El laberinto de Cataluña

El laberinto de Cataluña

El impasse que se ha creado luego de la intervención sobre las autoridades catalanas que organizaban un referéndum de autodeterminación para el 1 de octubre.

El 20 de septiembre (20-S) se está fijando en el imaginario catalán – y acaso también en el imaginario español- y aparecerá en los libros de historia durante algún siglo. El tiempo dirá de qué se trata, pero la marea de gente ocupando las calles es un dato de relieve histórico irrefutable. La multitud independentista movilizada desde el 2012 y el 20-S demostró una vitalidad incombustible. Un fenómeno insólito, tanto por su cantidad como por el civismo de todas sus manifestaciones, en la Europa Occidental actual.

El resorte que llevó a 40.000 personas –según cifras del ayuntamiento– a ocupar el centro de Barcelona en pocas horas fue una operación judicial y policial destinada a la desarticulación del referéndum de autodeterminación convocado por el gobierno catalán para el 1 de octubre. La operación había empezado unos días antes con la imputación de más de 700 alcaldes, la incautación de material publicitario, la intervención de las finanzas del gobierno… Sin embargo, el miércoles, el 20-S, se produjo un brusco salto de calidad cuando la Guardia Civil registró 41 dependencias del gobierno catalán y llegó al extremo de detener a 15 cargos y trabajadores de la administración catalana. Todo esto bajo la orden de un juez, pero sin pasar por el Parlamento.

La perversa dinámica sumisión-rebelión llegó a su punto álgido y la lucha por el relato hegemónico siguió su escalada: el gobierno de Madrid presenta esta acción como la consecuencia lógica y necesaria de quien se salta la ley, mientras que el gobierno catalán de Puigdemont la denuncia como un golpe de estado “de facto”. Mientras tanto la foto que está en la retina de todos es muy nítida: otra vez los catalanes están en la calle y parece que no van a volver a casa antes del 1 de octubre.

El choque estaba cantado, pero no se sabía su forma y alcance. El Partido Popular (PP) sigue sin entender el calado del malestar de gran parte de la sociedad catalana que ya se ha desconectado de España como su estado, especialmente muchos jóvenes. Una desafección profunda.

El choque institucional estaba cantado, además, porqué ambos gobiernos son frágiles y, cada uno a su forma, debe mostrar músculo para disimular su impotencia. El gobierno de Rajoy (PP, centroderecha) no puede aparecer débil ante gran parte de sus electores y, además, se encuentra acosado por muchos y graves casos de corrupción en su partido. Poner el foco en la cuestión catalana le permite mantenerse como el garante de la unidad y cohesión del estado. Por su parte, el gobierno catalán, está formado por una coalición de los dos partidos mayoritarios favorables a la independencia (ERC y PDECAT), pero necesita el apoyo de un grupo de izquierda anticapitalista e independentista (CUP) para llegar a la mayoría absoluta que le permite sacar, a trancas y barrancas y con argucias legislativas muy controvertidas, la propuesta del referéndum de autodeterminación.

Sin embargo, la gravedad de los hechos, llevó a mucha gente que no está a favor de la independencia a salir a la calle contra lo que para muchos es un atentado contra el estado de derecho. Y no sólo en Cataluña. También en Madrid y otras comunidades protestaron muchos, en general del entorno nacido durante el 15M, el movimiento de los indignados que dio pie al nacimiento de Podemos la actual tercera fuerza política en España. Podemos utiliza la  oportunidad para seguir atacando al PP y desgastar al partido de la oposición (PSOE). Visto así, en el plano institucional, nos encontramos ante un choque de impotencias.

La confusión es grande y la situación preocupante, ya que no parece entreverse ningún margen de maniobra antes del día previsto para el referéndum. De todas formas, sea un referéndum o una movilización popular lo que acabe sucediendo el día D, el desgaste habrá sido duro, tanto en el interior de la sociedad catalana, que parece encallada en un 50% a favor y en contra de la independencia, como a nivel español. La legislatura podría quedar totalmente bloqueada.

No obstante, quién sabe si este conflicto puede ser una ocasión para abrir brecha a un diálogo que parece imposible. A veces, la constatación de haber tocado fondo obliga a mirarse cara a cara y dialogar.

  1. José Acevedo Mancha 26 septiembre, 2017, 08:42

    No se donde has visto tanta paz, pateando y destrozando coches de la Benemérita, no dejándolos salir durante horas y a una juez desde la terraza.
    Yo estuve en la manifestación antiterrorista y me dio vergüenza y me salí, hay mucho fanático nacionalista dos puesto a todo.
    No olvidemos el nacionalismo produjo más de 20.000.000 millones de muertos el siglo pasado.Creo que el nacionalismo español desapareció con la dictadura, después el vasco con Ibarreche, fue leal a las leyes y ahora le toca al nacionalismo catalán anclado en 1714, no evoluciona.Yo estoy por un diálogo auténtico y leal, dudo mucho del nacionalismo.

