El desafío del cuidado de la casa común

El desafío del cuidado de la casa común

La contribución de las religiones en la búsqueda de un desarrollo sostenible.

El G20, el principal foro internacional para la cooperación económica, financiera y política que reúne a los países que representan el 85 % del producto bruto global, este año bajo la presidencia argentina tiene como lema “Construyendo consenso para un desarrollo equitativo y sostenible”. El gobierno argentino propuso tres ejes claves en los que enfocarse en los trabajos que se están desarrollando: 1. el futuro del trabajo, con especial énfasis en la educación de habilidades para hacer frente a la digitalización y automatización del trabajo; 2. la infraestructura para el desarrollo y 3. un futuro alimentario sostenible.

Frente a estos ejes y ante los desafíos globales que se presentan y que amenazan el futuro de la humanidad, como es la urgencia de respuestas efectivas al cambio climático y las escandalosas brechas de desigualdad a causa de un sistema económico global excluyente, las personas de fe no pueden permanecer indiferentes.

A fines de septiembre, se realizó en Buenos Aires el Foro Interreligioso G20 “Construyendo consenso para un desarrollo equitativo y sostenible: la contribución de las religiones para un futuro digno”, con el fin de reflexionar juntos cómo las perspectivas de fe pueden contribuir a la agenda del G20 y, a largo plazo, al logro de los Objetivos para el Desarrollo Sostenible propuestos por la Agenda para el Desarrollo Sostenible 2030.

Sin pretender tener soluciones mágicas, se advierte la necesidad de trabajar colaborativamente, por medio de alianzas estratégicas, para buscar juntos –líderes religiosos, creyentes, académicos, tomadores de decisiones, organizaciones humanitarias y políticos– posibles soluciones.

“En un momento en que nuestra política se vuelve más y más dividida y polarizada, cuando la defensa de las fronteras nacionales se convierte literal y metafóricamente en lo único que preocupa a muchos líderes políticos, nuestras tradiciones religiosas dicen que no estamos permitidos por el Dios santo al que servimos olvidarnos de alguna parte de la raza humana”, expresó Rowan Williams, presidente de Christian Aid y exarzobispo de Canterbury, primado de la Iglesia de Inglaterra.

El papa Francisco, en su mensaje a todos los participantes del Foro, hizo una “invitación urgente a un nuevo diálogo sobre cómo estamos construyendo nuestra sociedad, en la búsqueda de un desarrollo sostenible y convencidos de que las cosas pueden cambiar”.

“Hay que construir una fraternidad que no sea de “laboratorio”, porque “el futuro está en la convivencia respetuosa de las diferencias, no en la homologación de un pensamiento único teóricamente neutral”, expresó.

En los últimos años, se ha reconocido el rol significativo que las comunidades religiosas y organizaciones basadas en fe (OBF) tienen al hacer frente a desafíos globales complejos por su trabajo en materia de desarrollo sostenible, en situaciones de pobreza extrema, en desastres, en procesos de construcción de paz, en zonas de violencia y conflicto e incluso allí donde el Estado está ausente. Así por ejemplo Caritas Internationalis, Visión Mundial (World Vision), Islamic Relief, entre otras, son organizaciones que forman la columna vertebral del sistema humanitario global. Al mismo tiempo, las OBF y comunidades religiosas realizan un concreto y significativo aporte al desarrollo de las sociedades en el mundo. Se estima que los fondos de las instituciones basadas en la fe representan alrededor de 10 billones de dólares de los fondos invertidos en el mundo, convirtiéndose en líderes de tendencias de inversión institucional y, como bloque, al menos en el cuarto grupo de inversión más grande del mundo.

También, por la vitalidad propia de las comunidades de fe y su compromiso de justicia, en su seno surgen ideas innovadoras para abrir nuevos procesos y/o promover las reformas necesarias. Como por ejemplo el sistema de Corredores Humanitarios impulsado por la comunidad católica laica de Sant’Egidio, que tiene como fin dar respuesta a la crisis de refugiados que atraviesan el Mediterráneo, para que éste ya no sea un lugar de muerte sino uno con horizontes de esperanza.

Las comunidades religiosas aportan experiencias diversas y prioridades éticas a la compleja crisis social, ambiental, humanitaria y económica que enfrentamos.

Los desafíos en torno al trabajo, la educación, la producción y la economía

En torno al eje propuesto sobre el “Futuro del trabajo”  surgen distintos desafíos a raíz de la IV Revolución Industrial, que con las nuevas tecnologías y la inteligencia artificial transforman y desestabilizan las expectativas de trabajo tradicionales y los modelos de producción hasta ahora vigentes, transformando las economías. Esto se ve especialmente reflejado en el aspecto educativo, ambiental, en los sistemas productivos y la economía, así como en las nuevas modalidades de trabajo que, muchas veces, resultan en casos de “esclavitudes modernas”.

En materia educativa están surgiendo nuevas y antiguas demandas en los sistemas educativos, para preparar a las nuevas generaciones para el trabajo del siglo XXI. Y en este sentido las religiones  pueden aportar muchísimo al contar con el 50 % del sistema educativo a nivel global. La sabiduría, las prácticas y la experiencia (tanto positivas como aquellas que no resultaron) tienen un significativo valor a la hora de discernir alternativas, evaluar riesgos, indicar las urgencias y las brechas a superar para garantizar que los más vulnerables no queden excluidos del desarrollo de nuevas capacidades, del trabajo y la sociedad.

