Años atrás que alguien se propasara con una mujer no habría dado lugar a una causa judicial. Hoy entendemos que esos episodios de “menor” no tienen nada.
Que los tiempos han cambiado ahora lo sabe también el ex presidente de Costa Rica y Nobel de la Paz Oscar Arias (foto), una de las figuras latinoamericanas más celebradas, quien cuenta los diplomas honoris causa por decenas. Lo que ensombrece su trayectoria política no es solo la sospecha de la corrupción -que ha motivado su retiro del partido en el que milita para facilitar la acción de la justicia-, sino las denuncias que se van acumulando de abuso sexual presentadas por varias mujeres, una de ellas lo acusa incluso de violación.
Los episodios no son recientes, en algunos casos habrían ocurrido hace más de veinte años. Sin embargo, en el clima actual que permite a las mujeres sacar del closet situaciones que a menudo han tenido que callar y procesar en su fuero íntimo, que se trate de episodios de un pasado lejano no tiene mayor importancia, porque están poniendo la atención sobre las inaceptables situaciones que debieron padecer millones de mujeres en el mundo. Hoy se le dice “¡basta!” también para proteger a futuro a otras víctimas.
Eran indiscreciones de pasillo que Arias fuese mujeriego. Alguien ha desempolvado un cable de Wikileaks de 2011 que lo mencionaba y que pasó inobservado, como en el caso de muchas otras figuras políticas de los cuatro puntos cardinales.
El silencio al respecto, es una regla no escrita del periodismo, que conoce muchas debilidades que quedan en el ámbito de la vida privada de las personas públicas. Pero cuando un comportamiento vulnera el derecho a la integridad de la persona, y el poder es usado para permanecer impune, eso deja de ser algo privado. Varias de las mujeres objeto de la “atención” de Arias no encontraron un abogado dispuesto a defenderlas en sus derechos.
La justicia deberá intervenir para evaluar las denuncias contra el ex presidente de Costa Rica. Pero es un hecho que el poder es con frecuencia seductor y, a menudo, genera una sensación de omnipotencia e impunidad, por lo cual no es difícil que ciertos políticos se propasen ante una mujer que les atraiga.
Para el mujeriego que pasa de una “conquista” a la otra, en caso de propasarse y fracasar en la tentativa de seducción, se trata de un episodio menor, que con frecuencia queda en “su” olvido. Ya vendrá otra oportunidad más “exitosa”.
Alguien creerá que, al fin y al cabo, intentar dar un beso o manosear a una mujer es un episodio menor. Puede que lo sea, pero es un juicio de quien lo padece no de quien impone esa situación. Lo será para el acosador que no entiende que, posiblemente, esa mujer habrá tenido que padecer situaciones similares una y otra vez. ¿Cómo puede sentirse una mujer que una y otra vez es tratada como un objeto de placer? No hay ninguna razón para que eso ocurra, ni siquiera una sola vez, simplemente porque alguien considere “menor” imponer un contacto físico no deseado. Más todavía cuando de por medio hay un poder o una necesidad que puede estar influyendo en la voluntad de la otra persona.
La reacción de millones de mujeres en todo el mundo está más que justificada, aunque hayan transcurrido décadas de los episodios denunciados. Se está poniendo una barrera definitiva a comportamientos machistas que debemos desterrar, sin ningún tipo de justificación.