El truco de la sonrisa

El truco de la sonrisa

Cuento.

por Patrizia Bertoncello / Ilustración Laura Giorgi

Pedro estaba listo sobre la línea de largada. Aquella era una carrera que había esperado por mucho tiempo: se había puesto su casco azul, y con un pie en el pedal y el otro en tierra, miraba fijamente al juez, que estaba por dar la señal de partida.

Mucha gente se había reunido a lo largo del recorrido para alentar a los niños que participaban de la carrera. Pedro estaba muy emocionado: podía ver entre las personas la sonrisa alentadora de su mamá.

También estaban Ale y Mario, pero los había perdido de vista. Tal vez se habían alejado para esperarlo a la llegada. “¡Listos, fuera!”, gritó el juez por el megáfono y Pedro empezó a pedalear.

Durante un buen rato consiguió estar entre los primeros del grupo e, inclinado sobre el manubrio, se esforzaba por pedalear rápidamente. Transpiraba y sentía que le dolían las piernas por el gran esfuerzo de correr a tanta velocidad. Justo en la gran curva antes de la llegada, fue apenas un momento y… ¡giró demasiado rápido! Pedro no consiguió mantener el equilibrio, derrapó y cayó estrepitosamente al suelo. Se levantó con mucha dificultad: tenía un raspón en la rodilla y sangraba, el casco se le había torcido y el brazo le latía por el golpe recibido. ¡Los demás corredores lo estaban superando o habían cruzado ya la línea de llegada, entre gritos y vivas!

Con los ojos llenos de lágrimas, Pedro levantó su bicicleta abollada. Enseguida se acercó su mamá, que lo envolvió en un abrazo y lo llevó ante el juez de la carrera para que lo curara. Poco después llegaron también Ale y Mario: “¿Te lastimaste?”, preguntaron los amigos, preocupados. La mamá trató de tranquilizar a todos. “Yo sé lo que necesitamos ahora –dijo–. ¡Vamos a tomar un buen helado!”. Se sentaron juntos frente a la mesita de la heladería del parque. Ale y Mario miraban preocupados a Pedro, que no podía dejar de llorar: estaba realmente desilusionado y avergonzado por el fracaso de su carrera. La mamá sugirió entonces: “En estos casos, ¡hay que usar el truco mágico de la sonrisa!”. Ale preguntó, curioso: “¿Y cómo funciona ese truco?”. “¡Tenemos que encontrar, juntos, buenos motivos para sonreír, incluso cuando estamos tristes, enojados o insatisfechos!”, respondió ella. “Mmm –dijo Mario–, veamos si me funciona el truco: Pedro, puedes sonreír porque, en definitiva, de las dos rodillas ¡solo te lastimaste una!”. Y Ale agregó: “Puedes sonreír porque… ¡a lo mejor ahora recibes una bici nueva de regalo!”.

“Y también… ¡puedes sonreír porque el casco te evitó un chichón en la cabeza!”, dijo Mario. “Puedes sonreír porque –terminó Ale–, si no te hubieras caído, ¡no habríamos tomado este helado gigante!”.

Pedro se secó las lágrimas con la palma de la mano y comenzó a sonreír y a jugar con los amigos. Juntos encontraron 27 buenos motivos para sonreír, uno más divertido que el otro, y entre las risas, la tristeza de Pedro desapareció. Regresaron juntos a su edificio, turnándose para arrastrar la bicicleta y charlando alegremente. “¡Gracias, amigos –los saludó Pedro–, fueron muy buenos con este truco de la sonrisa!”. Y de la mano de su mamá, entró a su casa.

Publicado en Città Nuova y traducido por Lorena Clara Klappenbach.

Artículo publicado en la edición Nº 627 de la revista Ciudad Nueva.

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