El amor, una gran sinfonía

El amor, una gran sinfonía

En estos tiempos tan difíciles, cuando experimentamos una fuerte impotencia frente a la injusticia, la precariedad de nuestros sistemas de salud, la inestabilidad laboral, la vulnerabilidad de los procedimientos burocráticos que protegen a la tercera edad, podemos tener tres reacciones: una impetuosa, que nos lanza a realizar voluntariados donde sea necesario; otra apática o de crítica charlatanería, que ve un horizonte negro y se queda en el análisis de las consecuencias por las cuales hemos llegado a este dramático momento, y una tercera, que toma conciencia de que en la vida tenemos solo el presente y en ese presente hay alguien para amar.

Es una de las claves del carisma de Chiara. Pareciera simple, hasta casi superfluo; sin embargo, requiere una tensión rítmica constante. Debo tomar conciencia de que soy un instrumento que forma una parte indispensable de una gran sinfonía universal y en momentos como los que estamos viviendo no puedo permitirme desafinar, porque es justamente el amor la única posibilidad de pasar “de la muerte a la vida”. No es importante lo que hago sino cómo lo hago. Los invito a leer todo el escrito de Chiara, del cual he tomado solo algunas líneas: “El mandamiento nuevo”(1).

Pero, a pesar de la enorme generosidad de cada uno, intuíamos que era necesario algo más para librar de la miseria a una sociedad, y se comprendía que quizás no era esta la finalidad inmediata por la que el Señor nos había impulsado a la caridad concreta.

Más tarde nos pareció comprender que Él nos había orientado en esa dirección por un motivo muy concreto: con la caridad, viviendo la caridad, se comprenden mejor las cosas del Cielo y Dios puede iluminar a las almas con mayor libertad.

Y fue quizás ese amor concreto lo que nos hizo comprender más tarde que nuestro corazón tenía que dirigirse no solo a los pobres, sino a todos los hombres sin distinción alguna. (…)

Dios nos pedía no solo el amor a los pobres, sino también el amor al prójimo, cualquiera que fuese, como uno se ama a sí mismo. (…)

Esto era el cristianismo y esto era también la vida, porque nunca como en el ejercicio constante de esta caridad para con quien pasa a nuestro lado –pobre o rico, blanco o negro– se comprende hasta qué punto son verdaderas las palabras de san Juan: “Hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos” (1 Jn 3, 14).

1. Lubich, C. (1998). Escritos espirituales III. Madrid: Ciudad Nueva, pp. 35-46.

Artículo publicado en la edición Nº 623 de la revista Ciudad Nueva.

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