“El cerebro es un cosmos”

“El cerebro es un cosmos”

Jorge Affanni, amigo y lector de Ciudad Nueva, nos dejó el pasado domingo a los 84 años. Como recuerdo y agradecimiento por su vida, compartimos esta nota que le realizara José María Poirier, publicada en nuestra revista en abril de 2008.

Encuentro con Jorge Affanni, médico e investigador en Neurociencia, docente universitario, autor de numerosos trabajos de investigación y varias obras en su especialidad.

Sentarse a conversar con Jorge Affanni en su departamento del piso 18 de Caballito, en Buenos Aires, rodeado de libros y objetos de arte, mientras su mujer (que por la erudición en cine podría poner en dificultad a más de un crítico en la materia) nos prepara un té, es entrar en contacto con alguien cuya serenidad y sabiduría le permiten transitar con naturalidad los caminos de la biología, de la literatura universal o de la mística en las grandes religiones. No quiere volver sobre circunstancias académicas o políticas que interfirieron a veces en su labor, y prefiere considerar “los gozos y los sufrimientos” como parte del “diálogo que un investigador trata de establecer con el Creador”. Su tarea, explica, comporta, como dijo un hombre de ciencias, noventa por ciento de transpiración y diez por ciento de investigación. Alguna vez, frente a “la complejidad astronómica” del cerebro, llegó a plantearse: “¿Por qué, Señor, hiciste esta maraña?”. Le gusta recordar que Tomás de Aquino hablaba de dos libros: el de la revelación y el de la creación. Jorge Affanni acostumbra reflexionar sobre los poetas que “muchas veces saben ver lo esencial del misterio de la naturaleza cuando los hombres de ciencias no encuentran las palabras para tanta maravilla”. No esconde su pasión por el novelista ruso Fedor Dostoievski, el poeta norteamericano Walt Whitman o el místico español Juan de la Cruz.

Doctor en Medicina, investigador superior del CONICET, director del Instituto de Neurociencia de la facultad de Medicina de la Universidad de Morón y ex titular regular de la UBA, en su juventud completó su formación en Pisa, Oxford, Cambridge, Estocolmo, París, Bruselas y Münster. Ha dictado conferencias en los Estados Unidos, Canadá, México, Japón, Francia, Italia, en la Academia de Ciencias de Moscú y en la del Vaticano, entre otros países.

Frente a él uno se hace la obvia pregunta de por qué se dedica desde joven al estudio del cerebro humano. Este discípulo de Bernardo Houssay y Eduardo Braun Menéndez, a quienes considera “padres espirituales”, responde: “Las prodigiosas propiedades del cerebro siempre suscitaron en mí un fuerte sentimiento de asombro y admiración”. Sostiene que el estudio del cerebro constituye la frontera de avanzada del conocimiento humano “porque es la estructura dinámica indispensable, al menos en condiciones ordinarias de conciencia, para el ejercicio de las manifestaciones sensitivas, emocionales, intelectuales, volitivas y espirituales”. Para él, toda la gigantesca aventura del conocimiento humano, de las relaciones entre los hombres y de éstos con el cosmos “depende de la organización y funcionamiento del cerebro”. Es difícil no dejarse llevar por el interés cuando él entra de lleno en lo suyo: “El cerebro humano –agrega como quien narra con entusiasmo una odisea– es una obra maestra, el sistema más complejo del planeta, basta recordar que en un cerebro adulto hay alrededor de 100.000 millones de neuronas, número aproximado al de las estrellas de la Vía Láctea y de la totalidad de las galaxias del universo visible”. Si pudiéramos contar las sinapsis (los contactos entre neuronas) a la inaudita velocidad de mil por segundo, emplearíamos miles de años. “Nada menos que ese universo llevamos en la cabeza”, concluye el profesor Jorge Affanni.

El cerebro, que a él no le gusta comparar con una computadora dado que su estructura es absolutamente dinámica y no estática como la de un ordenador, se modifica constantemente ante estímulos externos e internos: “Si presenciamos, por ejemplo, una escena violenta, aún de ficción, se dan profundos cambios funcionales en ciertas regiones cerebrales”. Y aclara que “el estrés, el aprendizaje, las imágenes televisivas, las drogas, el ayuno o la oración también influyen sobre la disposición de los ‘cables’ cerebrales”.

¿Es el cerebro producto de una evolución? “Por cierto, sin embargo no creo que de una evolución fortuita determinada por leyes sin legislador: los distintos cerebros del mundo viviente, desde los animales inferiores hasta el hombre, muestran que provienen de una evolución caracterizada por la presencia subyacente de sabiduría, inteligencia y amor”.

Affanni observa que Tomás de Aquino señalaba que los errores acerca de la comprensión de la naturaleza conducen a errores sobre la comprensión de Dios. “¡Qué hermosa tarea –exclama nuestro interlocutor– la de los científicos de la naturaleza cuando contribuyen a evitar errores sobre Dios y así conocerlo mejor!”. Insiste en que la creación ocurrió, ocurre y seguirá ocurriendo en los siglos: “La creación es actual”. Y arriesga: “Estoy convencido de que los descubrimientos biológicos nos ayudan a ver el Evangelio con ojos nuevos, así como también creo que en las Escrituras hay un código de lenguaje para entender la creación, una suerte de manual del usuario para comprender el cerebro”. Se lamenta de que muchos teólogos se hayan desvinculado de la creación y de que los científicos filosofen sin la preparación adecuada.

Precisamente cuando estudiaba en la Universidad de Pisa, en 1959, gracias a una meditación de Chiara Lubich que leyó por casualidad en la revista Città nuova, Affanni entró en contacto con una realidad espiritual que de inmediato lo conmovió profundamente. Desde entonces sintió el impulso de que su interés por la dimensión religiosa de la existencia creciera paralelamente a su labor en el campo científico.

¿Cuáles son las alegrías y los sufrimientos del investigador? “Uno de mis mayores gozos ha sido el haber descubierto alguno de los muchos secretos que guarda el cerebro y ponerlo a disposición del bien común. Por otra parte, he debido aceptar y amar el dolor y la oscuridad que produce el terreno desconocido donde actúo, las incertidumbres, las dificultades técnicas por la ausencia de medios y por las limitaciones personales”. Sin embargo, para él, las dificultades existen para ser vencidas.

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