Por otro lado, en materia de producción y economía, las tradiciones religiosas reiteradamente afirman junto con muchos economistas que “la economía es una ciencia moral”, porque ésta no solo analiza el crecimiento económico en vistas al logro del bienestar y/o el bien común, sino que reflexiona sobre criterios de justicia distributiva. Al mismo tiempo, cuanto más avanza la ciencia tecnológica y los mercados cada vez más se extienden en aspectos de la vida, la economía se enfrenta con dilemas morales: ¿Qué bienes y servicios pueden o no estar en el mercado? ¿Es necesario modificar el modelo de producción extractivo? ¿La economía puede estar regulada por algoritmos y robots? ¿La inteligencia artificial tiene conciencia ética? Para dar respuesta a estas preguntas se torna necesaria una mirada integral y sistémica de los desafíos que la realidad propone y recuperar una dimensión ética tanto en el discernimiento prudencial como en la toma y ejecución de las decisiones. Se advierte la necesidad de transformar el abordaje del diseño de los modelos de producción y de inversión, que tenga en cuenta el impacto ambiental, social y económico de la actividad respectiva.

En este sentido, también el movimiento ecuménico ha desarrollado una serie de exhortaciones, declaraciones y documentos teológicos en torno a la ética y economía, en particular respecto de la arquitectura financiera internacional. Entre ellas, podemos mencionar “La Declaración de San Pablo: Transformación Financiera Internacional para la Economía de la Vida” (2012), formulada conjuntamente por el Consejo Mundial de Iglesias (CMI), la Comunión Mundial de Iglesias Reformadas (CMIR) y el Consejo para la Misión Mundial (CMM). La Declaración de San Pablo propone una nueva arquitectura financiera y económica basada en los principios de justicia económica, social y climática; al servicio de la economía real y con límites definidos a la ambición. Las mismas organizaciones junto con la Federación Luterana Mundial promueven el nuevo proceso denominado “Nueva Arquitectura Financiera y Económica Internacional” (NIFEA, por su sigla en inglés). Recientemente,  en el Foro para la Financiación del Desarrollo de la ONU, llevado a cabo del 23 al 26 de abril en Nueva York de este año,  elevó su “Declaración pública de NIFEA”.

La esclavitud moderna

La realidad escandalosa de “la esclavitud moderna” en el siglo XXI,  emerge como un tema en el que los líderes del G20 y las comunidades religiosas pueden impulsar la acción. El papa Francisco la ha llamado “una plaga en el cuerpo de la humanidad contemporánea” y ha convocado varias reuniones para estimular la acción. El patriarca Bartolomé de Constantinopla y el arzobispo Justin Welby de Canterbury se reunieron en Estambul en 2017 también para exigir la acción con una declaración conjunta. “La esclavitud está a nuestro alrededor, pero estamos demasiado ciegos para verla. Está en nuestras manos, pero somos demasiado insensibles para tocarla. Los esclavos están a nuestro lado en la calle, pero somos demasiado ignorantes para caminar junto a ellos”, expresó Welby en el Simposio “Pecados frente a nuestros ojos”, al mismo tiempo que propuso distintas acciones para combatirla, como seguir la cadena de producción para que no haya trabajo esclavo en algún eslabón de la cadena, acogiendo a los refugiados dentro de las propias comunidades que son vulnerables de caer en situaciones de esclavitud, entre otras. En este sentido, son muy valorables las distintas iniciativas tanto de organizaciones internacionales como locales, así como de personas que con fe y coraje desafían este flagelo que sufren más de 40 millones de personas en el mundo.

A la pregunta sobre cómo pueden las religiones contribuir ante estos desafíos, Francisco destacó en su mensaje al menos dos aportes: el primero, la capacidad de mostrar la fecundidad del diálogo constructivo para encontrar, entre todos, las mejores soluciones a los problemas que afectan a todos; el segundo, la capacidad de ofrecer una manera nueva de mirar a los hombres y la realidad, ya no con afán manipulador y dominante, sino con respeto de su propia naturaleza y de su vocación”.

Ante un mundo cuyos conflictos identitarios se reafirman cada vez más, el Papa nos invita a un diálogo “que significa (…) estar dispuestos a salir al encuentro del otro, a comprender sus razones, a ser capaces de tejer relaciones humanas respetuosas, con el convencimiento claro y firme de que escuchar al que piensa de modo diferente es ante todo una ocasión de enriquecimiento mutuo y de crecimiento en la fraternidad. Porque no es posible construir una casa común dejando de lado a las personas que piensan distinto, o aquello que consideran importante y que pertenece a su más profunda identidad.”

En cada uno de los desafíos planteados, lo que está en juego es la dignidad de cada ser humano y el cuidado de la “casa común”, como se señala en la Laudato Si’. Lo que está cuestionado es el modelo de desarrollo entendido solo como crecimiento económico. Las tradiciones religiosas pueden aportar sus perspectivas de fe para realizar una transición justa hacia sistemas sostenibles de organización, para reaprender a vivir juntos y en diversidad, sin excluir a nadie.

Nota: Artículo publicado en la edición Nº 603 de la revista Ciudad Nueva.

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