El tiempo y la concepción del futuro – Una reflexión nutrida de la visión de diferentes religiones, culturas y autores que nos ayuda a mirar hacia adelante y con esperanza.
Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
Soy un fue, y un será, y un es cansado.
Francisco Quevedo
Cansancio es lo que experimenta nuestra tierra. Mientras escribo este artículo, leo en los periódicos que han comenzado en Australia (luego con el correr de las horas se extenderá a todos los países del mundo) las manifestaciones de la huelga global por el cambio climático denominada “Viernes por el futuro”, protagonizada por jóvenes de todo el mundo. Es significativo que sean los jóvenes, liderados por una joven: Greta Thumberg, quienes tomen la bandera en esta lucha.
Si prestamos atención a la “huella de carbono” y al “sobregiro de la tierra” vemos que este año, al 31 de julio, consumimos todo lo que la tierra produce en un año. O sea que para vivir los 5 meses restantes hasta finalizar 2019 hemos pedido un préstamo a las generaciones futuras. Entonces se entiende por qué los jóvenes toman la posta en defensa del ambiente.
Y a propósito de futuro recuerdo un texto que me pasó un amigo médico que estuvo en África muchos años. Allí se sostiene que la clave del pensamiento africano es el tiempo. Para ellos el tiempo tiene dos dimensiones: el pasado y el presente; el futuro es muy corto, cercano al presente1. Me pregunto cuál es la vivencia del tiempo que tenemos nosotros en occidente, y si la cuestión ambiental en el fondo no es consecuencia de esa percepción.
Para Aristóteles, el tiempo no existe de modo absoluto sino de manera relativa. Algo similar dice san Agustín, para quien el tiempo es una decisión del alma.
En el mundo oriental, la concepción del tiempo, partiendo de sus religiones mistéricas, es circular, el tiempo no pasa, somos nosotros quienes transitamos por él. Concepciones todas que tienen que ver con las culturas, ricas de historia (pasado), de religión (que podemos considerar expectativa del futuro) y de vivencias del presente tensionado entre un fue y un será, al decir de Quevedo.
Jorge Luis Borges, en su cuento El inmortal nos habla de seres que por ser tales modificaron el lenguaje: “Pensé a un mundo sin memoria, sin tiempo, consideré la posibilidad de un lenguaje que ignorara los sustantivos, un lenguaje de verbos impersonales o de indeclinables epítetos”. ¿No serán signos de aspiración a la inmortalidad los de una cultura tecnológica que ha trastocado el tiempo religioso, pasando de una eternidad situada más allá del tiempo, a una religiosidad del instante colocada en el interior del individuo y donde la narrativa de lo que fue y será se ve ensombrecida por un presente que todo lo abarca?
Ítalo Calvino, en su libro Las ciudades invisibles imagina ciudades que existen solo en la imaginación de quien las narra; ciudades imposibles donde todo puede suceder, mundos construidos a partir del lenguaje.
También nuestros pueblos tienen sus propias narraciones de la vida, lenguaje hecho no tanto de palabras cuanto de gestos. Pensemos por ejemplo en peregrinaciones como la del Cristo del Milagro, en Salta, que el mes de septiembre movilizó a miles de personas que desde los cerros, luego de días de camino descendieron a la ciudad para rendir homenaje. Me pregunto: ¿Qué fe los moviliza? ¿Qué sentido de la vida los impulsa a tanto sacrificio con días de camino? ¿Qué modelos de ciudades invisibles albergan sus corazones? Hay en estos gestos una visión distinta del futuro como algo hacia lo cual se avanza, un lenguaje que nos dice de una espera, de una meta posible de alcanzar. “El camino es la meta” profesa un apotegma atribuido a la mística zen. Es un caminar que los lleva al encuentro con ellos mismos, con el otro, con la tierra madre, con el cosmos.
Recuerdo lo que me dijo un baqueano de los cerros calchaquíes: “Aquí lo nuestro es silencio, tiempo y distancia…”; pareciera una expresión sacada del relato borgiano que cité. Ciertamente la experiencia de quienes peregrinan por nuestra América se nutre de esa mística.
En un tiempo de procesos acelerados, como dice el papa Francisco en su encíclica sobre el ambiente: “Hace falta la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos. Esta conciencia básica permitiría el desarrollo de nuevas convicciones, actitudes y formas de vida”2. También aquí se habla de futuro, de conciencia, de actitudes. Tiempo, distancia y silencio, como dijo el baqueano, lenguaje con sustantivos y verbos, diría Borges, que nos ayuden a imaginar ciudades posibles y convertir el camino en meta esperanzada.
1. *Mbiti, J. “African religions and philosophy”. Heineman, 1969, Nairobi, 1992
2. Laudato sí: cap. VI: 202.
Artículo publicado en la edición Nº 614 de la revista Ciudad Nueva.