Homilía del Obispo de San Isidro y Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, Mons. Oscar Ojea, en la misa de apertura de la 115º Asamblea Plenaria.
Con este texto del Evangelio iniciamos la reflexión que nos deja a las puertas del “Discurso del Pan de Vida” (Jn 6,32-71) y que se prolongará durante los próximos días hasta el final de la semana. En este cap. 6º el evangelista tendrá como trasfondo la salida del Pueblo de Dios de la esclavitud de Egipto caminando por el desierto hacia la libertad en busca de la tierra prometida. En el texto se nos propone un nuevo Éxodo. Jesús se presenta como un nuevo Moisés que alimenta a su Pueblo con un pan superior al maná, ya que no sólo repara las fuerzas en el desierto sino que nos une muy íntimamente a la persona de Jesús por la fe. Esta fe nos permitirá superar las dificultades y contradicciones del camino, el desaliento, el cansancio y la murmuración y culminará siendo profesada muy solemnemente por Pedro al final del capítulo: “Tu sólo tienes palabras de Vida Eterna”(Jn 6,68).
En el trozo que hemos escuchado, después de la multiplicación de los panes, el pueblo se fue detrás de Jesús. La fuerte atracción de su persona ha aumentado después del milagro. Habían comido pan hasta saciarse y querían más. Nosotros, como pastores, somos sensibles
a esta búsqueda de Jesús por parte de nuestro pueblo. En esta escena resuena lo que se dirá más delante de los griegos que quieren verlo: “Queremos ver a Jesús” (Jn 12,20). Sabemos que detrás de esta búsqueda subyace un deseo sincero y una auténtica necesidad de Dios. Sin embargo es necesario discernir todo esto, ya que coexisten otros motivos que es necesario ayudar a purificar.
En este caso claramente no trataron de buscar la señal o la llamada de Dios en el signo de la multiplicación de los panes.
En este primer diálogo con la gente, después de haber sido encontrado por ellos en Cafarnaúm, Jesús parece hablar de una cosa y sus interlocutores de otra, como suele relatarnos el evangelio de Juan. El Señor trata de abrir los ojos de su pueblo para que aprenda a leer los acontecimientos y descubrir en ellos el rumbo y el sentido de la vida. Les pide que den un paso más para que puedan entender lo que significa haber comido juntos el mismo pan servido por Él y los invita a trabajar no sólo por el pan que perece sino por el alimento que permanece. Está abriendo para nosotros un horizonte nuevo de vida. Entonces le preguntan: “¿Qué obras debemos hacer para trabajar en lo que Dios quiere? Y Él les contesta: “La obra que Dios quiere es ésta: Que crean en Aquel que Él ha enviado”.
¿Cómo ilumina este texto nuestra Asamblea?
En primer lugar pensemos en el proceso que hace la gente en el relato de Juan y el proceso que hace nuestra gente hoy.
El martes por la tarde comenzaremos a reflexionar sobre la cultura del hombre y la mujer argentinos y la post modernidad. ¿Cómo somos? ¿Qué pensamos? ¿Qué sentimos? ¿Cómo trabajamos? ¿Qué valores tenemos? ¿Cuáles son las raíces de nuestra cultura e identidad en nuestro caminar histórico con luces y sombras? En esta travesía por el desierto, imagen de nuestra vida, caminamos con la carencia de muchos bienes pero también con la abundancia nociva de muchos otros. Con alimentos que sacian y otros que no sacian o lo hacen temporariamente. Nuestro pueblo, como aquella multitud que busca a Jesús, a veces sintoniza profundamente con su mensaje; otras veces, respirando una atmósfera cultural propia de esta sociedad de consumo hiperindividualista, no lo entiende o lo entiende poco o lo entiende mal.
Nosotros debemos mirar detenidamente estos procesos para comprenderlos, en orden a dialogar de un modo más claro, sencillo y cordial -como enseñaba el Beato Pablo VI en Ecclesiam suam- con la cultura del hombre y la mujer de hoy, de los jóvenes de hoy, y darnos un tiempo para este aprendizaje.
En segundo lugar debemos discernir en estos procesos con claridad una cultura de la vida que se debate con una cultura de la muerte, como lo enseñaba San Juan Pablo II.
En LS el Papa Francisco nos propone una ecología integral que incorpore las dimensiones humanas y sociales.
En un universo en el que todos estamos relacionados y somos interdependientes se destaca la primacía del cuidado de la vida que se nos regala como don de Dios en esta casa común.
