En una semana llegará a Chile monseñor Charles Scicluna para realizar nuevas investigaciones vinculadas con el caso Karadima.
Durante la reciente visita del papa Francisco a Chile ha vuelto a estallar el caso del obispo de Osorno, Juan Barros, que por momentos ha incluso opacado la propia presencia del Pontífice.
Años atrás, un grupo de ex miembros de la comunidad fundada por el sacerdote Fernando Karadima rompieron el silencio y denunciaron haber sido objeto de las atenciones sexuales del religioso en una etapa de su vida de extrema vulnerabilidad. Uno de los acusadores, quien a los 15 años acababa de perder a su papá, llegó a ser abusado por Karadima, quien pretendió ser confesor, director espiritual y padre putativo, conjugando una falta de ética y un cinismo realmente asombroso. Durante mucho tiempo, a los acusadores no les fue fácil sostener su causa, puesto que la fama de “hombre de Dios” de Karadima hizo que los acusadores fueran cuestionados y no recibieron el amparo necesario. Un error que, lamentablemente, en la Iglesia se ha reiterado varias veces.
Mientras que la justicia chilena se empantanó durante un tiempo largo, la justicia eclesial en cambio fue más rápida. Karadima fue reconocido culpable de los delitos cometidos y fue condenado a vivir apartado, a no celebrar sacramentos en público y hacer penitencia. Su delito, de corrupción de menores, ya que no se constatan los extremos de la pedofilia, prescribieron por tanto a los acusadores solo le queda la chance de una condena civil por los daños y perjuicios causados. Cabe recordar que el intento de Karadima de apelar la condena fue rechazado.
El entorno de la causa se vuelve confuso, pues los acusadores sostienen que no fueron oídos debidamente, respecto de las acusaciones dirigidas contra el obispo Barros, mientras que el Papa sostiene que no se recibieron datos más fehacientes. Se sostiene que Barros encubrió algunos de los episodios de abuso, presenció algunos y hasta mantuvo manifestaciones afectivas inmorales con Karadima. Es la razón por la cual es rechazado como obispo de Osorno por una parte de la feligresía, que en frecuentes manifestaciones lo ha invitado a dar un paso al costado renunciando a su tarea episcopal. Estando en Chile el Papa Bergoglio, Barros ha aparecido en varias oportunidades al lado del Pontífice, y ha recibido su respaldo explícito. El episodio ha sido realmente embarazoso, pues incluso a muchos periodistas les quedó evidente la actitud de Barros de aparecer al lado del Papa.
Los argumentos de Barros son legítimos y jurídicamente exactos: contra él no ha habido prueba alguna.
Las explicaciones del Papa, incluso durante el vuelo de regreso, han tratado de mitigar sus propias palabras. No hay pruebas y se debe defender el derecho a la presunción de inocencia. Lo cual es cierto. Pero eso no puede transformarse en una presunción de calumnia respecto de quien formula una acusación. Si se aplicara ese criterio estaríamos prejuzgando a quien toma la decisión de hablar revelando actos inmorales indignos de un religioso o directamente delitos.
Algo debe haber quedado flotando en el aire, pues desde Roma se anunció el envío a Chile –la próxima semana– del arzobispo de Malta, Charles Scicluna, para conducir una nueva investigación y escuchar a los acusadores-víctimas de Karadima. Scicluna ya ha investigado casos de este tipo y se supone que tiene una experiencia muy necesaria en estos casos. Para el cardenal primado de Chile, Ricardo Ezzati, esta decisión de Francisco “es la mejor que se ha tomado” en la causa.
Hay varias consideraciones que este episodio suscita. Cualquier acusación de abuso, en la gran parte de los casos, supone la ausencia de pruebas concretas, de no ser que el acusado confiese. ¿Quién podrá probar de haber sido manoseado, acosado o abusado en ausencia de testigos directos? Sin embargo, existe un conjunto de factores que deberían ayudar a reconstruir la personalidad y el ambiente creado por quien denuncia este tipo de conductas. Que podrán no aportar pruebas reales, en el plano estrictamente jurídico, pero que permiten tener una idea del entorno moral. Difícilmente, quien se mancha de semejante conductas es una persona que permite el desarrollo espiritual y psicológico de sus víctimas, difícilmente su visión eclesial es de libertad y autonomía, difícilmente su servicio es transparente y se dirige hacia todos. En esto la Iglesia debería tener una capacidad más aguda de detectar no solo actos inmorales o delitos, sino también una visión eclesial que es tan condenable como las conductas a perseguir. Karadima no es solo un abusador inescrupuloso, sino también portador de una visión eclesial inaceptable.
A no olvidar que el veredicto emitido contra Marcial Maciel, el sacerdote abusador fundador de los Legionarios de Cristo, fue demoledor. En el texto se habla de ausencia de un carisma… Difícilmente, puede ser “hombre de Dios” una persona que abusa de menores. Menos todavía podrá enseñar algo en el plano eclesial.
Respecto de aquellos que estuvieron con él, un sabio sacerdote hizo la siguiente consideración: si acompañaron durante décadas a Karadima y efectivamente vieron algo y no lo denunciaron, no merecen ocupar cargos episcopales. Y si no vieron nada, tampoco deberían ser obispos, pues demostraron tener poca actitud crítica para ejercer un servicio tan delicado.