El lluvioso miércoles 13 de marzo de 2013 fue una bisagra para millones de personas.
Vivíamos un hecho inédito como la renuncia de un Papa, en medio de la inquietud, por saber quién sería el sucesor de Pedro y si podría conducir la barca del catolicismo.
Pocos, casi nadie, esperaban la designación de Jorge Mario Bergoglio como Papa, pese a haber sido el más votado en el Cónclave de 2005 luego de Joseph Ratzinger.
El santo soplo del Espíritu espabiló a los cardenales e iluminó al mundo eligiendo como papa a Francisco, un hombre de fe, tanguero y futbolero. Un porteño de Flores, que sabía viajar en subte y en bondi. Un ser fraterno con su mirada puesta en los pobres y los marginados.