En este contexto nos dice en la Encíclica: “Dado que todo está relacionado tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto. No parece factible un camino educativo para acoger a los más débiles que nos rodean que a veces son molestos e inoportunos, si no se protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades”. (LS 120)
No se trata entonces de segar las fuentes de la vida sino de preparar cada día mejor un lugar en ese banquete para todos los que están invitados a él. De llevar al extremo nuestro compromiso social para construir un mundo sin excluidos.
Los seres débiles que nos rodean son el niño y la madre en riesgo de abortar; porque es menor, porque es pobre o porque está sola. A menudo en nuestros barrios se trata de dos niños: la madre casi niña y el niño o niña por nacer.
La preocupación por la vida no atañe sólo a su comienzo. Es nuestro don fundamental y lo tenemos que resguardar siempre y en sus diversas manifestaciones. No podemos darnos la vida a nosotros mismos, pero en cambio estamos llamados a cuidarla. A cuidar nuestra vida y la de los demás. Leemos en la reciente Exhortación Apostólica de Francisco sobre la Santidad: “También es nocivo e ideológico el error de quienes viven sospechando del compromiso social de los demás, considerándolo algo superficial, mundano, secularista, inmanentista, comunista, populista. O lo relativizan como si hubiera otras cosas más importantes o como si solo interesara una determinada ética o una razón que ellos defienden. La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte. No podemos plantearnos un ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo, donde unos festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo, al mismo tiempo que otros solo miran desde afuera mientras su vida pasa y se acaba miserablemente.” (GE 101)
El Papa retoma el tema de los descartables en esta sociedad. A la preocupación por el carácter sagrado de la vida por nacer, añade la solicitud por cada vida humana. La del anciano y del enfermo…y también podríamos decir la vida de aquella persona cuyo modo de ser y su discurso tanto nos molesta porque o no piensa como nosotros o no siente la vida, la iglesia o el país como nosotros.
Ha comenzado a instalarse entre los argentinos una fuerte violencia verbal que se canaliza principalmente en las redes sociales y en algunos medios de comunicación. Reina un espíritu de sospecha de unos hacia otros y se recurre continuamente a la descalificación.
El Papa insiste mucho en la gravedad de la difamación y la calumnia. Calumniar a una persona es un modo de matarla, matando su honor. De este modo se mata la confianza que otra persona puede tener en él o en ella. Se mata la caridad, que es el vínculo de los cristianos y se mata la paz y la alegría, creando en la sociedad un clima de discordia y de violencia.
En tercer lugar el texto nos ilumina sobre nuestro rol en el peregrinar con nuestro pueblo.
El Santo Padre nos dice en EG: “El obispo siempre debe fomentar la comunión misionera en la Iglesia diocesana siguiendo el ideal de las primeras comunidades cristianas donde los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma (Hechos 4,32). Por eso a veces estará delante para indicar el camino y cuidar la esperanza del pueblo, otras veces estará simplemente en medio de todos con su cercanía sencilla y misericordiosa y en ocasiones deberá caminar detrás del pueblo para ayudar a los rezagados y sobre todo porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos”(EG31)
En el camino de la comunión misionera estamos llamados al lugar del discernimiento examinando cuidadosamente los signos de este tiempo (GS 4) detectando los signos de vida, acompañando la acción del Espíritu en la historia y desalentando y desenmascarando los signos de muerte. Para ello debemos ser auténticos hombres del Espíritu, dispuestos a discernir en la oración estas actitudes en nuestras comunidades. Cristianos con Parresía, que nos dejemos interpelar por la historia sosteniendo la mirada siempre nueva de la fe aún en medio de la incertidumbre de una cultura de cambios vertiginosos que nos toman a muchos de nosotros con unos cuantos años pero con el deseo de renovarnos con la juventud del Señor.
Jesús Resucitado también nos mira hoy a los ojos y nos dice “Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece hasta la Vida eterna” (Jn 6, 27).
Que María de Luján, Patrona del Pueblo argentino, interceda por nosotros para que podamos hacer un buen discernimiento a fin de ofrecerle plenamente a nuestro pueblo, el Pan que da la vida eterna.
En estos momentos dramáticos que viven una vez más nuestros hermanos de Medio Oriente queremos poner también en el corazón de nuestra Madre nuestra oración por la paz y por un profundo cambio en el corazón de los que toman las decisiones que conducen a la guerra.