliveira Panão
Los seres humanos cambian el planeta. Estamos en el Antropoceno. ¿Cómo? Toda la dinámica del mundo surgió del aprovechamiento de la energía del Sol. Si la primera etapa surgió cuando las plantas usaron la fotosíntesis, en la última, protagonizada por nosotros, estamos convirtiendo la energía solar en información.
En la Era de la Información, la Antropocena expresa una conexión que no podemos ignorar entre la evolución de la naturaleza y la evolución cultural. ¿Quién sobrevive en esta Era?
En 1993, Charlie Magee desafió la metáfora de la “economía” como la principal impulsora de la evolución humana en la era de la información, y en lugar de eso propuso la metáfora de la “comunicación”. En sus propias palabras, “la evolución es igual a la supervivencia de los comunicadores más competentes”. En esta metáfora, la capacidad comunicativa de un individuo transforma la información en acción.
Somos individuos relacionales. Por lo tanto, si los comunicadores sobreviven, ¿qué palabra está en el origen de la comunicación si no es la palabra comunión? Y ¿podemos encontrar esta palabra en la naturaleza?
Suzanne Simard y coautores descubrieron en nuestros bosques una verdadera “red esparcida en toda la selva”, al estudiar la manera en que los hongos forman especies de lazos de comunión con los árboles para intercambiar información sobre los insectos, las condiciones climáticas y otros peligros, y así ayudarlos a sobrevivir.
Este ejemplo me recuerda al físico Brian Swimme y al eco-teólogo Thomas Berry cuando dicen: “Podemos ver en esta actividad el ordenamiento cosmológico de la comunión”.
Comunión no es una palabra exclusivamente teológica. Significa inmanencia íntima mutua. Por eso la comunión es la llave para desbloquear y abrir a una nueva conciencia del medio ambiente. Pero esto exige la habilidad de estar atentos.
La Era de la Información nos condujo a una nueva economía de la atención. Las empresas más prominentes del mundo han crecido debido a su habilidad de captar nuestra atención. Pensemos en todo el tiempo que empleamos en chequear correos electrónicos y redes sociales. La recuperación de nuestra capacidad de atención nos llevó a la idea de que la naturaleza es el mejor entorno para restaurar nuestra atención. Para demostrarlo, los investigadores de la Universidad de Michigan comprobaron que pasar el tiempo en ambientes naturales repone nuestra atención.
Recuerdo que hace un par de años solía tener una especie de ataques de pánico, se me nublaba la vista y no me podía concentrar cuando manejaba. En ese momento nos fuimos de vacaciones a una casita en el campo y día tras día la fresca brisa matinal, el trinar de los pájaros y ver los árboles bailar en el viento me restableció la atención. Allí me di cuenta de lo cansado que estaba de pasar demasiado tiempo frente a la pantalla. La relación con la naturaleza no fue solo un hermoso pensamiento, sino una experiencia cognitiva que afectó mi condición física. Necesitaba tomar conciencia de querer cambiar mi vida.
El tomar conciencia está relacionado con la esfera del pensamiento humano, la noósfera. Sugiero que necesitamos practicar la noofulness, un estado relacional de la conciencia en el cual estamos activamente conscientes del presente, cuestionándonos cosas nuevas y poniéndolas en contexto. Uno de los pasos para la práctica de la noofulness son los hábitos.
Los hábitos son el cambio que engendra cultura. Todos comprendemos lo importante que es cambiar nuestro estilo de vida por uno más sustentable. El cambio consiste en hacer que esos cambios perduren. Solo los hábitos pueden hacer esto, porque los hábitos logran que los pequeños cambios hagan grandes diferencias. Pensemos en un cambio diario de un 1 por ciento. Es casi nada, pero a fin de año el impacto es 37 veces mayor.
Por lo tanto, me gustaría explorar brevemente solo uno de los muchos hábitos que nos llevan a una nueva conciencia sobre el medio ambiente.
El notar (Darse cuenta)
Notar algo significa dejar de ser productivos y hacer el esfuerzo de ser más curiosos. Todd Kashan, profesor y autor, define la curiosidad como “el reconocimiento y el deseo de buscar nuevos conocimientos e información, y la consecuente alegría de aprender y crecer”. Pero el notar también puede conducirnos a experiencias espirituales profundas con el mundo natural.
Chiara Lubich, fundadora de los Focolares, compartió una experiencia después de hacer un paseo en medio de la naturaleza: “Tuve la impresión de percibir, quizá debido a una gracia especial de Dios, la presencia de Dios bajo las cosas. Si los pinos aparecían dorados por el sol, si los arroyos caían en cascadas resplandeciendo, si las margaritas y las otras flores y el cielo celebraban la llegada del verano, más fuerte era la visión de un sol presente en todo lo creado. Veía, en cierto modo, creo, a Dios que sostiene y sustenta las cosas”. Notó eso.
Una nueva visión respecto de la relación entre una persona y la naturaleza centrada en su comunión, es decir un Comuniocentrismo. Es decir, tener curiosidad para conocer y entender las relaciones de la vida profunda que nos comunica con el mundo. Pero ¿es el comuniocentrismo solamente una hermosa idea?
En el año 2020 un organismo diminuto ocasionó un tremendo cambio cultural. Produjo tal impacto relacional en nuestras vidas que llevará tiempo curar. Afectó nuestra psicología, pero especialmente nuestra espiritualidad. Una acción comuniocéntrica puede curar nuestras heridas relacionales de distanciamiento físico y espiritual. Sin embargo, ¿cuál podría ser el primer paso para afrontar este sorpresivo acto de la naturaleza?
Desaprender
Las inquietantes palabras de Anthony de Mello, sj, “de esto se trata el aprendizaje con referencia a la espiritualidad: Desaprender, desaprender casi todo lo que alguna vez nos enseñaron. Voluntad de desaprender, de escuchar”. El desaprender nos mantiene la mente abierta porque vivimos en un mundo nuevo ·
* Doctor en Ingeniería mecánica – Universidad de Coimbra, Portugal.
Artículo publicado en la edición Nº 626 de la revista Ciudad Nueva.