Su líder, Rodrigo Londoño, ha retirado su candidatura a la presidencia. El partido no supera el 1% en la intención de voto. Es fuerte el rechazo social.
Uno de los temas que hizo compleja la negociación de paz de las FARC con el Gobierno de Colombia fue el de la entrega de las armas. La guerrilla temía exponerse a las represalias del paramilitarismo que, ocurrió en el pasado, podría aprovecharse de su desarme para asesinar a sus miembros. Pese a algunos, pocos, episodios violentos, el ingreso de las FARC a la vida civil y su transformación en un partido político ha enfrentado al grupo a otra realidad: el rechazo social.
El líder del grupo, Rodrigo Londoño, alias Timochenko, es conductor militar del grupo, acaba de renunciar a competir en las próximas elecciones presidenciales. El motivo oficial es la debilidad de su salud, ha sido sometido en estos días a una intervención quirúrgica por una dolencia cardíaca, pero la realidad es que la intención de voto a su candidatura no se mueve del 1%.
El pueblo en nombre del cual las FARC hace más de 50 años tomaron las armas y comenzaron un conflicto que produjo 220.000 muertos, seis millones de desplazados y un océano de dolor, está lejos de sentirse cerca del partido que hoy lleva el mismo nombre de la organización armada. La adhesión al ideario revolucionario ha sido escasa, y el mitin con el que se lanzó la candidatura de Timochenko no pudo reunir a más de 200 o 300 personas, entre ellos la plana mayor del partido. Habían sido convocados al acto millones de colombianos.
Es un baño de realidad el de las FARC, que los enfrenta a lo que la gente piensa de ellos y la imagen que han proyectado en estos años. Ya no disponen de las armas para imponer su visión y queda al desnudo el rechazo por su violencia, y las consecuencias de haberse transformado en un grupo narcotraficante, secuestrador y extorsivo.
La primera reacción ha sido la de echarle la culpa al Gobierno. El plan de paz avanza con retrasos. Y la seguridad no siempre ha sido garantizada. Dicen que escasean los recursos para la campaña, pero el Ejecutivo informó que recibieron varios millones de dólares para su actividad política; además, tienen aseguradas 10 bancas, cinco en el Senado y cinco en Diputados. La realidad es otra: la gente no los acompaña.
Se pagan horrores y errores de décadas. Las FARC han cometido crímenes. No los purgaron duramente por efecto del acuerdo de paz que instituyó una justicia transicional, algo indispensables para cerrar el capítulo de la guerra. Pero la gente no olvida. A su vez, también se cometió el error de fundar un partido con la misma sigla del grupo armado, con el mismo liderazgo y sin un aggiornamento de su línea ideológica, en un mundo que ha sepultado hace rato la lucha de clase.
Es la hora de la democracia y del debate político. Para representar al pueblo nada mejor que presentar su propia propuesta política y someterla al juicio de las urnas. Ellas dirán hasta qué punto se lo representa.