Una reflexión ante el fenómeno migratorio en Centroamérica y en vísperas de la Navidad.
Recuerdo cuando era chico, vivíamos en zona rural y decenas de personas llegaban puntualmente todos los años a la finca en donde vivía. Mis padres me enseñaron a saludarlos con respeto y ayudarlos a cualquier costo si alguno estaba necesitado. Venían de las provincias del norte argentino y de otros países limítrofes. Eran los así llamados emigrantes golondrinas que venían para realizar la cosecha de la uva. Terminada la temporada se trasladaban a otra provincia para trabajar con la soja, después a otra para la caña de azúcar, el café, el tabaco y al otro año llegaban con sus hijos más grandes para continuar con el ciclo.
Migraciones de personas ha habido siempre desde antes de que el hombre fuera “sapians” y creo que seguirán siempre. ¿Los motivos? Los más variados que podamos imaginar; los más destacados: las necesidades primarias, las guerras, esclavitud, motivos políticos, religiosos; hay una nueva que según dicen los expertos será el principal motivo en el futuro próximo: por motivos climáticos.
Estamos por festejar dentro de unos días la Navidad, y el gran evento originario se dio en medio de un movimiento migratorio, ya que las personas de todo Israel se trasladaban cada uno a su lugar de origen, porque se estaba llevando a cabo el gran censo promovido por el imperio romano. Más tarde José, María y Jesús irían como migrantes a vivir en Egipto.
Hace 2000 años, hoy y siempre, la diferencia la hacen las personas del lugar que reciben con respeto al emigrante y brindarles una ayuda según las posibilidades que tengamos. Los lugares que han sabido recibirlos e incorporarlos se han visto beneficiados en el futuro por el crecimiento y bienestar para todos. El contrario para quien cerró las puertas.
Algunas fotos muestran la caravana de migrantes hondureños en su viaje hacia la frontera con Estados Unidos, otras fotos muestran al ejército Estados Unidos preparando las vallas fronterizas para evitar desbordes.