El miércoles 25 de noviembre de 1981, la ONU proclamaba la “Declaración sobre la eliminación de todas las formas de intolerancia y discriminación fundadas en la religión o las convicciones”.
Sin lugar a dudas, es una fecha especial para las personas que trabajan por la convivencia y el diálogo interreligioso. La Declaración afirma que es la posibilidad de “tener una religión o cualesquiera convicciones de su elección, así como la libertad de manifestar su religión o sus convicciones individual o colectivamente, tanto en público como en privado, mediante el culto, la observancia, la práctica y la enseñanza”. Esta definición implica menudo desafío y un esfuerzo colectivo por alcanzarla.
Podemos ir por el buen camino, pero el objetivo aún es lejano. Más aún con la reciente encíclica Fratelli Tutti, que ubica los conceptos de paz y diálogo, como elementos principales. También cita la libertad religiosa, al expresar que “hay un derecho humano fundamental que no debe ser olvidado en el camino de la fraternidad y de la paz; el de la libertad religiosa para los creyentes de todas las religiones”. La libertad religiosa no es posible sin elementos como el diálogo, la fraternidad y la paz. Por eso, gobiernos, sociedades y las comunidades de los distintos cultos debemos trazar el camino para garantizar el carácter estable y cotidiano de este derecho.
Fratelli Tutti advierte que “la violencia no encuentra fundamento en las convicciones religiosas fundamentales sino en sus deformaciones”. Lo sabemos, el camino es el de la paz, esa paloma tan apedreada a diario, y al mismo tiempo tan cuidada por infinidad de habitantes de la ciudad y del país. Los cultores de la paz son personas de a pie, referentes religiosos que promueven el diálogo y el encuentro con personas de diversas creencias. Así se nutre la fraternitas, y se promueve el respeto a los diversos cultos y creencias.
Necesitamos hoy más que ayer, y menos que mañana volver a ligarnos. Por eso afirmamos que la religiosidad es un valor a cuidar y a promover. Algo sagrado en tal sentido, un tesoro que debe ser respetado. Una forma más de ir creciendo como sociedad en las distintas ciudades, a lo largo y a lo ancho del país y del continente. No en vano, formamos parte de la misma Casa Común. Descubrámonos como vecinos y hermanos.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/fraternidad-dialogo-nid2519755