No se sabe con precisión quién realizó el ataque a las refinerías saudíes. Pero no caben dudas de que el episodio es parte de un choque que se extiende hasta Yemen.
Hace tiempo que sostenemos que el único verdadero enfrentamiento en Medio Oriente, por lo menos el más importante, es entre Arabia Saudita e Irán. El choque es entre la tradición sunita del islam, de la que los sauditas presentan y propagan en el mundo su particular visión fundamentalista (wahabita), la misma que alimenta a grupos terroristas como el Isis y la tradición chiita, de la que Irán es principal representante, con sectores internos más dialoguistas y otros más conservadores o, directamente, también fundamentalistas. Este choque ha abarcado, y explicado, conflictos como el de Iraq (donde el 60% de la población es chiita), Siria (donde una minoría cercana a los chiitas está en el gobierno), y el conflicto en Yemen donde más del 46% de los 29 millones de yemeníes son chiitas.
La casa real de Arabia Saudita pretende impedir dos cosas: la difusión en la región del chiismo, al que el wahabismo considera herejes, y además quiere impedir que Irán se transforme en potencia regional, rol que quieren llevar a cabo los sauditas que cuentan con el apoyo de Estados Unidos (la permanencia de la casa Saud en el poder es materia de doctrina de seguridad para los norteamericanos) y de Israel, que ve con buenos ojos cualquier división regional. Los estadounidenses, de hecho, han tomado como propio el plan de sectores políticos israelíes de fragmentar varios países en unos pequeños estados étnicos o religiosos, más fáciles de controlar. Lo ocurrido con Iraq ha ido en esta dirección, se intentó hacer en Siria lo mismo.
La guerra civil en Yemen es llevada a cabo precisamente entre facciones sunitas y chiitas. Estas últimas son particularmente aguerridas y se han apoderado de parte del arsenal de las fuerzas armadas cuando éstas literalmente se han disuelto. De ahí se explica el poder militar de los huthíes que ha ido creciendo también, pero no solo, gracias al apoyo constante de Irán. La casa Saud se quiso embarcar en el conflicto liderando una coalición de monarquías del Golfo Pérsico, que ha contado con el apoyo de Estados Unidos. Alejada de las portadas de los medios de prensa, esta guerra ha avanzado en modo sangriento, provocando cuantiosas víctimas en la población civil.
Es difícil saber si el ataque a las refinerías de Aramco ha sido responsabilidad de los rebeldes huthies o de Irán. Éstos, bien pueden haberse hecho con drones de las fuerzas armadas yemeníes o haberlos recibidos de Irán. Más allá de quién puntualmente haya realizado el ataque, lo cierto es que a la casa saudí las cosas no le están resultando como planeado, y tampoco a los Estados Unidos que posiblemente no ponderaron suficientemente qué implicaba hostigar al régimen de Teherán.
En primer lugar, Arabia Saudita muestra una vez más una ineficiencia que en Yemen ha fracasado en la conducción de una guerra que están perdiendo, como ya ha ocurrido con la política de apoyo a los rebeldes terroristas en Siria. Esa ineficiencia llega a la administración estatal que es altamente deficitaria. Si el petróleo representa la “joya de la corona” saudí, con utilidades de 111.000 millones de dólares el año pasado, el déficit estatal es colosal: 100.000 millones de dólares. El heredero al trono, Mohammad bin Salman, de hecho, está tratando de recaudar lo más que puede fondos frescos. Por ello, ha incluso realizado una purga interna, aplicando castigos por corrupción que los inculpados han tenido que purgar abonando sumas cuantiosas de dinero. Arabia Saudita, pese a vivir suntuosamente en los que se benefician del régimen, es una muestra de incapacidad tecnológica y productiva, que depende de las importaciones, incluso de trabajadores que en el 50% de los casos son extranjeros.
El ataque a las refinerías por tanto ha asestado un golpe tremendo al corazón de la economía nacional. Su producción de crudo se ha reducido del 50% y el gobierno tendrá que recurrir a las reservas estratégicas.
En el plano militar la efectividad iraní ha demostrado que no puede ser apartado como si nada del escenario político. Las sanciones contra el gobierno no han mermado su capacidad militar. Trump ha dado un paso atrás luego del acuerdo sobre el programa nuclear iraní, obligando nuevamente a aplicar sanciones cuyo objetivo es debilitar el país en clave pro saudí. Sin embargo, la acción llevada a cabo demuestra que, pese a la protección norteamericana, los sauditas son vulnerables y el potencial iraní es una amenaza también para las fuerzas que el Pentágono ha desplegado cerca. Una represalia estadounidense expondría a barcos, aviones y tropas de tierra a una reacción que podría ser letal, aun en caso de que Irán padezca severos daños. Eso haría menos creíble la política de Trump, con más bajas militares y eventuales daños a navíos o aviones luego de haber prometido un desempeño del país de los conflictos. La tensión ya tiene repercusiones en el precio del crudo, y todo indica que seguirá en el plano político, de no ser que prime la cordura y trate de frenar un enfrentamiento que consume recursos y energías políticas que deberían servir para temas más prioritarios. Entre ellos, el bien de las poblaciones que son las primeras que sufren las consecuencias de una guerra.
¿Hasta cuándo los gobiernos de eeuu van a mentir con el “verso” de la democracia?