Editorial de la edición de marzo de la revista Ciudad Nueva.
“La fraternidad es la nueva frontera de la humanidad. O somos hermanos, o nos destruimos mutuamente. Hoy no hay tiempo para la indiferencia. No nos podemos lavar las manos. Con la distancia, con la prescindencia, con el menosprecio. O somos hermanos –permítanme–, o se viene todo abajo. Es la frontera. La frontera sobre la cual tenemos que construir; es el desafío de nuestro siglo, es el desafío de nuestros tiempos”. Así, tan directas y cercanas, fueron las palabras del papa Francisco en su video mensaje en ocasión de la celebración el pasado 4 de febrero del primer Día Internacional de la Fraternidad Humana, una conmemoración que nació de su estrecha relación y amistad con el Gran Imán Ahmed el Tayeb.
“Fraternidad quiere decir mano tendida, fraternidad quiere decir respeto –continúa–. Fraternidad quiere decir escuchar con el corazón abierto. Fraternidad quiere decir firmeza en las propias convicciones. Porque no hay verdadera fraternidad si se negocian las propias convicciones”.
Ciertamente el mundo pide a gritos que este valor penetre en cada rincón de la humanidad. Y como se comprende en los significados que explica el Papa, cuando hablamos de fraternidad no nos referimos a coincidencias, sino más bien todo lo contrario. Las diferencias que podemos encontrar como hombres y mujeres de buena voluntad deben ser la semilla de la cual florezca esa apertura de corazón capaz de cobijar las ideas del otro.
Apenas unos días antes, la Asamblea del Movimiento de los Focolares elegía como presidenta a Margaret Karram, nacida en Haifa, Israel, en el seno de una familia católica palestina. Además de su profunda preparación en el diálogo interreligioso, su propia experiencia de vida es un testimonio de una fraternidad posible, incluso en una de las regiones de mayor conflicto del planeta: “Para mí es inútil hablar de paz en sentido político si antes no se construye a través del contacto entre las personas”. Sin dudas una convicción que brotó en sus primeros años de vida, cuando siendo una niña cristiana vivía en un barrio judío. En las páginas de esta edición cuenta precisamente un hecho significativo que le “enseñó que no son importantes las palabras, que un gesto pequeño de amor hacia el prójimo, aun si es distinto de mí, que puede ser también un enemigo, puede superar los miedos y construir la paz”.
Una experiencia que reafirma más aún las palabras de Francisco, quien la recibió junto a la Asamblea de los Focolares en la Sala Paulo VI y le agradeció por su intervención en aquella oración por la unidad y la paz en Tierra Santa en 2014, de la que participaron el presidente de Israel y el presidente de la Autoridad Nacional Palestina: “Somos hermanos, nacidos de un mismo Padre. Con culturas, tradiciones diferentes, pero todos hermanos. Y respetando nuestras culturas y tradiciones diferentes, nuestras ciudadanías diferentes, hay que construir esta fraternidad. No negociándola”.
El llamado del Papa nos interpela y nos desafía a “no mirar para otra parte, como si el otro no existiera”. En cada paso que damos tenemos ocasiones para ser constructores de esa fraternidad. Se necesita coraje. Y el deseo de apuntar alto.
Publicado en la edición Nº 628 de la revista Ciudad Nueva.