Este domingo más del 32% de los franceses prefirieron al partido del presidente, nacido hace poco más de un año. Las proyecciones sugieren que en segunda vuelta conseguirá controlar el Parlamento.
El presidente de Francia, Emmanuel Macron, se prepara para un nuevo éxito eleccionario luego del resultado de la primera vuelta de las elecciones legislativas celebradas este domingo. Su partido, La República en Marcha (LRM), nacido hace apenas un año, fue el primero más votado, recogiendo el 32,25%, y eso lo perfila como ganador de la segunda vuelta en las 577 circunscripciones en las que está repartido el electorado galo.
En medio de un elevado ausentismo, que alcanzó el 51%, las preferencias de los franceses penalizan a los partidos tradicionales y premian propuestas más nuevas como la de Macron cuyo proyecto avanza en modo imparable. La derecha tradicional, representadas por la alianza entre Los Republicanos y la centroderecha de UDI obtuvieron el 21,56%, en tercer lugar quedó el Frente Nacional (FN) de Marine Le Pen, la adversaria de Macron en las presidenciales, recogiendo el 13,44% de los votos. Más distanciados todavía los partidos de la izquierda tradicional: Francia Insumisa, obtuvo el 10,96% y los socialistas que gobernaron hasta hace poco con el presidente François Hollande, cosecharon un magro 9,47% junto a sus aliados.
Macron ha contado con la alianza de una pequeña agrupación de centro, MoDem, pero es indudable que es la figura central de la propuesta de LRM que, según la proyecciones, podrá pasar de cero a más 400 bancas en la Asamblea Nacional. Un resultado que pocas veces se ha verificado en la historia política del país. Lo favorece el sistema de doble vuelta, en la que primero los votantes manifiestan sus preferencias, luego los votos confluyen para seleccionar a uno de los dos candidatos con más votos. El centrismo del partido de Macron puede de este modo aliarse con un partido de izquierda para derrotar al adversario de derecha en la circunscripción o viceversa.
Los partidos tradicionales se quejan por el alto ausentismo que –se sostiene sobre todo desde la derecha– habría favorecido el resultado de las nuevas agrupaciones. Por otro lado es que cierto que un parlamento dominado por el oficialismo corre el riesgo de no cumplir con el rol de contrapeso del poder presidencial y terminar por ser un dócil ejecutor de las indicaciones del Ejecutivo. Máxime cuando la adhesión al nuevo presidente dista de ser popular y saca ventaja del sistema de doble vuelta que hace confluir los votos en modo circunstancial. Al fin y al cabo, el voto directo al oficialismo representa un tercio del electorado, no más.
De todos modos, Macron hasta ahora ha respondido a las expectativas de los franceses, recuperando un rol internacional a partir de los desplantes del presidente estadounidense Donald Trump para con sus aliados europeos. En especial, el modo poco elegante con el que ha retirado la firma de la mayor potencia global del Acuerdo climático de París. Macron es visto como alguien que puede hablarle de tú a tú a sus pares, además de haber presentado un discurso equilibrado y abierto al diálogo. Pero por sobre todas las cosas, el nuevo presidente representa una alternativa al sistema de los viejos partidos anclados a la diatriba entre derecha e izquierda y cada vez más alejados de los problemas cotidianos de los ciudadanos. Macron supo interpretar esta inquietud. Queda por verse si sabrá traducirla en un proyecto concreto que muestra la novedad que ha representado a la hora del voto.
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Esperemos que esté a la altura de las circunstancias históricas, que asuma con grandeza y desprendimiento el desafío que se le ofrece, por Francia y por Europa.