Algunos empresarios y empresarias nacen por vocación, porque un día, quizá dentro de una crisis, una enfermedad o una depresión, escuchan una voz buena que pronuncia su nombre.
«Un día, siendo yo niño, mi padre llegó a la fábrica 20 minutos tarde por acompañarme al hospital debido a una crisis asmática. Aquel retraso le costó un descuento de cuatro horas de salario. En aquel momento, dentro de mí surgió “algo” nuevo, que con el tiempo fue madurando. No sé qué era exactamente: tal vez rabia, tal vez dolor. Lo que sé es que aquel día fue decisivo para la decisión que tomé muchos años después de fundar mi propia empresa, donde ese “algo” que yo vi y viví, no debería existir, ni para los padres ni para los hijos». Este episodio, narrado por Francisco, un joven empresario, nos dice muchas cosas acerca de lo que han vivido muchos empresarios de verdad.
Si leemos atentamente las historias de muchos empresarios, a menudo encontramos vivencias parecidas a la de Francisco. Muchos han creado una empresa después de una experiencia especial, de un dolor. A lo mejor lo han hecho para evitar la muerte de la empresa familiar en la que han crecido de niños, donde hacían los deberes mientras sus padres pasaban los mejores años de su vida en una tienda, un restaurante o una fábrica.
Es posible que los vieran luchar para no cerrar en los momentos difíciles, para no despedir a un padre de familia. Es posible que los vieran llorar, pelear y hacer las paces. En la empresa vieron carne y sangre, vieron solo vida. Y al crecer siguieron en la empresa como sigue la vida. En el origen de estas empresas de segunda o tercera generación no siempre hay una “vocación”, porque en la tierra hay cosas maravillosas hechas por personas que no han sentido la llamada de una voz interior. Tal vez solo han oído la voz de un padre, un amigo o el dolor de los pobres, y han dicho: “aquí estoy”.
No han vivido la experiencia del profeta Isaías, pero se le parecen mucho, porque, a veces, la llamada llega después y no antes de la creación de la empresa.
Otras veces, la empresa nace por un encuentro, para aprovechar una oportunidad, sin que, tampoco en este caso, haya una vocación concreta. A veces estas empresas-oportunidad también pueden ser buenas y pueden generar auténticas experiencias humanas, creando bienes, puestos de trabajo, salarios y riqueza para muchos. Muchas empresas reales nacen así, y algunas nacen o se hacen preciosas.
Otras empresas nacen por revancha, por un desafío, incluso por una forma de venganza, para mostrar a un patrón que no nos valoraba que somos capaces de hacer las cosas al menos tan bien como él, si no mejor. Pero estas empresas raramente tienen éxito, porque estos sentimientos negativos (muy frecuentes) no son los más adecuados para el mercado y para la economía. El empresario que crece bien debe ver el mundo con positividad, debe ver la riqueza y los talentos de los demás como oportunidades para su propio crecimiento y para su futura riqueza. La envidia nunca es una virtud, mucho menos una virtud del mercado.
Finalmente, hay empresarios y empresarias que nacen por vocación, por una llamada, porque un día, a lo mejor en medio de una crisis, una enfermedad, una depresión, un luto o una inquietud en el trabajo que muchos envidiaban pero él o ella sentía como una jaula, escucharon una voz buena que pronunciaba su nombre. La escucharon con claridad, aunque no tuvieran una fe religiosa para llamar “Dios” al autor de esa voz. En el mundo hay muchas más personas llamadas que personas religiosas.
Sintieron que su puesto en el mundo pasaba por crear una cooperativa, una asociación o una empresa. Sintieron que esa economía no era solo economía: era también economía de la salvación, para ellos mismos y para los demás. Sintieron que, si no decían “aquí estoy”, su vida se marchitaría. Y respondieron.
La economía necesita todas estas formas de empresarios, toda esta biodiversidad típicamente suya. Pero sin economía por vocación faltaría la levadura, y el pan del mercado sería siempre ácimo. La buena noticia es que cada mañana la voz sigue llamando nuevos empresarios. Y cuando los conocemos y los reconocemos siempre es un día de fiesta, para nosotros y para todos. No hay bien común sin santos, sin artistas y sin empresarios.