Editorial de la edición de junio de la revista Ciudad Nueva.
“Un carisma es algo más que un talento o una cualidad personal. Es una gracia, un don que Dios da por medio del Espíritu Santo. No porque alguien sea mejor que los demás, sino para que lo ponga al servicio de los demás con la misma gratuidad y amor con que lo ha recibido. Cada uno puede preguntarse qué carisma me dio el Señor, cómo lo vivo, lo asumo con generosidad poniéndolo al servicio de todos, o acaso lo tengo descuidado o quizás olvidado, o para mí mismo. Los diversos carismas y dones con que el Padre colma a la Iglesia son para crecer en armonía en la fe y en su amor, como un cuerpo solo, el cuerpo de Cristo, donde tenemos necesidad los unos de los otros y donde cada don recibido se verifica plenamente al ser compartido con los hermanos. Así resplandece la belleza y la fuerza sobrenatural de la fe para que juntos podamos entrar en el corazón del Evangelio y seguir a Jesús”.
Estas palabras pertenecen al papa Francisco durante la audiencia general del 1 de octubre de 2014. Su pontificado apenas llevaba un año y medio y hoy, en pleno 2021, aquel mensaje sigue resonando en los corazones de los miembros del pueblo de Dios. En el año de la inédita realización de la Asamblea Eclesial de América latina y el Caribe, el mensaje de Bergoglio genera una interpelación individual y colectiva, es una invitación a vivir el proceso de escucha al que nos llama la Iglesia latinoamericana.
Como fieles, como miembros de distintos movimientos o guiados por un carisma en particular es necesario preparar el corazón y comprender lo que el Espíritu pueda estar indicando para este presente y futuro de la Iglesia.
Claro que esa novedad no surgirá solo de una mirada hacia adentro y personal. Por el contrario, las respuestas a lo que pueda suscitar esa voz se podrán encontrar si miramos a nuestro alrededor y nos concentramos en una actitud de escucha activa y con otros. Allí, en ese “nosotros” se potencia lo que tiene para decirnos el Espíritu Santo.
Como remarca el documento final de la Asamblea General de los Focolares, hay gritos, como los de la humanidad, el planeta y las nuevas generaciones que necesitan ser escuchados y así tener el valor de abrazar a un mundo repleto de llagas, que precisa del amor al prójimo y concreto para aliviar sus heridas. La pandemia nos ayuda a ser conscientes de que “estamos todos en la misma barca”, que somos un pueblo que precisa reafirmar su rumbo y en el que todos somos necesarios: niños, adolescentes, jóvenes, adultos, hombres y mujeres, sacerdotes, religiosos y laicos. Cada uno ocupa un lugar desde el cual puede actuar. Basta escuchar con el corazón, estando en relación con los demás, para dejarnos sorprender y encontrar las respuestas, correspondiendo así al llamado de la Iglesia en nuestras tierras.
Artículo publicado en la edición Nº 631 de la revista Ciudad Nueva.