Estamos a 25 años de la encíclica Ut unum sint proclamada por san Juan Pablo II. El deseo del pontífice era encaminar la Iglesia en su tercer milenio para transitar con fuerza el camino de la unidad: ¡Que todos sean uno! (cf. Jn 17,21).
Ya el Concilio Vaticano II había reconocido que el movimiento para el restablecimiento de la unidad de todos los cristianos surgió con ayuda de la gracia del Espíritu Santo. Afirmando que mientras «obra la distribución de gracias y servicios», es «el principio de la unidad de la Iglesia» . La encíclica reitera que «la legítima diversidad no se opone de ningún modo a la unidad de la Iglesia, sino que por el contrario aumenta su honor y contribuye no poco al cumplimiento de su misión (…) puede suscitar la diversidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, producir la unidad. (…) Es él el que armoniza la Iglesia».
El Papa Francisco al evocar este cuarto de siglo agradeció al Señor por el camino que nos ha permitido recorrer como cristianos en busca de la comunión plena con otros cristianos. Invitó a “no dejar de confiar y de agradecer: ha crecido el conocimiento y la estima mutua, favoreciendo la superación de viejos prejuicios arraigados”. Propuso fortalecer el diálogo teológico y el de la caridad, así como diversas formas de colaboración en el ámbito de la vida pastoral y cultural.
En el camino hacia la comunión plena es justo y necesario repasar el trayecto recorrido, pero también se necesita avizorar el horizonte con la encíclica Ut unum sint, preguntándonos “¿cuál es la distancia que aún nos separa?”. La unidad no es principalmente el resultado de nuestra acción, sino que es un don del Espíritu Santo. Sin embargo, ésta «no vendrá como un milagro al final: la unidad la construye el Espíritu Santo en el camino» (Homilía en las vísperas, San Pablo extramuros, 25 enero 2014).
Invoquemos al Espíritu con confianza, para que guíe nuestros pasos y cada uno escuche con renovado vigor el llamado a trabajar por la causa ecuménica; que Él inspire nuevos gestos proféticos y fortalezca la caridad fraterna entre todos para que el mundo crea.
Noble invitación nos hace el Papa Francisco conjugando el valor que infundió el Paráclito a los discípulos que estaban encerrados y con miedo. Algo así podríamos revivir en estos tiempos de pandemia, como para ser capaces de mirar con confianza a los seres que nos crucemos durante la cuarentena, sosteniendo la distancia física sugerida, pero acercándonos en lo más profundo de nuestros corazones. Ésta será una de las tantas formas de “ejercer el Ut unum sint” para agregarle un condimento fraterno al aislamiento.