River y Boca atravesaron con distinta suerte los partidos de ida de las semifinales de la Copa Libertadores. No obstante, en Brasil, ambos se jugarán el pasaje a la final.
De pronto todo cambió. Quien llegaba aparentemente más armado y con mayor confianza, River, ahora vive horas de incertidumbre y cierto desconcierto, planificando una visita a Porto Alegre en la que el único resultado que le sirve es ganar. Y quien tenía sobre sus espaldas una mirada de desconfianza, por su nivel de juego y por derrotas que habían hecho mella puertas adentro, Boca, hoy goza de la seguridad que le dio la victoria en casa y el “regreso” triunfal de su goleador. Así es el fútbol.
La derrota como local frente al último campeón, Gremio, fue un baldazo de agua fría para un River que venía envalentonado y con la autoestima por las nubes. El duro rival, el primero “no” argentino desde que comenzaron los cruces decisivos –en octavos de final superó a Racing y en cuartos, a Independiente–, le mostró sus credenciales y desnudó algunas falencias del conjunto dirigido por Marcelo Gallardo, que nunca logró encontrarle la vuelta al desarrollo del encuentro. El 0-1 en los primeros 90 minutos obliga al equipo Millonario a ganar sí o sí en Porto Alegre, tierra donde el vigente campeón ganó todos los partidos que disputó en la presente edición del torneo.
En la otra vereda, la Bombonera vivió una doble fiesta. Sin ser ampliamente superior al Palmeiras, sacó una apetecible diferencia de dos tantos y sin que su rival le convirtiera en calidad de visitante, que en estas instancias es toda una ventaja. Sin dudas el 2 a 0 le da mucho aire a Guillermo Barros Schelotto, apuntado las últimas semanas como responsable máximo del flojo rendimiento del equipo, y plena confianza a sus dirigidos para cerrar la serie en San Pablo. Pero la otra alegría del pueblo xeneize se debe a la reaparición en la red de su goleador Darío Benedetto. El delantero, que ingresó en el segundo tiempo, convirtió los dos tantos –el segundo un golazo– y vivió una noche soñada, algo esperado por él y los hinchas después de una prolongada inactividad y sin haber demostrado un buen nivel desde su regreso a las canchas.
Así las cosas, aún quedan 90 minutos a jugarse en Brasil la próxima semana. Este entretiempo de siete días se vive con sensaciones diferentes en cada vestuario. Desconcierto en uno, euforia en otro. Pero en ambos sigue reinando la esperanza, esa de la que se aferran todos para lograr el objetivo de llegar a la final. Nada está dicho. Esto es fútbol.