En medio del confinamiento, aprovechamos en la redacción a acudir al archivo y revisar algunos testimonios. Hay uno que particularmente me llama la atención. Proviene de Medio Oriente, y dice así:
Nací en Haifa, una ciudad de Galilea, mi tierra desde siempre ha sido una tierra de conflictos, de guerras, bajo la dominación de pueblos diferentes. Nuestra casa se encontraba en el Monte Carmelo, en el barrio judío. Éramos la única familia árabe cristiana, de origen palestino.
Recuerdo que siendo pequeña, tenía seis años, unos niños empezaron a ofenderme pesadamente diciéndome que era árabe y no podía estar en ese barrio.
Corrí llorando donde mi mamá, preguntándole el porqué de esa situación. Como única respuesta, mi madre me pidió que invitara a esos niños a casa. Había preparado pan árabe y se los dio pidiéndoles que lo llevaran a sus familias.
De aquella pequeña experiencia nacieron los primeros contactos con los vecinos judíos que quisieron conocer a la mujer que había tenido ese gesto. Aquel hecho me enseñó que un pequeño acto de amor hacia el prójimo hace superar montañas de odio.
Desde pequeña soñaba la paz. A menudo iba a los barrios árabes de Jerusalén, a Belén o a otros territorios palestinos. Si hablaba árabe –que es mi primera lengua– las personas reconocían en mi acento que provenía de Galilea que se encuentra en territorio israelí. Viceversa, si hablaba en hebreo, me hacían notar que mi acento era distinto al de ellos. Esto me creó un sentido de pérdida de mi identidad: no era ni palestina ni israelí…
Cuando tenía 15 años encontré el Movimiento de los Focolares y la espiritualidad de Chiara Lubich que me dio alas para volar. Sentí que no tenía que cambiar a las personas, sino cambiar yo, mi corazón. Volví a creer que el otro es un don para mí y que puedo ser un don para el otro.
Viviendo en Jerusalén a menudo tenía la tentación de desanimarme, especialmente durante la Intifada. Vivimos momentos muy duros en la ciudad: a menudo había atentados en lugares públicos, también en los autobuses que yo usaba todos los días para ir al trabajo. Tenía miedo. Fui adelante gracias al sostén de la comunidad con la que compartía la espiritualidad del Focolar. Finalmente encontré mi verdadera identidad: la de ser cristiana, católica, testigo de la esperanza. Fue una etapa importante en mi vida, que me liberó del temor y de la incertidumbre. Podía amar a todos, árabes e israelitas, respetando su historia y hacer todo lo posible para crear espacios de diálogo, para construir puentes, confianza, asistiendo a pequeños milagros, viendo a judíos y musulmanes cambiar de actitud y tratar de trabajar juntos por la paz.
¿Quién será la persona que compartió estas vivencias? Es una dama árabe católica de nacionalidad israelí y origen palestino…
Esperamos vuestras respuestas en los comentarios del presente posteo.
Fuente:
https://www.focolare.org/es/news/2017/06/28/una-vida-por-la-paz-en-tierra-santa/