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    • Subscribo totalmente lo dicho por José Acevedo.

      1º “Un fenómeno insólito, tanto por su cantidad como por el civismo de todas sus manifestaciones, en la Europa Occidental actual.”
      No es civismo destruir el coche de la Guardia Civil y no dejarles salir durante horas. No es civismo inundar una ciudad de carteles y propaganda, dando a entender que otra forma de ver que no sea la que los carteles manifiestan sea “ir contra la democracia”.

      2º “fue una operación judicial y policial destinada a la desarticulación del referéndum de autodeterminación convocado por el gobierno catalán para el 1 de octubre”.
      No fue para la desarticulación del referéndum, si no para que una sentencia del Tribunal Constitucional se aplicase.

      3º “El choque estaba cantado, pero no se sabía su forma y alcance”.
      Estoy de acuerdo con esto. Gran parte de culpa la tiene el Gobierno de Rajoy, por su falta de interés en el diálogo. Otra gran parte de culpa la tiene la Generalitat, porque decir “hablemos, pero referendum o referendum” no es abrirse a un diálogo. El diálogo se construye, estando dispuestos a perder la propia idea, no con la predisposición de imponer la propia idea.

      Y una cosa personal: yo también fuí a la manifestación contra el terrorismo, a favor de la paz, y del “no tinc por”. Me sentí totalmente prostituido y utilizado por gran parte de la masa, que convirtió una manifestación por la paz, en una serie de protesta contra el rey y contra el presidente del Gobierno. Esto es una muestra de falta de respeto: a las víctimas del atentado, a los familiares, y a todos los que fuimos a marchar por la paz.
      Mucha gente en Cataluña, está tratando de crear división y confrontación, y es triste ver articulos como este, en Ciudad Nueva, en la que se da una visión sesgada y parcial de los hechos.
      (Este comentario fue moderado)

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  2. Como ciudadano español que vivo en Barcelona, quisiera hacer algunas matizaciones al artículo de Josep Bofill.
    Cuando el autor se refiere a “marea de gente” y “multitud independentista” el pasado 20 de septiembre en Barcelona, está hablando de los que salen en la foto y algunos más, es decir, unos cientos o miles de personas, en una Comunidad Autónoma de 7,5 millones de habitantes. Y cuando se refiere a que mucha gente de Madrid protestó por un “atentado al estado de derecho”, se refiere a unos pocos cientos de personas, en una ciudad de 3 millones de habitantes.
    Y hablando de “atentado al estado de derecho” echo en falta al menos una mención al acontecimiento que ha dado inicio a la confrontación abierta entre el Estado español y la Generalidad de Cataluña (el gobierno regional). Después de meses y años de enfrentamientos verbales entre ambos poderes del estado español, los pasados días 6 y 7 de septiembre la escasa mayoría independentista en el parlamento catalán sacó adelante dos leyes, una sobre un referéndum de autodeterminación y otra sobre la transitoriedad a un nuevo estado catalán, leyes que tratan de poner las bases del proceso independentista. Estas dos leyes y el proceso exprés de su aprobación supusieron una vulneración de la constitución española y del estatuto de autonomía de la comunidad autónoma de Cataluña, además de un tropello a la oposición parlamentaria, que no tuvo opción a realizar su papel opositor. La situación fue tan poco democrática, que los mismos letrados del Parlamento de Cataluña, su secretario general y el Consejo de Garantías Estaturarias de Cataluña se negaron a firmar y tramitar los documentos. Para más atropello, la presidenta del Parlamento, con apoyo de la mayoría, ha suspendido toda actividad en el mismo hasta nueva orden.
    A partir de ese momento empezaron a sucederse las impugnaciones gubernamentales ante el Tribunal Constitucional, la suspensión de estas leyes por el alto tribunal, la presentación de querellas por fiscales, y las órdenes de intervención por parte de jueces. A una de esas órdenes judiciales se refiere el artículo, cuando habla de reacción popular el 20 de septiembre en oposición a un registro ordenado por un juez en un departamento autonómico.

    Estoy de acuerdo en que el diálogo es necesario, pero pienso que es una condición necesaria y no suficiente. Para un diálogo sincero y profundo se deben poner unas bases que ahora no existen. En mi opinión, la primera es un respeto mútuo expresado en un respeto por los procedimientos y por la legalidad democrática que el pueblo español se ha otorgado en los últimos 40 años. Ciertamente la democracia española es manifiestamente mejorable, pero aún así goza de reconocimiento internacional como una de las mejores del mundo. Tampoco se puede dialogar mientras que una parte incita a sus partidarios a señalar a los opositores internos como “enemigos del pueblo”, y esto lo ha hecho personalmente el presidente de Cataluña.
    Creo que el momento requiere de buenos políticos, que sepan llevar a los pueblos por las vías de la paz y la fraternidad, que no pueden existir fuera de la legalidad democrática. Para ello se requiere entender la postura del adversario, junto con mucha generosidad y mucha renuncia a las propias convicciones, en aras del bien común.

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