Relación de Monseñor Eduardo Horacio García durante la XV Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional.
Santo Padre y hermanos sinodales:
El documento preparatorio nos advierte que “un número considerable de jóvenes que proviene de áreas muy muy secularizadas ni piden anda a la iglesia porque no la consideran un interlocutor válido para su existencia. Esto no es simplemente un dato de la realidad sino una fragilidad en nuestra misión. Por otro lado, Evangelii gaudium nos desafía a “Ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores…” (33).
Las Conferencias Episcopales Latinoamericanas desde Medellín hasta Aparecida han propuesto la opción preferencial por los pobres y los jóvenes porque “La Iglesia ve en los jóvenes la permanente renovación de la vida humana… la Iglesia se reconoce a sí misma en la juventud, la cual es símbolo de la misma Iglesia llamada a una renovación permanente en la fe para la renovación de toda la humanidad” (Medellín 5 10-12).
No podemos pasar por alto que muchos jóvenes experimentan la Iglesia fuera del contexto histórico y contraria a las posibilidades de una autónoma y libre organización de la propia vida y de la sociedad. Su estructura, organización, modos de proceder, lenguaje, razonamientos empleados, rutinas celebrativas fuera de la vida, devociones que perpetúan en ciertos casos una especie de mentalidad anacrónica, mágica y mercantilista, les resultan incomprensibles y terminan siendo una dificultad a la hora de la evangelizar.
Para superar la presente “situación de falta de sintonía” entre la Iglesia y los jóvenes no basta con crear estrategias pastorales, sino es necesario tomar la juventud como un “lugar teológico”. La juventud no es un área pastoral más sino una etapa de la vida inevitable e imprescindible por la que todos pasamos, ese espacio desde el que Dios se manifiesta de un modo original y desde donde podemos realizar nuestra reflexión y repensar creativamente nuestra praxis eclesial.
Tomar la juventud como “lugar teológico” implica recuperar la experiencia original cristiana enraizándola en los dinamismos antropológicos propios de la juventud con una hermenéutica orientada a repensar la expresión de la doctrina y la teología de modo que la «Buena Noticia» sea significativa y significante.
La “Encarnación” pone de manifiesto que para conocer a Dios no hay que huir de lo humano. La revelación no trata de introducir algo externo al hombre, sino ayudarlo a «dar a luz» su intimidad más radical habitada por Dios. Es necesario promover una pastoral que ayude a comprender las preguntas vitales y a lanzarlas más allá de respuestas estereotipadas. La propuesta cristiana la deben experimentar los jóvenes como un desafío a dar respuesta a esa provocadora apuesta de Dios, “cada uno con su vida a cuestas” desde una experiencia de fe personalizada, personalizante y encarnada.
Asumir la juventud como “lugar teológico” nos obliga a tener en cuenta los signos, modos y procesos comunicativos con los que la conciencia juvenil comprende la propia existencia dentro de la comunidad humana. La fuerza de lo afectivo, lo vincular, la identificación, lo veraz, propios de esta etapa, nos exige que la norma, la prescripción y el mero cumplimiento creadores de una pertenencia eclesial pasiva o de corte meramente ritualista den paso al “kerigma y a la pasión por el Reino” como ámbitos desde los cuales se dé la identidad, la pertenencia y el protagonismo que los anime a vivir con audacia profética el compromiso social cotidiano.
Jesucristo es una “novedad cargada de vida y sentido”. Asumir la juventud como “lugar teológico” nos llevará a pensar no sólo lo que queremos decirles y cómo decirlo, sino a dejar que sus modos de vivir y comunicarse nos lleven a una “conversión pastoral profunda” que se anime a transformar drásticamente formas ya caducadas y envejecidas. Una opción por los jóvenes es un llamado a encarnar o fundir –sin confundir– esta “nueva y presente carne humana” con la vida y salvación ofrecidas gratuitamente por Dios en Jesús.
¿Cómo hablar con los jóvenes? y vale también con los pobres. La única manera de transmitir el misterio es mediante el testimonio. A que me refiero, para atraer debo estar enamorado de Jesús, dejarme enamorar por El. En realidad el que atrae es El que me ha enamorado, esto se nota. Esta manera de ser es una manera de estar, no requiere que hable tanto sino que haga silencio, que escuche, que escuche aún los silencios. Estar enamorado de Jesús se manifiesta en gestos concretos, en acoger, servir, y en todo caso responder. Hay silencios profundos que generan diálogo. Es adelantarse con gestos delicados a las situaciones que se presentan. Es comprender la diversidad hasta el punto de no poder no dejarme desestructurar constantemente, porque si me dejo transformar en esta dinámica el otro se transforma; no lo transformo yo, ni puedo prever cual será la transformación; el que transforma es El. La transformación es recíproca, de lo contrario no es auténtica. Necesitamos establecer una relacionalidad vital que sea capaz de hacer el vacío. Tengo que perder el control de la situación para que emerja una realidad dialógica nueva profunda y comprometida.