Cristina Domenech fue durante 10 años coordinadora de un taller de escritura en la cárcel. La empatía con el dolor del otro y el poder liberador de la palabra.
“Uno no empieza nunca, uno siempre está en camino y siempre está empezando. Pasé toda la vida iniciando cosas y a veces me duran mucho tiempo, como la experiencia de la cárcel, que fueron 10 años, un montón de tiempo. Y todavía me dura porque sigo conectada con el contexto de encierro. Creo que todos sabemos, en algún punto, lo que es un contexto de encierro y estamos encerrados en alguna parte”. Las primeras palabras en el diálogo con Cristina Domenech (foto) evidencian una carga poética que acompañará buena parte de la entrevista. La poesía es la verdad en la que cree esta escritora atea, quien asegura haber tenido una infancia no muy feliz; quien soportó hace casi 13 años la muerte de Delfina, su hija menor, en la tragedia del colegio Ecos; quien una década atrás comenzó a dar talleres de escritura en la Unidad Penitenciaria Nº 48 de San Martín, provincia de Buenos Aires; y recientemente comenzó con una tarea similar, de la mano de Scholas Ocurrentes, en la Villa 31 de la Ciudad de Buenos Aires. Un lugar que conoció desde pequeña, cuando apenas cursaba cuarto grado y se tomaba el colectivo sola para ir a ayudar a los chicos en la escuelita del padre Carlos Mugica. Hasta allí se remonta para explicar su vocación docente, su formación como trabajadora social y sus posteriores estudios de Filosofía.
“Enseñar y aprender es una vocación. En realidad uno no va a enseñar nada. Lo que uno hace es compartir un espacio y de repente la vida te va autorizando y formando en un lugar de profesor. En mi caso lo que más me gusta de la docencia es lo que aprendo”, aclara.
Había atravesado momentos de muchísimo dolor. Cuatro años antes del fatídico viaje escolar de su hija y sus compañeros, Delfina había sufrido un gravísimo accidente esquiando con sus hermanos, que la tuvo en coma, con su vida corriendo serios riesgos y con una posterior pérdida de memoria y recuperación. “Fueron años tremendos entre la casi muerte, el acompañamiento a una chica con el cerebro destrozado, la ‘resurrección’ y luego el choque en el viaje escolar. Yo estaba literalmente desnucada”, describe para contextualizar el momento en el que le llegó la propuesta de sumarse a la actividad en la cárcel: “Una ex alumna me comentó que en el penal estaban pidiendo hacer un taller de escritura. Ya tenía ganas de volver a trabajar. No tenía nada que perder. Se estaba abriendo un espacio académico de la Universidad de San Martín en el penal y me interesó. Entré y no me fui más, hasta hace poco”.
–¿Cómo fue esa primera experiencia?
–Los primeros años fueron de una riqueza extraordinaria. Tengo un defecto y es que soy súper exigente. Me da igual que seas analfabeto, preso, iletrado, asesino. A la hora del laburo somos todos iguales. Lo creí, lo creo y lo creeré. Recuerdo que me preguntaban cómo hacía para estar ahí adentro. Pero es la gente la que hace las cosas. A mí nada más se me había muerto un hijo. Imaginate. Nada más. Era una tontería al lado de las historias de la gente que estaba allí. Todos tenían hijos muertos por todos lados.
–¿Realmente considerás así lo que te pasó?
–Totalmente. Lo sigo pensando. Yo soy una afortunada que lo único que me pasó de verdad es que me mataron un hijo. Miro alrededor y soy híper afortunada. Tengo una familia, hijos y un marido extraordinarios, la gente con la que trabajo también. Nada más me mataron un hijo. Es terrible, es muy doloroso. Se murió una chica que era una luz, un sol, y que estuvo increíblemente viva hasta que no estuvo más. Yo soy atea, no me consuela el reencuentro. Pero ella escribía como los dioses y muchos de sus escritos fueron leídos por el Flaco Spinetta, que estaba voladísimo por Delfina. Yo estaba con un duelo muy incipiente todavía y en su libro llevé a Delfina a la cárcel. Ella fue envolviendo ese lugar a partir de su palabra, de su poesía. Para mí la cárcel fue como una cuna que me abrazó de una manera extraordinaria. Lo único que tengo es agradecimiento. Para estar donde yo estoy tenés que haber estado algún día “colgando” hacia el otro lado. Poco tiempo atrás, en una plenaria, me preguntaron: “¿quién fue tu maestro?” Yo no tengo personas, mi maestro es el dolor. Una persona que sufre va tomando lo mejor que tiene la vida, va recomponiendo y va realimentando ese espacio. Entonces tenés mucha empatía con el que tiene dolor. A la vez soy súper rigurosa, muy rígida, entonces no tengo conmiseración. Tengo compasión en el sentido más preciso, que es lo que te hace absolutamente humano, es decir, entrar en el dolor del otro. Por eso a mí me da mucha alegría poder estar con gente que sufre y que se sobrepone. Los que estuvimos ahí y pudimos vivir en ese lugar, estamos como más avanzados que los que no se atreven a sufrir. El que escapa del dolor, el que se emborracha, se droga, el que consume y evade de alguna manera el dolor es incapaz de estar en el mundo del corazón.
