Editorial de la última edición de la revista Ciudad Nueva acerca de la vida.
La planificación que hacemos de nuestra vida cotidiana hay que revisarla una y otra vez, producto de situaciones que de pronto ocurren y nos enseñan que debemos tomar nuevas decisiones. Algo parecido nos ocurrió en la redacción semanas atrás. Un tema pensado, como cada mes, saltó por el aire ante el vertiginoso ingreso del tema del aborto en la agenda legislativa, mediática y de la sociedad, y el inminente debate parlamentario sobre la legalización o no de la interrupción voluntaria del embarazo. Un tema por demás sensible y delicado, que amerita abordar con respeto y cuidado porque, en definitiva, es la vida la que está en juego.
Cuando hablamos de la vida nos referimos a toda vida, a la del niño por nacer y a la de la mujer que lo lleva en su vientre. El supremo valor que representan ambas vidas nos motivó a pensar una edición precisamente poniendo el foco sobre la vida y no sobre la muerte, es decir, sobre una cultura de la vida de la que todos podemos ser parte y que necesitamos para crecer como sociedad. Porque, aunque sea obvio, sin vida no hay un después sobre el cual proyectar.
Es cierto que cada postura, sea a favor o en contra de la despenalización del aborto, está a favor de la vida. Solo que puede correrse el riesgo de optar únicamente por una y no por las dos, que sería una instancia superadora y que nos haría crecer en humanidad.
Pueden entenderse, no así compartirse, todas las argumentaciones. En estas páginas intentamos ser claros sobre nuestra posición y nos apoyamos en el párrafo 120 de la Encíclica Laudato Si’ del papa Francisco: “Dado que todo está relacionado tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto. No parece factible un camino educativo para acoger a los más débiles que nos rodean que a veces son molestos e inoportunos, si no se protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades”.
Como sociedad debemos aprovechar la oportunidad para crecer en el debate, y la posición del más débil siempre exige una cuota más de atención. El Estado, a su vez, tampoco debe mirar para otro lado y darse cuenta de que es el momento de repensar políticas públicas superadoras. ¿Estar en contra de la legalización del aborto es ser atrasados y quedarse anclados en el tiempo? Quizás pueda ser lo contrario, y que se convierta en una valiente y corajuda opción de asumir la responsabilidad y demostrar que se puede ser de avanzada cuando se defiende toda vida.
El documento que semanas atrás redactaron los curas villeros, y que aquí profundizamos, es capaz de cuestionar a quienes argumentan que el aborto legal favorecerá a las niñas, adolescentes y mujeres pobres. Sin dudas es un flagelo que sacude a todos los estratos de la sociedad y que la clandestinidad pone en riesgo a quienes menos tienen. ¿Pero son verdaderamente los pobres quienes más quieren descartar esa vida que viene en camino? Dos miembros de nuestra redacción se cruzaron con Lourdes y Daniel, dos adolescentes que rapeaban en el subterráneo porteño para conseguir algo de dinero y con su canción lo dejaban en claro: “Yo quiero a mi bebé, y lo quiero tener”.
No obstante, y como decíamos al inicio, en estas páginas queremos hablar de la vida. En todos sus estadios. De principio a fin. Lo expresa con decisión el Papa en su reciente Exhortación Gaudete et Exsultate: “La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte. No podemos plantearnos un ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo, donde unos festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo, al mismo tiempo que otros solo miran desde afuera mientras su vida pasa y se acaba miserablemente” (GE 101).
Es éste el momento de actuar. Es el momento de hablar. Es el momento de cuidar las dos vidas. Toda vida.