Este tiempo y este 1º de mayo.
Cuando la vida, sin pedir permiso, ralentiza nuestra carrera, se pueden hacer grandes descubrimientos. Se puede, por fin, entrar en una nueva relación con aquellos seres vivos que necesitan tiempos más lentos, más profundos y más dilatados para ser vistos y “hablar con nosotros”. Los viejos, los enfermos, la naturaleza, las plantas, los ríos, son los portadores de una calidad de vida que permanece en silencio si se les obliga a igualar los ritmos desenfrenados del negocio.
En estos meses de inmenso dolor hemos aprendido muchas de las primeras palabras de los idiomas de tiempos más lentos; algunos incluso han aprendido a hablar con los ángeles, otros con los demonios, algunos con los dos. Recorriendo los mismos 200 metros cada día (NdT en Italia es la distancia permitida por las limitaciones a los traslados), por fin hemos visto, conocido y reconocido el entorno alrededor de la casa; nos dimos cuenta de cuántas cosas había, más allá de la puerta, que estábamos rodeados de mucha vida, y no lo sabíamos.
Después de apresurarnos en esta enorme desaceleración colectiva, hemos visto trabajar de manera diferente y mejor. Muchos no pudieron trabajar, o no pudieron trabajar como sabíamos y queríamos hacer, en este letargo del homo faber y del homo oeconomicus, se liberó espacio para otras dimensiones de la vida. La economía se vio obligada a retraerse, nunca lo habría hecho espontáneamente, obligada a convertirse en una de las muchas palabras de vida (ya no la única, la primera ni la última, sino una sola palabra al lado de las demás). Y en este espacio liberado nos dimos cuenta de cuánta vida habíamos inmolado y sacrificado a una economía que creció demasiado rápido y desequilibrada. No lo olvidemos.
En primer lugar, hemos visto cuánta economía tiene lugar dentro del hogar, en nuestra familia.
En el eclipse de la economía política, renació la economía doméstica, el oikos nomos: la administración de la casa. En este gran silencio de fábricas, oficinas y plazas, la primera realidad que surgió con extraordinaria fuerza fue la casa. Todas las hermosas innovaciones que hemos experimentado, desde el trabajo inteligente hasta los seminarios web, que han permitido que nuestro PIB y nuestras instituciones no se hundan en abismos demasiado profundos, han sido posibles gracias a la presencia de un organismo intermedio, fundamental y maravilloso, ubicado entre organizaciones y el individuo: la familia, y de manera muy especial las mujeres y las madres.
Aquellos que han visto a padres y especialmente a madres en el trabajo trabajando desde casa han tenido que coordinar una “administración” que se ha vuelto mucho más compleja y complicada –como acompañar la didáctica on line, hacer colas que se han vuelto muy largas para ir de compras y quizás seguir a padres distantes o en una instalación residencial– si miraba detenidamente, de repente veía la contribución esencial hecha por las familias, por las mujeres, a la gestión y superación de esta crisis sin precedentes. Los hemos visto y no debemos olvidarlo nunca más. Y así también finalmente entendimos dónde está realmente el corazón del sistema económico. Sin ese trabajo esencial e invisible para las cuentas nacionales, los productos de las fábricas y los servicios de la escuela serían incapaces de crear bienestar. Porque las mercaderías se convierten en bienes dentro de nuestros hogares, donde un paquete de arroz y un frasco de tomates pelados se someten a una alquimia y se convierten en una comida que nutre el cuerpo, los lazos y el alma.
La experiencia de aquellos que vivieron estos terribles meses solos y la de aquellos que los vivieron en una familia fue muy, muy diferente; el yugo del aislamiento se hizo más ligero y más suave si el aislamiento externo fue compensado por una estar acompañados internamente. Sabíamos estas cosas “de oídas”, ahora, durante la pelea, las hemos visto “cara a cara”, y no debemos olvidarlo nunca más.
Luego, en algún momento, entendimos qué es el trabajo, qué es realmente.
Todos juntos hemos entendido mejor la profecía del Artículo 1 de nuestra Constitución (NdT, el artículo dice: “Italia es una república fundada en el trabajo”). Todos nos dimos cuenta de que realmente estamos basados en el trabajo. Nos detuvimos y cuando de vez en cuando miramos por las ventanas, vimos y revisamos el trabajo y los trabajadores. Nos dimos cuenta de que no sobreviviríamos dentro de la casa sin conductores de camiones, barrenderos, mantenedores de líneas eléctricas, policías municipales. Nuestros pacientes los han tratado, junto con médicos y enfermeras y trabajadores sociales y de salud, junto a cientos de miles de obreros, transportistas, cajeras, estibadores, fontaneros. Por fin, la inteligencia de las manos tenía la misma dignidad que la inteligencia intelectual. Nunca me había sucedido agradecer a un cartero con la intensidad y sinceridad con que le agradecí ayer: en esa mano que me entregó el paquete había un valor y un carácter sagrado que nunca había visto antes. Y esa mano no me pareció menos solemne de la que hace meses me daba la ostia de la comunión en la iglesia. Esos valores y esa sacralidad estaban allí antes, pero nunca lo había visto así.
Sin embargo, fue necesario comprender que, gracias al trabajo, el progreso material y espiritual pueden ser lo mismo. Cuando la pandemia ha revelado qué es el trabajo, pudimos ver el trabajo en su esencia, cuando fue despojado de todas las otras dimensiones que ocupan el primer lugar durante las condiciones ordinarias. Y cuando llegamos a lo esencial del trabajo, no encontramos incentivos ni explotación: encontramos una palabra abusada, desgastada y ofendida; encontramos la palabra amor. Quedamos sin aliento, pues no pensamos que el trabajo fuera, realmente, esto, aquello que nos hace “ligeramente inferiores a los ángeles” (cfr. Salmo 8). El trabajo es la forma más elevada de amor mutuo y reciprocidad que la civilización moderna ha realizado a gran escala. Esta revelación acerca del trabajo también será uno de los legados de esta gran crisis.
Un amor civil, no romántico, a veces anónimo, pero fiel a la antigua etimología económica de la caridad -lo que cuesta, lo que es caro porque vale la pena-. En los últimos meses no ha habido nada más preciado que el trabajo. Nos amamos de muchas maneras, pero en la esfera civil no hay amor más serio y más grande que el trabajo, que el trabajar los unos por los otros, los unos con los otros.
Pronto olvidaremos gran parte de este tiempo, quizás olvidaremos casi todo. Pero no olvidemos lo que se nos ha revelado del trabajo.
Feliz 1º de mayo.
Publicado por el diario Avvenire.