Compartimos el audio y el texto de esta reflexión publicada cuatro años atrás en la edición papel de Ciudad Nueva, que nos invita a ser actores protagónicos en esta Navidad.
Pesebres de todos los tamaños, formas y colores se exhiben en numerosos rincones del planeta, invitándonos a contemplar una belleza tan simple como profunda.
¡Cuánto que transmite esta imagen! Serenidad, ternura, intimidad… Pero sobre todo, lo que emana de ella es un intenso sentido de familia. Nos recuerda que lo que hoy somos, con nuestros valores, logros, ilusiones, se lo debemos a ese entorno de vínculos cercanos que nos construyen y que a la vez construimos día a día. Incluso nuestros tropiezos, fracasos y dolores ¿podríamos haberlos superado sin el acompañamiento de la familia?
Pero más que a contemplarlo, el pesebre nos invita a habitarlo, a vivir desde adentro aquellas actitudes específicas que lo conforman y que trascendiendo las particularidades de cada época y lugar, siguen siendo orientadoras.
¿Cuáles son estas actitudes? Encontraremos muchas y diversas, pero queremos señalar tres que resultan hoy, más que nunca, regeneradoras de la familia y por ende, de la sociedad.
En primer lugar, habitar el pesebre nos predispone a esperar. En él se espera el nacimiento del niño. No es una espera exenta de dificultades, al contrario. Ni tampoco una espera que se frena ante los obstáculos, porque existe un convencimiento de que lo que vendrá será superador y por lo tanto vale la pena invertir tiempo y energía en ella.
Es entonces una espera que se resignifica en la esperanza, ya que, desafiando toda incertidumbre, confía en aquello que todavía está en proceso de gestación. Las palabras del reconocido psicólogo Erich Fromm nos iluminan en este sentido: “Tener esperanza significa (…) estar presto en todo momento para lo que todavía no nace, pero sin llegar a desesperarse si el nacimiento no ocurre en el lapso de nuestra vida. Carece así de sentido esperar lo que ya existe o lo que no puede ser. Aquellos cuya esperanza es débil pugnan por la comodidad o por la violencia, mientras que aquellos cuya esperanza es fuerte ven y fomentan todos los signos de la vida y están preparados en todo momento para ayudar al advenimiento de lo que se halla en condiciones de nacer”*.
Esperar, creer en el hijo, en la hermana, en el alumno, en la compañera de trabajo, es el mayor estímulo que podemos brindar a los demás para que puedan desplegar todas sus potencialidades y generar así una “esperanza fuerte”. Esto es un gran desafío para la humanidad de hoy. Y es en la familia donde comienza. ¿Alguna vez pensamos cuánto de lo que hemos logrado dependió de lo que otros esperaron de nosotros?
Habitar el pesebre nos alienta, además, a recibir. Allí no hay puertas, por eso no sólo se recibe al niño que nace sino a todos los que vienen a visitarlo. Se reciben los dones que cada uno trae, todos diferentes, pero valiosos. La esencia del recibir es la apertura de corazón. Y es en la familia donde primero se experimenta esta capacidad. Nadie nace si no es recibido. Recibir al otro es una actitud indispensable para superar el individualismo propio de nuestra sociedad, porque implica aceptar su diferencia, escuchar sus razones, abrirse a lo que cada uno tiene para dar. Como expresa el filósofo Jacques Derrida, agudo cuestionador del sistema social contemporáneo: “Asumir el reconocimiento del otro como otro, violenta las estructuras del orden y en este sentido la misma idea de igualdad.
Debemos recibir al otro en su extrañeza, abriendo el tiempo al por-venir”**. ¿Quién no se sintió extraño alguna vez en su propia familia y no por eso menos recibido? ¿Qué madre o padre no sufrió alguna vez por una elección de su hijo que no esperaba, una idea contraria a la propia, un camino tomado en otra dirección a la señalada? ¿Dejó de recibirlo por ese motivo? Haberse sentido recibido es la clave para poder darse y recibir a los demás, para aprender a perdonar y a recomenzar, pero sobre todo para disponerse al diálogo, actitud tan necesaria para resolver los conflictos propios de nuestro mundo.
Habitar el pesebre nos enseña por otra parte a valorar. Hay en él muy pocas cosas materiales, como para mostrarnos lo esencial. El valor está puesto en la vida que llega y en los vínculos a su alrededor. Y es justamente el valor de la vida, de su dignidad intrínseca y de la importancia del afecto para su crecimiento y maduración, que se experimenta por primera vez en la familia. Sentirnos valorados y queridos por lo que somos y no por lo que tenemos ni por lo que hacemos, es fundamental para luego poder valorar y querer a otros. Sin embargo ¿cuántas veces, ocupados en miles de actividades y preocupados por lo que nos falta, no nos detenemos a valorar ese momento de juego tan divertido con los hijos, esa charla en la mesa que nos permitió conocer y alentar lo que va naciendo en cada uno: un proyecto, una decisión, un paso de madurez, un trabajo bien hecho? Hay tantas pequeñas cosas que si no las valoramos en su momento, pueden convertirse luego en grandes carencias.
Habitar el pesebre es el primer paso para habitar la humanidad. Nos permite comprender que la familia humana es más que los lazos sanguíneos y que lo que se aprende en ella tiene un efecto transformador en la sociedad. Nos brinda, además, estrategias para llevar este sentido de familia a la oficina, a la escuela, al club y a cada uno de los ambientes que habitamos.
Para los cristianos la Navidad nos recuerda precisamente que Jesús se ha hecho hombre, que ha querido habitar la humanidad asumiendo su condición y en su vida ha tratado precisamente de ampliarla a la categoría de familia, anunciando que somos hijos del mismo Padre, hermanos los unos de los otros.
Por eso es nuestro deseo, de corazón, que en esta Navidad podamos habitar el pesebre, para desde allí esperar, recibir y valorar no sólo a nuestra familia sino a la humanidad entera. Esperar que nazca desde adentro todo lo mejor, recibirla con sus contradicciones, sus miserias, sus extrañezas y valorar todo lo bueno que nace día a día, como fruto de los vínculos construidos.
Que esta Navidad nos encuentre dispuestos a esperar, recibir, valorar a cada uno que pase a nuestro lado. ¡Y que sea así la más feliz!
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