–Esa empatía seguramente te permitirá entender el profundo sentido de estar detenido en una cárcel…
–Estar preso, en la cárcel, para mí tampoco es lo peor del mundo para una persona. Vos me hablaste de detenidos y en realidad no están detenidos. Son personas que tuvieron muy poquitas oportunidades, o ninguna. Y la gente muy inteligente quiere salir de alguna manera de ese lugar. Creo que para ser un buen ladrón tenés que ser muy inteligente. Nadie es asesino por decisión. El problema no es estar en la cárcel. El problema es la cárcel. El problema es la política. No obstante y pese a todo, hoy hay una mayor conciencia. Tenemos en la historia de la naturaleza humana el control sobre los cuerpos, que es tremendo, pero no se hace nada antes. Si hubiese algún instituto de menores, si hubiese algo que recibiera a los chicos, si hubiese algún amor para saber que esa gente no elige ese camino. Tampoco la idea es justificar. Todo el mundo tiene alternativa, pero es la que pudiste elegir. Cuanto más inteligente sos más ves la desigualdad y más reaccionás, más furia te da y más te rebelás. Por eso los presos en general son toda la calaña de la exclusión. No quieren ser detenidos, quieren avanzar hacia algún lugar y el único lugar que encuentran para ir hacia alguna parte es el delito. Entonces la sociedad los quiere matar a todos, los quiere excluir, quiere que desparezcan. Cuando vos entendés ese proceso y sabés cómo es, no tenés esa sensación de “estoy con esta mala gente, gente complicada”. No sabés lo difícil que es después resistir afuera. Una vez que estuviste preso te convertís en un ser muy indeseable.
–¿Cuál fue tu primera sensación cuando les hiciste a los presos la propuesta de trabajo? Quizás con el correr del tiempo te hayas acostumbrado.
–Nunca me acostumbré. Siempre me parece maravilloso porque la propuesta es que ellos entiendan que el lenguaje es un arma y para eso tenés que introducir un concepto nuevo en gente para la cual el lenguaje es como decir dos más dos es cuatro. Para ellos el mundo no es una metáfora. Es justicia o injusticia, igualdad o desigualdad. Son las cuatro palabras que arman el mapa en su cabeza, por más que hablen con otras. El lenguaje simbólico no existe. Cuando desarmás ese esquema empiezan a escribir alta poesía. Ellos de repente se dan cuenta que se les convierte la cabeza. Yo les digo: “Lo que ustedes van a aprender lo van a aprender solos, yo no se los puedo enseñar. Es levantar la cabeza y leer el mundo, se les va a salir un velo de los ojos y van a poder ver, van a poder leer otras cosas sobre las que yo no tengo nada que ver”. Es re difícil la propuesta pero siempre da resultado.
–¿Ves algún obstáculo grande en el primer momento?
–No te creas. Yo les digo que a la palabra mesa le pongan adjetivos ilógicos, por ejemplo “mesa blanda”. Esa ilogicidad del lenguaje los lleva a algún lugar que hace sentido. Y eso es la vida y el mundo. La poesía rompe la lógica del lenguaje y pone todo en su lugar. La falta de lógica pone algo más de verdad. La única verdad que conozco es la de la poesía. No hay otra. Todas son construcciones ideológicas, sociológicas, represivas, culturales, religiosas, de cualquier orden. La verdad es una construcción. La justicia incluso no existe. Cuando ves la señora con la balanza en la mano y ponés de un lado a una persona calentita y del otro a una muerta de frío, ¿cómo hacés esa balanza?
–¿Y la libertad existe?
–Definitivamente, sí. El resquicio de libertad que te queda te lo sacan cuando te matan. La libertad de callar, de robar, de igualarte de alguna manera, eso es libertad. En la hermenéutica del sujeto, Michel Foucault dice algo así: “Siempre te queda el lugar de la creatividad, y solo se puede ser creativo desde la libertad”. No hay otro lugar. Había un preso en el buzón (lugar sin luz donde meten a los presos, donde les tiran la comida y no pueden hablar con nadie) y de repente meten a un sobrino. Cuando éste escucha la voz de su tío, lo reconoce. Al salir decía que su tío se estaba volviendo loco porque hablaba solo. Cuando sale su tío y le pregunta por qué hablaba solo, la respuesta fue: “Yo tenía una rata ahí, me la pasaba hablando con ella, le daba de comer, criándola”. Es una situación tan extrema que te lleva a hacer cualquier cosa para sentir que estás vivo, para no enloquecer, para que no claudique ese resquicio de libertad, que también la perdés con la locura.
–¿Cómo explicás ese poder de la palabra?
–Cuando tenés a alguien que te escucha y lográs poner en palabras lo que te pasa, eso que salió de vos ya no te pertenece, es del otro. Y cuando ponés la palabra en un papel… Cuando los alumnos escriben y miran su papel, dicen: “¿cómo pude escribir esto, cómo lo pude hacer si yo no sabía ni que la poesía existía?”. No sabían que otro mundo es posible para ellos. El poder de la palabra te libera. Pero no te construye tanto como lo escrito. Por eso el escribir es liberador y a la vez, cuando leés, te devuelve algo más. Cuando murió Delfina de repente me levantaba y escribía, y escribía. Un tiempo después busqué esos apuntes y si bien era muy catártico, hubo cosas que si yo nos la hubiese escrito ahí no las habría podido recordar con esa pasión, con ese dolor, con esa virulencia. En el momento de la muerte de Delfina además estaba por sacar un libro, que se demoró porque mi situación no estaba para eso. Y en eso de escribir se me fueron armando algunos poemas que fueron al libro. Hoy los leo y no puedo entender cómo pude hacerlo. En la poesía escribo lo que puedo, no lo que quiero. Con la novela sí escribo lo que quiero. Pero el lenguaje poético te excede, te habita y te lleva, te pone y te arma una salida de la cabeza que vos no podés decidir. Eso le pasa igual a mis alumnos presos. Y vas encontrando nuevos mundos.
–Antes decías que el dolor había sido tu maestro. ¿En ese dolor se explica todo lo que hacés?
–Mucha gente nos decía: “¿cómo hicieron para superar el tema de la muerte de Delfina?”. En realidad cuando te cae una bomba atómica como esa contás con lo que hiciste hasta ese momento, no lo que vas a hacer después. A partir de ese dolor no podés hacer mucho. No es que te convertís en algo “x” después que te matan un hijo. Hubo sin dudas mucho “trabajo” antes para que al vivir una cosa así uno la pueda soportar y salir como salimos nosotros. Yo no puedo ir al penal “por” eso. Pero sí “con” eso. A mí me ayudó y eso fue una experiencia y un aprendizaje para relativizar las cosas. Una cosa es lo que vos creés y otra lo que vos sabés. Uno cree un montón de cosas, pero cuando sabés que a Claudio se le murió un hijo quemado, vos entrás ahí con una autoridad diferente porque a vos también te mataron a un hijo. Entonces lo abrazás y él siente tu abrazo distinto. Tenés una comprensión diferente. Pero el trabajo con la palabra y la poesía muchas veces te permite descubrir que querés estar en otra parte, rompés con lo construido hasta el momento y te encontrás con quien sos. Esa persona que se encuentra en una cárcel es mucho más fuerte, porque encuentran en la palabra la dignidad. La gente con un poco más de recursos quizás tiene la dignidad, solo le falta habitarla. Pero el preso no sabe ni que existe la dignidad, no sabe que se la merece. Y todo eso lo hacen la palabra y la poesía.
Entrevista publicada en la edición Nº 611 de la revista Ciudad Nueva.